Patricia, mi frutera de San Cristóbal, ha bajado la persiana y ha echado el cierre, “porque no me salen las cuentas, Javier”. Su hermano, Eusebio, ya se había ido antes cuando encontró trabajo en Puy du Fou, que le traía más cuidado.
Ahora el local está vacío y el sábado pregunté a un señor que había en la puerta si iba a montar algo. Me miró con cara de loco y dijo que ya veríamos. Ya veríamos si compensa sumar todas las facturas, gastos, impuestos, tasas, retenciones, ivas y venían para mayor gloria de nuestros burguesitos acomodados en sus chaletes. Hemos creado una mastodóntica maquinaria pública que rebana los bolsillos del currito y empresario, los pone bocabajo, los expolia y ahora les cierra el negocio. El Estado comunista ya está aquí.
Sí, ya sé que la pandemia y tal. Pero la pandemia de desvergüenza se instaló hace mucho tiempo en la vida pública como si nada, admitiendo a un mentiroso por presidente del Gobierno. Claro, que el pueblo lo votó. Ahora se entretiene con Illa, maravilla, jugando a lo que más le gusta, estadista de gran calado. El 14 de febrero los catalanes tendrán que ir a votar por cojones. No pueden enterrar a sus muertos ni salir de casa, pero sí pueden ir a mítines y echar la papeleta. La democracia está en descrédito por los partidos políticos y su tacticismo. Apestan, huelen a rancio y a pesebre, mientras el español muere en el último crédito para pagar la hipoteca bolivariana. Luego preguntarán por Vox.
Los grandes líderes de la izquierda revolucionaria fueron siempre burguesitos de salón que jamás empuñaron una pala. Le comieron el tarro a la prole para matar a los zares y luego sustituirlos. Ya en el poder, construyeron un edificio lógico discursivo para legitimarse y atrincherarse mientras empobrecían al pueblo. Por más retóricas que levante, a la izquierda no le encaja la libertad del individuo. La somete, la acuesta, la atonta. Luego cuando quiere alzar la voz, ya no hay hombre que valga entre la grisura del paisaje. Un comunista me dijo un día que se le cayeron los palos del sombrajo cuando en mitad de una huelga, una madre con su hijo en brazos preguntó cómo le daría de comer al día siguiente. Y alguien del soviet contestó que lo importante era la lucha obrera y no el problema particular de una madre. Impresionante.
Mi frutera ha bajado la persiana porque no tiene para pagarle la piscina al Coletas, que querrá como todos los pijos progres de la podemucia su zumo de papaya a primera hora de la mañana. Un empresario me dijo al principio de la pandemia que la recuperación sería en L y no en V. Yo pensaba que no, que se equivocaba, pero ya no hay ni para vender mandarinas. Nos exprimen como zumo de naranja para mantener a parásitos mientras la calle se cae a pedazos como en un país del Este. Sí, la pandemia. Pero no veo yo que ninguno de los que toman medidas y cierran locales se baje el sueldo o renuncie a cobrar impuestos. Es lo último, ni la mafia se atrevió a tanto, cobrar sin producir. Y mientras, los pajarillos cantan y las nubes se levantan. Hasta que los expropien también de una vez. Cuarto y mitad de ministros y medio kilo de asesores, por favor.