He leído con delectación las memorias que Gregorio Marañón ha publicado en Galaxia Gutenberg, Memorias de luz y niebla. He de reconocer que, desde que llegué a Toledo, siempre me fascinó su figura por el halo de misterio que presentan algunas de sus evocaciones y quienes la realizan. De todos los poderes que presentan el cielo y la tierra en Toledo, Marañón es el omnisciente, el que todo lo sabe, todo lo ve, todo lo escucha y todo lo apunta. Parece mentira que en la sede primada de España haya crecido un cardenal de luz y niebla a la sombra de un cigarral.
Lo primero que asombra la lectura de sus memorias es lo bien que están escritas, algo que no siempre sucede, pues hay personajes con mucho interés cuya sintaxis luego no hay quien la entienda. Gregorio no; escribe bien, claro y pulcro, con una rectitud exacta. A veces creyera tenerlo al oído susurrando las palabras escritas. He descubierto además su habilidad para la adversativa o el matiz y pincel fino con que marca el retrato, tan importante o más que el color principal. La maestría consiste en que lo hace con cuatro palabras que exhibe como un látigo.
Marañón es testigo directo de los acontecimientos que cambiaron España y los ha vivido en primera persona. Sus memorias son un ejercicio de generosidad primero, impudicia después y, por último y más importante, de aliento para el futuro y guía de la vida. El género memorialístico no siempre está bien visto, pues suele servir para ajustar cuentas o quedar bien con todo el mundo. Gregorio no lo hace. Exhibe su capacidad y músculo para tejer grandes complicidades con amigos que ha conservado a lo largo de toda la vida, pero jamás evita dar una opinión contraria, diferente o controvertida sobre un tema o interlocutor. En este sentido, la honestidad del autor para con el lector está garantizada y se afianza conforme avanzan las páginas.
Me atrae enormemente su viaje a Ítaca en busca del amor y de sí mismo. La voluntad es el más fuerte de todos los motores que en el mundo existen y el libro desprende un vitalismo sorprendente a los setenta y siete años. Cuenta las tripas de la empresa y la política españolas, a los ojos de un humanista, culto, liberal y progresista. Su gran salvación, sin duda, ha sido la cultura, central, capital, determinante en la trayectoria de Gregorio. Ha demostrado que la cultura puede ser muy rentable; de hecho, es la faceta de la vida más rentable que existe. Su experiencia en el Teatro Real y al frente de la celebración de El Greco así lo muestran. Toledo puede decir claramente que existe un antes y un después desde el 2014, año en el que la ciudad cogió un vuelo que solo la pandemia ha lanzado de bruces. Su última batalla es la Vega Baja y parece que volverá a llevarse el gato al agua. La influencia y la política desde la sociedad civil dan también sus frutos y Gregorio es la mejor prueba de ello.
Marcada queda en las líneas una de las experiencias que más influyó en el autor, tal y como también me reconoció durante la entrevista que le hice en la radio. La experiencia de la sierra de Granada, la alfabetización de la España franquista que luchaba por sobreponerse a la tremenda experiencia de la guerra. Gregorio cuenta expresamente cómo le impactó aquel verano donde vio las ruinas del otro, la miseria de un régimen, la desnudez de la pobreza. Creo que esa vivencia lo ha marcado para siempre y tengo para mí que también lo ha iluminado en el deambular de la vida, con esa faceta altruista que siempre ha conservado en la mayor parte de las empresas que ha emprendido. El ser humano se completa en el otro y la alteridad, una vez conocida, es camino y guía. La injusticia, cuando penetra en el ojo del alma, es luz para darse la vuelta de las sombras en la caverna.
Recomiendo vivamente la lectura de estas Memorias de luz y niebla, pues es un daguerrotipo o caleidoscopio de nuestra España escrito con el corazón y la honestidad de quien pudo limitarse a ser un tiburón más y otro de tantos. El genio de su abuelo permanece en la mirada abierta del nieto, que no da batalla por perdida e intuye que en la mixtura está el camino. La sabiduría, que conduce indefectiblemente a la bondad, por encima de la inteligencia. La niebla es una forma de conducirse por la vida tanteando los mejores resquicios del alma y encontrar su luz definitiva.