La primavera ha deslizado su primer manto de marzo con una lluvia en los arcenes de chalecos amarillos. Son las flores negras del gasoil, ahogadas antes ya del nacimiento. Los camioneros han parado España y se le han sumado agricultores, ganaderos y cazadores. La vieja España rural, la de siempre, la que soportó los Tercios y pagó impuestos se muestra ahora desvencijada y con los hierros rotos. Mientras la izquierda woke se atusa la perilla y come caviar en los tresillos, la muchachada no tiene qué llevarse a la boca. Como los sindicatos no están ni se le esperan, se han organizado por cuenta propia. Porque no pueden más, porque revientan las costuras, porque se apaga el esfuerzo de cada mañana con el batir de las olas de precios y fuel. Sánchez no se entera, se ha ido de gira y no lo sabe, pero tiene el país encabronado y patas arriba. La Francia de chalecos amarillos ha puesto aquí sus huevos. Otra vez acusan a Franco de estar tras la movida. Entre vivo o muerto, está claro que a la izquierda le interesa vivo.

El talón de Aquiles de Pedro es su frialdad emocional y la incapacidad empática. Hasta que Tezanos no le eleve al cuarenta por ciento la intención de voto, no comenzará a preocuparse. Dijo el otro día a su amigo Ferreras que se dejará cuerpo y alma por Europa para bajar los precios. De momento, se ha dejado el Sáhara sin abrir la puerta ni salir de casa. La opinión pública está desnortada y no sabe ni conoce las causas del acuerdo. Me hacen gracia los periódicos y analistas, pues los hay desde los más sinceros hasta los más rocambolescos. Nos debatimos entre si Sánchez es un estadista, estratega, impostor o traidor. O todas las cosas a la vez y juntas, con los cinco platillos en la pista del circo de manera simultánea, como a él le gusta. Creo que el tiro está acertado, aunque Sánchez no contaba con la deslealtad innata de Marruecos, que lo ha dejado con el culo al aire un viernes por la tarde mientras vende la burra del gas por Europa. Lo bueno de estas cosas es que con el tiempo, terminan sabiéndose. Ahora me quedo con la desazón sincera de personas que aprecio como mis párpados. Leo a Nemesio de Lara en sus redes sociales, la desolación de la izquierda, de quienes creen de verdad en la causa saharaui y el compromiso español con su pueblo, y se te caen los palos del sombrajo.

Mientras la guerra aprieta y carga combustible, el país se muere y desangra. La izquierda caviar no entiende que para seguir en los altos palacios hay que aflojar la cuerda y liberar la soga. No pueden pagarse más impuestos, es imposible. España se asfixia en un régimen fiscal indómito y Sánchez, como Diocleciano, no hace más que persecuciones bestiales a quien ya no puede ni con la vida. La España que madruga baja la persiana porque no le trae cuenta, se desangra a impuestos para mantener a los de arriba, que no notan ni el frío de la guerra y creen que las estanterías se llenan solas. Pararán el tiempo que haga falta porque ya no les vale llenar el camión. Morirán los animales sin pienso, pero la ganadería ya está muerta entre un mar de plásticos. O sueltan la brida o el estallido social es inminente. El viernes viajé de Valdepeñas a Toledo y la Mancha es un campo de flores amarillas en forma de chalecos. Los transportistas paran un país mientras Pedro juega a la geoestrategia. Ni siquiera el paisaje tiene la belleza del albatros y las flores del mal que pintaba Baudelaire. La primavera ha nacido muerta en el amarillo de los trigos, los mismos que iban desde Ucrania para alimentar al Sáhara. La calima ha sido el presagio del polvo y el desierto que borrarán todo para siempre.