Puy du Fou estrenó el sábado el espectáculo de día que ha preparado durante cinco años. Si hace dos, dejó a todos boquiabiertos con “El sueño de Toledo”, los franceses se han vuelto a superar en esta primavera de pandemia, donde a todos nos hacía falta un chute de adrenalina, una vuelta al pasado, un disfrute de la vida. El sábado por la mañana fuimos todos niños chicos que pasaban bajo la puerta de la Historia buscando emociones fuertes. Y lo conseguimos, las sentimos y experimentamos, frotándonos los ojos, como dice Erwan de la Villéon, el capitán de la Historia, al salir del recinto. Puy du Fou no defrauda, sorprende y enciende la pasión por algo que estaba oculto y los españoles no veíamos, nuestra propia vida, la de quienes nos precedieron e hicieron el camino que nos trajo hacia acá. Echamos la vista atrás y parece mentira que esto antes no hubiera ocurrido.
Puy du Fou es un milagro laico, que podría resumirse en que a Toledo le ha tocado la lotería y el euromillón. La singularidad del proyecto hace imposible que se desarrolle en otro lugar que no sea este, de tal forma que todo aquel que quiera ver, vivir y sentir tendrá que venir a Toledo para después contarlo. Es una ciudad en sí misma, encerrada y abierta a la vez, al contacto con quienes vienen y abren sus ojos como si jamás antes lo hubieran hecho. Algunas de las caras que yo vi tras los espectáculos eran reflejo puro de alegría y emoción. Como si el orbe entero se concentrara veinte minutos en una función. Así es Puy du Fou y la grandeur francesa.
Viendo “A pluma y espada”, sin duda el espectáculo más redondo de cuantos se proponen, pensaba que Toledo terminará sintiéndose orgullosa de Puy du Fou, de igual que forma que Puy du Fou ya lo ha hecho de nuestra Historia. No es momento ahora de entrar en diatribas y discusiones de por qué tienen que venir los franceses a decirnos lo bueno y los españoles solo miramos lo malo. Daría para otro artículo mucho más aburrido. Así son las cosas y así hay que aceptarlas. Pero la recreación magistral que hace la función sobre el Siglo de Oro y el Toledo de entonces es de las que no pueden olvidarse por más que pase el tiempo. Ese es el éxito de Puy du Fou, que mis hijos se emocionen igual que yo e igual que lo harán sus hijos. Porque Puy du Fou vino para quedarse y buscar la eternidad de Toledo.
El viaje de Colón, el Cantar de Mío Cid o la cetrería de Reyes pueden considerarse también magistrales. Lo de la cetrería, especialmente emocionante, porque ahora sí que están las águilas en Zurraquín. Otro artículo por escribir, el del águila perdicera, pero no es cuestión de dar lustre a los tristes. El cuidado y mimo con que se trata la ecología y el medio ambiente son asombrosos. Los niños alucinaban viendo algunos de los animales y tanto espacio abierto para correr y saltar. Y encima les cuentan la Historia.
El mérito de los franceses es indudable y la inversión, millonaria. No tienen prisa y saben que su negocio es el de siempre, el de toda la vida, sembrar, esperar, recoger. Los españoles vendrán a Puy du Fou para ver lo que ya otro les ha contado y alucina. Y por ello, acudirán a Toledo. La pandemia lo ha hecho más difícil, igual que Filomena. Pero cuando se tienen las ideas claras, los inconvenientes son oportunidades. Ahora la puerta de la Historia está abierta de día y de noche. Aprovechen en Castilla-La Mancha el momento, que luego se llenará de visitantes. Yo salí de allí como Rodrigo de Triana la mañana del 12 de octubre. Con los ojos abiertos como platos.