Lo que el 23-F enseña es que nunca nada puede darse por supuesto ni que la Historia está escrita. Precisamente, lo que la Historia demuestra es que aquello que jamás se pensó que sucedería, termina ocurriendo. Ejemplos tenemos muchos a lo largo del tiempo. El primero de todos, este mismo. Aunque se escuchara ruido de sables entonces, quién iba a pensar que un teniente coronel de la Guardia Civil iba a subirse a la tribuna del Congreso a dar tiros secuestrando la soberanía nacional. Una sesión de investidura que podía haberse dado en directo por Televisión Española, pero que, sin embargo, no se hizo. Quizá esa fuera la primera causa del fracaso del golpe, porque si el pueblo español llega a ver en directo cómo suceden las cosas, el acojone habría sido mucho mayor y podría haberse producido el efecto imitación en otras comandancias militares del país.
Afortunadamente, no fue así y las primeras imágenes del golpe las vimos catorce horas después. Escuchamos a García, leímos El País y Diario 16, pero los golpistas fueron torpes al no hacerse de inmediato con la radio televisión pública. La audacia de Fernando Castedo, que dejó grabando la sesión e hizo frente a los milicos que llegaron a Prado del Rey, fue clave también en el desarrollo de los acontecimientos. Otros periodistas como Victoria Prego o Iñaki Gabilondo veían por circuito interno la gravedad de lo que pasaba. Se dio la noticia en la tele y aquello se fue a negro hasta que el Rey, hoy en el exilio, salió por la noche a mandar a la gente a casa. Alguno hubo que tenía ya cogido billete hacia Bayona.
Lo que el 23-F enseña es que las cosas pueden salir mucho peor de lo que se piensan. Tejero no aceptó el gobierno de concentración que proponía Armada y dijo que para eso no había salido de los cuarteles. Los generales Sabino, Juste y Quintana desarmaron por dentro enseguida la escaramuza en cuanto advirtieron la gravedad de los hechos. El Ejército estaba encabronado con los años de plomo de la ETA y la figura de Suárez, que ya entonces dimitía para dejar a Calvo Sotelo al frente del gobierno. Lo que el 23-F también enseña a la derecha es que un partido se viene abajo en un soplo de viento. Al año y medio, no quedó nada de la UCD y se fundó AP.
Lo que el 23-F enseña a la izquierda es que hoy el riesgo de golpe de Estado no está en los milicos sino en la propia política. E incluso me atrevería a decir que en el propio vientre del Gobierno, con Podemos instalado dentro. Los catalanes insurrectos ya dieron uno en el 17 y aun hoy se lucha para neutralizarlo y hacerle frente. Con un partido en el gobierno que no condena la violencia y otro dispuesto a indultar el golpismo, como en el 34, mal camino lleva España. La Historia está para quien quiera leerla. Nadie en el 36 preveía una guerra cruenta de tres años en la Península Ibérica. Menos aún en los 90, metralla y genocidio en los Balcanes, el corazón de Europa. El atentado del archiduque en el 14 abrió la caja de los truenos.
Lo que el 23-F enseña, en fin, es que aquello que se alimenta puede tomar cuerpo cuando menos lo esperamos. Con un presidente del Gobierno alentando la polarización de España porque le viene bien para su continuidad, no podemos esperar nada bueno. Incluso él, que cabalga a lomos de un tigre y cree capaz de domarlo. Ya se ha dado la vuelta y ha soltado algún zarpazo. Las piedras vuelan, ahorcan los trapos y pintan las sedes. Lean la historia perenne de socialistas y comunistas o la misma Historia de España de los siglos XIX y XX, y durante la guerra. Ediciones y autores fiables, por favor; no fanáticos de uno y otro lado. Y verán que el resultado no tiene pinta de ser bueno.