Ocurrió durante la presentación de Enjambre en Ciudad Real, la obra de Rafael Cabanillas, el mejor autor que ha narrado y cuenta la España vacía. Tomó la palabra Barreda ante el alcalde de Anchuras, localidad donde se desarrolla la novela. Y pidió perdón. Así, sin más. Sin anestesia, lo primero que hizo al tomar la palabra. “Perdón, Santiago, porque no supimos estar a la altura”. Sonaron sus palabras como un bálsamo en el auditorio, donde el silencio era respetado hasta por las moscas. Un político pedía perdón por lo que había pasado treinta años atrás, cuando un grupo de vecinos se amotinó ante la decisión del Ministerio de Defensa de ubicar en su pueblo un campo de tiro para la OTAN. Antes había sido Cabañeros el lugar elegido; Bono y el Gobierno de Castilla-La Mancha, del que Barreda formaba parte, consiguieron la declaración de parque natural para preservar el entorno. Pero luego vino Anchuras, a pocos kilómetros del sitio inicial. Y los lugareños decían que Anchuras no era menos que Cabañeros. Entre medias, Narcís Serra –el del piano, el Cesid y la Caixa- y el Gobierno de la Junta. No supieron verlo, se pusieron del otro lado. Barreda el jueves pidió perdón por vez primera.
Lo cuento porque es inédito que un político lo haga en esta España de demonios y volcanes. Ha pasado desapercibido, entre otras cosas, porque ya no había medios en la sala y porque algunos, los más jóvenes, no saben ni de lo que se hablaba. Hubo un día allá por el 88 que Anchuras se convirtió en Fuenteovejuna, liderados por su alcalde, Santiago Martín, que aún hoy lo es. Y lo será honorario y perpetuo, como la Virgen, hasta que él quiera, después de aquello. Recuerdo perfectamente cómo aquel verano, el chaval de trece años que era yo entonces flipaba escuchando en la radio a un tipo de mi provincia, que hablaba con Luis del Olmo, Iñaki Gabilondo y todos los primeros espadas de la radio y televisión que quisieran llamarlo. Entre medias, había quedado la decepción, el mal sabor de boca al que aludía Barreda y que dejó atónitos a todos. Bono consiguió esquivar Cabañeros a cambio de Anchuras, con elecciones entre medias. Pero consideraron que era lo mejor entonces. Y, efectivamente, no supieron leer el signo de los tiempos y mucho menos prever la hercúlea reacción del pueblo.
Anchuras se convirtió entonces en fortín donde acudían intelectuales de primera línea de España para decir no al campo de tiro. Recuerdo incluso las pintadas que crecieron como setas en Ciudad Real a raíz de aquello. Aute cantó en Anchuras y otros tantos como él y solo la Izquierda Unida de entonces levantó la bandera contra lo que entendían era un atentado ecológico sin precedentes. La alteración de la flora y la fauna de Anchuras y Cabañeros habría sido evidente, a cambio de los cazas sobrevolando las cabezas.
Santiago Martín lo cuenta y no se da importancia, pero fue él quien se levantó de la mesa y le dijo a Serra que no, que primero debía consultarlo con el pueblo y haría lo que dijese el pueblo. Y eso mismo fue lo que ocurrió. Al fin, con el paso del tiempo, el proyecto quedó arrumbado por el coraje de sus vecinos, que aún hoy celebran lo que fue, sin duda, la victoria de su lucha sagrada. Y los niños lo escuchan y recuerdan de sus padres. Y nosotros lo contamos y subrayamos para quienes no lo sepan y nunca caiga en el olvido. Por cierto, lean Enjambre. Es lo mejor de la Navidad.