Soy uno de los millones de españoles a los que ayer les corrió las lágrimas por la cara viendo cómo Rafael Nadal era capaz de ganar su vigésimoprimer grand slam en un partido épico de tenis que duró toda la mañana del domingo. Decían los que de esto saben que el partido superaba incluso a aquella final de Federer y el propio Nadal en Wimbledon, cuando el mallorquín ganó su primera ensaladera sobre la hierba. Se acaban las palabras, hasta la épica se acorta, no hay personaje histórico reciente que pueda merecer una comparación a la altura de Nadal. Y sobre todo, como siempre sucede, porque lo que encierra el personaje tras su estela de triunfos supera con creces el palmarés. Es un dechado de valores, una exhibición abrumadora, una lección permanente que nos ofrece a todos sin cobrarnos siquiera. Nadal es el esfuerzo, la insistencia, el recuerdo primitivo de que nada es posible sin ensayo, conocimiento, preparación y voluntad. Su brazo es poderoso, pero su mente más. Es la encarnación de la esperanza, la rendija en la oscuridad, la luz en la turbulencia… Sabe aprovechar como nadie la debilidad de su rival para ocultar las suyas y hacer palanca con ellas, derribándolo con una fuerza desmedida. Pero lo importante es la cabeza, única, despejada, floreciente, cabal como pocas. No rendirse jamás, nunca en la adversidad, levantarse después de caer. Nadal enseña más en derrota que incluso en la victoria. Hace lo que el oráculo dijo hace veinticinco siglos… Conócete a ti mismo. Mira hacia adentro, rebusca en tu interior, que es donde está la solución de las cosas y los problemas. Es un grandísimo líder, un espejo al que mirarse y seguir hacia adelante.
Su carácter y talante no son comunes. Por eso, suscitan tanta admiración, aparte de por sus resultados. De ahí que me haya venido a la cabeza la unión de su figura con la del abuelo que va al banco y lo envían al cajero. El tenista hace su trabajo y lo necesario para alcanzar su objetivo y lo que debe. El banquero, en cambio, ni hace lo que debe ni tampoco consigue lo que pretende, pues un abaratamiento momentáneo y puntual del servicio, concluye finalmente con su depauperación y desaparición. Murieron los valores con que nació la banca hace mucho tiempo y solo algunos elegidos continúan haciendo su trabajo. Uno de ellos es Eurocaja Rural. Su director, Víctor Manuel Martín, me decía el otro día en Onda Cero que la digitalización y omnicanalidad no es cerrar precisamente los canales que no son digitales. No es sustituir una cosa por otra, sino ofrecer al cliente lo que más y mejor le vaya. A los viejos los mandan al cajero, pero hay pueblos donde los quitan incluso o donde directamente cierran la oficina. Así no podemos luchar contra la despoblación, es imposible; por más que la Junta se empeñe y lo haga. Habría que comenzar a primar a aquellas entidades que permanecen, como Eurocaja Rural o Globalcaja. Cada uno en su casa hace lo que quiere, pero también se retrata.
Nuestros abuelos han sido los Rafa Nadal que nos han traído aquí y han dejado un mundo de primera que todavía no hemos sido capaces de mejorar. Nos endeudamos y dejamos la pella a nuestros hijos, mientras marginamos a quienes levantaron un país asolado por la guerra. Cuando unos apretaban los dientes como el tenista y se privaban de un duro para ahorrarlo y salir adelante, otros ahora lo único que saben hacer es mandarlos al cajero para que miren su saldo corriente. Podrán ganar miles de millones después del rescate a riñón, echar a la calle a empleados, ignorar a quienes los trajeron acá y luego aplaudir al tenista o hacerse una foto a su lado. Más les valdría apretar los dientes y aprender de sus valores. Tenemos un faro deslumbrante y con solo mirar su sombra, ya nos valdría para ir tirando.