Parecía que este año recuperábamos el Carnaval después de la pandemia, sustituyendo la mascarilla por la máscara. No ha sido así, pues Cádiz todavía no canta, aunque Carapapa ha sido la excepción. La Mancha sí que ha prendido como acostumbra y su roseta de los vientos ha funcionado otra vez. Pero ha venido febrero cabrón y sin agua, lleno de oscuros y grises que pintan el cielo de plomo. Las coplillas de este año habrían sido las balas de papel frente al tirano, el azúcar y el caramelo negro por dentro que van llenos de veneno. El hijo de Putin la ha vuelto a liar en Ucrania y esto cada vez nos pilla más cerca. La OTAN se hace la ofendida, pero no dispara una sola bala y deja a los ucranios más muertos que vivos. Si Trump era malo, que alguien me explique qué cosa es Biden. Un carnaval de muertos tirando de un tanque.
Putin es el Hitler del XXI, aunque la comparación sea muy evidente. Por eso mismo hay quienes la rehúyen o bajan la mirada para no caer presa del fulgor. Pero qué otra cosa puede ser quien invade un Estado soberano sin pedir permiso a nadie. Lo peor de la política occidental es que se acostumbró al buen vivir y a problemas de cuello alto. Sus sociedades también y vete tú ahora a decir que entramos en guerra. Pero la libertad se defiende luchando, como hicieron nuestros padres, que supieron que nada era gratis y todo tenía un precio. Si quieres la paz, prepara la guerra, decían los latinos. Los que recibimos de golpe todo perdemos la noción de que nunca las cosas fueron así, que costó un potosí la democracia y el derribo de las dictaduras. Es como los jóvenes de ahora, pero corregido y aumentado. O la costumbre insidiosa de juzgar cosas pasadas con gafas presentes. Pónganse las lentes correctas, gobernantes, que el tirano juega con vuestro miedo y el de sus votantes.
La crisis humanitaria será de proporciones bíblicas. En España ya tenemos muchos ucranianos viviendo entre nosotros desde hace tiempo. Iván y Vitaly llevan en Alcázar de San Juan más de quince años y dicen que no quieren a Rusia, que la respetan, pero que saben lo que supone por sus padres. Vivieron el holodomor y la hambruna que solo un genocida comunista como Stalin puede infligir a un pueblo. Ahora se repite la historia, después de que hace un lustro Putin arrasara Crimea. Occidente come pipas y comenta las imágenes de televisión igual que un partido de fútbol. Así no, señores de la OTAN.
Dice una amiga mía que Estados Unidos ha engañado a Ucrania, pues le puso el señuelo de la NATO y ahora los deja solos. El problema de buscar en este momento otros culpables que no sean Putin y el ejército ruso es que repartimos las culpas y nos liamos a tortazos entre nosotros. El gas se cierra y los alemanes se asfixian, dónde está Merkel con sus nucleares. El nuevo dictadorcito se permite incluso amenazar a países como Suecia o Finlandia, la cuna de la socialdemocracia europea. Los tanques aplastando coches son una trituradora desfasada, una imagen del ayer que siempre vuelve, una red social para psicópatas y tarados. Su locura no exime de la defensa, porque mañana serán otros, como dijo también el comunista Brecht en un rapto de lucidez. Así que, Occidente verá lo que hace, pero el mundo vuelve a ser una comparsa desafinada que no pasa nunca de preliminares.