Vox es el trampantojo que le queda a Sánchez para ganar las elecciones dentro de dos años. En ese sentido, el PP de Casado ha sido un gran colaborador en la ilusión óptica generada a partir de un domingo de octubre en el que el diario El País a cuatro columnas bautizaba la nueva criatura que echaba a andar: nace la ultraderecha. El catecismo de la progresía dictaminaba que el nuevo pecado capital era Vox, verde y tenía cuernos y rabo. Barba también, porque venía de fábrica. Daba igual que fuera el partido de Ortega Lara o que su presidente hubiese estado amenazado por la ETA durante buena parte de su vida. Lo importante era el chiringuito que Esperanza Aguirre le montó para salir del País Vasco y toma el dinero y corre. Matrícula de honor, una vez más, a la izquierda en agitación y propaganda. Es su maestría, su cum laude, el mismo de la tesis del nuevo protagonista de la serie del momento. La Feria Apícola de Pastrana ha olvidado hacer un monumento de miel a Sánchez para que se relama. Es la abeja reina y si no, que se lo digan al Emérito.
Vox es derecha antigua, viejuna y tradicionalista. En absoluto es fascismo, porque el fascismo implica violencia y hasta ahora los únicos que la han sufrido son precisamente sus militantes y simpatizantes de manos de la extrema izquierda. Las señoras viejas de visón y los abuelos cazadores no son un peligro para la democracia porque son los mismos que hace una década mantuvieron en casa a los hijos y nietos que habían perdido el empleo. Otra cosa son los jóvenes que se incorporan porque no ven otra cosa a su alrededor que no sea pesebre y adoctrinamiento, mientras los de arriba, woke y de izquierdas, se lo llevan todo y a ellos solo les queda la calle para correr. Ahora limpia de vehículos, porque tampoco hay para gasolina. Es el éxito del socialismo, no falla nunca. Arruinar a las bases que dice salvar. Su dinero, el que tiene usted ahora mismo en la cuenta, ya vale un diez por ciento menos sin levantase del sillón. Pero todo es por Putin, que no se nos olvide, todo es por Putin.
Así las cosas, Feijóo verá qué hace con el trampantojo, aunque como tiene esas gafas y es más listo que Casado, creo que actuará con un conxuro y lo tratará como a las meigas, que no existen, pero haberlas haylas. Un fuego fatuo se levantó a mitad de la semana pasada desde León y Valladolid y el brujito Sánchez ya ha dado orden a sus chamanes para que aviven la hoguera y la columna de humo llegue hasta las próximas generales. No contaba con Casado, que se lo dijo a Tusk y prendió la mecha en Europa. Qué ricura esta derecha cainita que ni se entera. Ahora el peligro de la democracia son los carcas de Vox después de haber metido en el vientre del Estado a golpistas y terroristas. Pero es solo una más de cómo se las gasta Sánchez. Hace unos años había que suprimir el Ministerio de Defensa y a este paso, igual recuperamos hasta los concursos de misses y belleza. Para que los gane Sánchez, por supuesto.
El trampantojo es una ilusión óptica que gusta mucho a los novelistas propios del realismo mágico, aunque hiende su tradición y origen en el propio Medievo, cuando los maestros escultores o arquitectos comenzaron a idear capiteles de varias perspectivas o vidrieras de múltiples colores. Aquí nos hemos ido de golpe al siglo XII y doña Urraca, pues viene de Zamora la cosa. Además, Borrell ha propuesto recuperar la manta para calentarnos frente a Putin. Cuando se acaba el dinero de los demás, se derruye como un castillo de naipes la propaganda y aparecen las ideas ingeniosas. Frente a Vox lucimos mejor, igual que contra Aznar y contra Franco. A veces pienso si Sánchez sacó al caudillo de Cuelgamuros para que luego lo embalsamen a él. Cosas más raras se han visto.