El peor año
Emiliano García-Page dijo el otro día en Cuenca que 2020 es el peor año de su vida política y personal. Los líderes se engrandecen cuando reconocen sus debilidades, porque solo a partir del diagnóstico pueden superarse las dificultades. Algo parecido le pasa a España, que en palabras de Emilia Landaluce, una de las mejores plumas del periodismo actual, “ha perdido la alegría”. Y mira que eso es difícil. Pero entre la pandemia y Pedro Sánchez lo han conseguido. Lo que ocurrió hace cuatro años en el Psoe se reproduce milimétricamente en España. A lomos de unas bases radicalizadas, los socialistas dieron alas a Sánchez contra el criterio de los llamados barones, que no supieron explicar entonces la amenaza que cabalgaba con este sujeto. Pedro ganó a todos y los dejó en la lona, pero no puede tumbar un país milenario como España. Aunque hayamos perdido la alegría, el instinto de supervivencia llevará a rebelarse contra quien retuerce todos los resortes del poder en su beneficio, aun desnaturalizando la propia esencia del país y la democracia. España no va a comprar los métodos de un psicópata echado en brazos de un defensor de la dictadura del proletariado. Aprovechan la pandemia para laminar en la desgracia las fuerzas de los gobernados. Por eso, el centro derecha tiene una labor y misión en este país que ya está tardando en cumplir, levantar una alternativa que ponga a fin a desafueros como la desaparición del castellano en Cataluña, el Ministerio de la Verdad o la Fiscal socialista entrullando al Rey que trajo la democracia. Todo se va realizando con una precisión milimétrica, de cirujano, en función de las necesidades de los virreyes. Y el problema está en que cuando queramos darnos cuenta, las fuerzas se hayan vuelto tan famélicas que no queden restos para acometer el desafío.
Arrimadas, Casado y Abascal deben unirse en beneficio de España para articular un proyecto que pase por desmontar la huida hacia adelante del soberbio y su lacayo. Esa es la verdadera misión que tienen en este momento y no tragarse como sables los mantras de la retroprogesía que los sataniza. España compró la leyenda negra de los ingleses en un caso insólito en el mundo de flagelación impenitente. Si hay una parte del país que rehúye la bandera, no sé por qué se enfada si el resto la coge. Las diferentes metodologías de cada uno de ellos -los partidos de centro derecha- son válidas si finalmente confluyen en un reagrupamiento que pueda enfrentar el disparate que hoy vivimos. Disparate que podría resumirse en que el plagiador de una tesis quiere testar la verdad de los medios. Por eso, Arrimadas, Casado y Abascal serán juzgados en el tribunal de la Historia, por lo que hicieron para revertir esta situación endiablada. Pedro busca atomizar el país como ya hizo el partido. Pero los españoles que no tenemos carnet de militante no debemos resignarnos a sus designios. Podemos no es más constitucional que Vox, único partido cuyos miembros sufren ataques violentos en España. El resto es retórica vana y argumentos para justificarlo. Inés puede esperar que los indepes se levanten al no querer su compañía, pero desprecia su estómago lleno. Urge poner fin y freno al disparate de diecisiete protocolos contra la Covid. Ni la I República se hubiera atrevido a tanto. Por más duro que sea el panorama, la vida se transita con alegría y jamás con la tristeza impuesta.