Toledo vuelve a sonreír tímidamente al principio del final de la pandemia. Las calles se han ido llenando este fin de semana, igual que si a un cuerpo muerto le inyectaran la sangre que ha de correr por sus venas. Los turistas han vuelto y han paseado lentamente, sin las prisas de antes... Todos españoles, hasta que vuelvan a abrirse las fronteras... Y todos deseando encontrarse como Ulises en su vuelta a Ítaca. Los sabores tras la pandemia son más placenteros y no porque el covid nos quitase el gusto... Los sentidos nos engañarán, decía Platón, pero estamos hasta los cojones de elevarnos el alma en el cuarto de estar.
Almodóvar vino además a Toledo y lo dejó muy claro en su exposición. Cualquier cosa que ahora se haga fuera de casa, brilla con fulgor, tiene aura propia, igual que su muestra, un estallido de color y primavera por los pliegues de sus dedos. El manchego ha venido a Toledo junto a Jorge Galindo y han dejado una colección de sus trabajos en el Santa Cruz, arriba del crucero... Una curiosa muestra para este mayo florido de libros y turistas, mientras Zocodover recrea la feria de los libreros y recuerda que hubo un día que se hacían cosas en la calle.
Toledo recupera la alegría y la figura, el bullicio de la urbe. Mis vecinas las Chironas me dicen que abren poco a poco. Y es que Santo Tomé ha sido la metáfora más desgraciada de la crisis. El Casco, en general. De la ONU a la nada. De ver judíos, árabes y cristianos a todas horas por la calle a no vislumbrar más que fantasmas tras las esquinas. Las piedras del Casco se han lavado del llanto de sus vecinos. Y aunque ahora digan y perjuren que no les va la marcha del turisteo, en el fondo los echábamos de menos.
La calle Comercio se levanta y es todavía una gymkana atravesarla. Pero pronto concluirán las obras y volverá a ser el río de gente que fluye a torrentes de una plaza a otra. Salgo por la mañana temprano a recorrer el Valle y alucino con la ciudad tan bella que nuestros padres dejaron. Vista desde el meandro, Toledo se asemeja incluso a la lengua que busca la saliva del río. Y cada salto de agua es como un beso en la boca. Lástima que esté sucio y la ciudad no haya querido mirarlo de frente, sino al costado. Pero la Naturaleza es tan sabia que siempre vuelve por donde solía. Igual que recitamos los versos de Garcilaso, el Tajo compondrá de nuevo su rostro en tanto que de rosa y azucena.
Los cardenales cuando venían de Roma se iban a los cigarrales para recordar la Toscana. Page y Tolón se fueron a la exposición de Almodóvar para honrar como merece un genio universal. Hemos llegado al ecuador de la legislatura y solo sabemos que mayo ha vuelto con amapolas, los turistas han regresado y Ayuso es el nuevo mito nacional. Ya tiene la derecha un icono para su bandera. Si sabe agitarla, marchitará las flores negras del sanchismo, aunque eso es tanto como suponer la valentía al desertor. Los toros vuelven a Madrid y se han convertido en el acto más subversivo de la primavera. Hasta Iglesias se corta la coleta como un Chenel desclasado. Lo grande de Antoñete fue las veces que volvió, los cigarrillos del callejón y sus aires de izquierda zaína. Le aplaudía hasta el siete con la voz lijada del Ronquillo. Cada mayo se me muere de nuevo el más grande escritor de toros, Joaquín Vidal, que hizo género propio de sus crónicas. Algunas veces sueño que escribo igual que él.
Toledo recupera la vida con el pálpito lento, como la primavera desfondada, pero seguro del verano y el sol que está por llegar. Puy du Fou también pondrá su grano de arena y los franceses nos contarán la Historia de España como ninguno de nosotros somos capaces. Para abarcar la realidad, hay que irse fuera. Ayer pasamos los treinta grados y viene la caída de la manga. El sol bruñe la piel que quiere quitarse de una vez para siempre la mascarilla bajo las sábanas.