Lo dijo Manuel Aguilar, uno de los cotertulios con más talento y salero de España, en Onda Cero y jamás pensé que tuviera tales poderes adivinatorios. A cuenta del error de Sánchez y esposa el día de la recepción real colocándose al lado de Sus Majestades tras el saludo y la rápida intervención del ujier sacándolos de escena, Aguilar indicó que lo que realmente quería ser Pedro Sánchez era infanta. Pocas veces reí tanto como aquel día, pero con su permiso y cita, he hecho mío el diagnóstico, que escrupulosamente se cumplió el miércoles antes del Desfile de las Fuerzas Armadas, cuando hizo esperar al Rey. Pedro quiere ser infanta y Sisí emperatriz, pero no le dan las horquillas para el roete.
Como decía ayer Ángel Antonio Herrera, un abucheo viste poco y hay que venir pitado de casa. Es como cuando a Felipe González le sorprendieron los estudiantes de la Autónoma en el 93 y recibió su bautismo de fuego. Desde entonces hacia acá, el abucheo es un mal sueño, una matraca, el fastidio de los perdedores. Para los adonis y narcisos como nuestro presidente, sin embargo, sigue siendo un estorbo, una calamidad, un agujero negro que necesita explicación. Sánchez no aguanta los silbidos y por eso ha suspendido la gira y las galas que tenía con su partido por toda España. Ahora en lugar de ir al pueblo, es el pueblo el que va hacia él. Pero entre medias se pone la policía, claro.
Sánchez es infanta porque es reinona del couché, guapo, noble, fina estampa. Pero en esto debiera aprender de Tamara, que lleva muchos años cotizados, o en su defecto, la madre. Aunque es Tamara la que realmente ha mostrado su alma a los españoles. Isabel Preysler fue confundida por Umbral con una chica del servicio filipino, tal y como él mismo cuenta en La década roja. Sin embargo, Tamara ha abierto el corazón en la tele y lo ha puesto sobre la mesa. Eso es lo que le falta a Sánchez para que le cojan cariño. Pasados varios años, los españoles no sabemos cuál es la verdad del presidente ni de qué color tiene el corazón y el alma. Se nos adivina negro, pero porque esconde los dientes y las únicas señales de humo que ha lanzado son las del personaje de cartón piedra que solo quiere seguir largando en la tele y conservar el poder. Parece un Macbeth al que la profecía del las brujas ya comienza a contarle del revés, es decir, los días que faltan para dejar de mandar. Pedro busca a su Lady Macbeth para revertir el designio. Y como la única disponible es Tezanos, prefiere también ser él. Por eso lleva en el fondo una infanta de España.
En realidad, a Sánchez le gustaría salir de menina en el retrato de Velázquez e incluso ser el perro que vigila la escena y está en primer plano. González dijo que los ex presidentes eran jarrones chinos porque nadie sabía dónde ponerlos, pero jamás se había dado la circunstancia de que eso ya ocurriera con un gobernante en ejercicio. Pedro batiendo marcas y buscando culpables, como siempre. Mismamente la prensa y esos señores gordos de puros que ahúman las terminales mediáticas. Por no hablar de los jueces, que debieran ser todos rojos, de izquierdas y firmar indultos en sentencias. Yo creo que en realidad, Sánchez quiere aparecer en las monedas, porque da el tipo para el cuño. Así además se evita la crisis. Quién no iba a querer un Sánchez en el bolsillo o la billetera. Menos mal que quitaron los duros de Franco hace un tiempo y ya no valen, que si no los requisaría ahora la ley de memoria histérica. Pasaría como con el dinero de la República, pero al revés. Sánchez tiene que salir en los euros con Von der Layen como un nuevo matrimonio Arnolfini. Las infantas nacen y Pedro es de la dinastía L’Oreal. Porque yo lo valgo.