Tiene Emiliano García-Page una frase con la que no puedo estar más de acuerdo, pasado el tiempo. “España es una de la M-30 para dentro y otra de la M-30 para afuera”. La primera vez que se la escuché, pensé que exageraba. Viendo cómo evolucionan los acontecimientos, creo que se queda corto. Lo vivido esta semana en la campaña de Madrid, unas elecciones donde no votaremos el ochenta por ciento de los españoles pero que deciden nuestro futuro, le da inexorablemente la razón. Hay otra M-30 en el propio Congreso de los Diputados, que son los pasillos semicirculares que rodean el hemiciclo y donde periodistas, políticos y ujieres hacen los corrillos previos al pleno o las comisiones. A ese cinturón ya llegan rotos los argumentos que traen los políticos de casa.
Lo peor que puede decirse de la clase política que nos gobierna es que nos separa en lugar de unirnos. En la Transición, Suárez consiguió elevar al Parlamento lo que a nivel de calle era normal. Las ganas de cambio, olvido, perdón y futuro. Lo que hace ahora nuestra clase política es todo lo contrario. Su división, odio y razón de ser las traslada a la sociedad a quien dice representar. La ponzoña va de arriba abajo, de igual forma que hubo un día en que la libertad fue de abajo arriba. Esa es la gran cruz con la que cargamos hoy los españoles de bien, aquellos que no estamos ni en el fascismo ni el comunismo, ni en las piedras ni en las balas... Estamos a abrir el negocio y que nos dé para vivir, cada día más difícil, precisamente por quienes gobiernan.
La situación ha llegado a tal extremo que estamos en vísperas de la Revolución Francesa de nuevo. El Tercer Estado se sublevará contra la clase improductiva del clero y la nobleza, a la que paga todos sus privilegios. O aprovechando la coyuntura histórica, a las puertas de otra revuelta comunera, hartos de tanta prebenda flamenca. Los políticos no son marcianos que vienen de fuera, los elige la sociedad de la que salen. Igual que periodistas, médicos y maestros. Nadie está exento de culpa. Pero cuando en una sociedad pesa más la opinión de quienes quieren destruirla con un régimen parasitario de odio, rencor y enfrentamiento, la suerte está echada. Es más, cuando una sociedad valora más a sus improductivos que a sus creadores, está muerta. Véase lo ocurrido esta semana con Iglesias y Roig.
La izquierda ha perdido el norte y se hace la ofendidita después de su sarta de mentiras, bulos, patrañas y mala gestión este último año. La derecha está al borde del colapso si se precipita por el agujero de revanchismo que algunos de sus mensajes provocan. Lo de Monasterio con Cáritas es vomitivo. Al final, va a ser la Serrana Súñer del nuevo régimen. Todo está viciado y entrampado. Las cartas, las balas, los adoquines, el voto por correo, Marlaska... Estamos a las puertas de la deslegitimación del sistema. La izquierda, a favor de la tensión y la derecha, auspiciando la duda y el cabreo. Yo no he visto discusiones y peleas en familias y entre amigos como ahora. Se ha catalanizado la vida española. El infecto virus nacionalista se ha extendido al resto de España en forma de división y enfrentamiento. Que, justo es decirlo, alentó como siempre primero la izquierda, para luego encontrar la respuesta en la derecha. Revolución y reacción, como advirtió Burke. Franco no se levanta en el treinta y seis por el asesinato de Calvo Sotelo. Lo hace porque ve que no tiene repercusión alguna y su autor es escolta de Indalecio Prieto.
La M-30 fue un cinturón que construyó Franco precisamente para circunvalar Madrid y fuera más fácil la comunicación de la ciudad y sus vías de acceso. Hoy Madrid parece sorda, hija del ruido y la furia de Faulkner. Veo a provectos amigos lanzando proclamas incendiarias y absurdas en redes sociales, mientras contemplo cómo se apagan las tiendas, cómo se cierra la vida. Han conseguido enfrentarnos para sobrevivir ellos en sus púlpitos acolchados. No hay líderes, porque el líder es el que primero trabaja para los demás y no para sí mismo. Debe ser que abril se ha muerto antes de mayo y me ha salido un artículo raro.