Es lo que le falta a Pedro Sánchez para echar el telón y culminar su andadura en España antes de que los propios españoles le enseñen la puerta de salida como hace seis años lo hicieron sus compañeros en el mítico comité federal del uno de octubre. Entonces, cuando se vio acorralado por sus propias mentiras y contradicciones, dijo que había que ir a votar con la cortinilla echada, detrás de un trozo de tela negro que cubriera la urna, igual que si fuera el mago Houdini y sacase un conejo de la chistera. Sin interventores ni testigos que vieran lo que ocurría dentro de la sala donde se encontraba la urna, para poder manejar el proceso de votación a su antojo. Fue cuando los socialistas pusieron pies en pared, dijeron aquí se acaba el cuento y tuvo que dimitir y salir por la puerta de atrás entre lágrimas como puños de impotencia y rabia. Fueron esas lágrimas las que luego compró una militancia enfebrecida y radicalizada y que sirvieron de gasolina para el Peugeot. Pero España no es el Psoe ni los españoles sus militantes. Por eso hay que estar ahora ojo avizor, porque el siguiente paso de Sánchez será echar la cortinilla para que no se vea.
Para que no se vea el mangurreo con los jueces, esos fascistas y peligrosos golpistas que quieren constreñir la democracia española. Sánchez ha asumido ya sin tapujos el lenguaje verbal de sus socios y se ha convertido en uno más a conveniencia. Pasa por un Rufián, Otegi e Iglesias porque ya no puede parar la dinámica prerrevolucionaria, bolivariana y populista en la que anda sumido y cree sinceramente que le beneficia. Aunque dinamite a sus barones y las elecciones autonómicas. A él le da igual. Seguirá mandando después de mayo y ya entonces, cuando se acerquen las suyas en noviembre comenzará a hablar de España y se envolverá en la bandera de nuevo. Si para ese momento, se ha quitado de en medio a Emiliano o Lambán lo celebrará sin duda, porque se quedará como perro sin pulgas y nadie que le tosa. Por eso, ya hay quien dice que la mejor manera de joder a Sánchez es votando a Emiliano, que es su verdadero contrapeso y el único que puede hacer cuña con otros cuantos para, sin renunciar a los principios básicos de la socialdemocracia clásica, tumbar al titán ensorbebecido.
Dice el refranero que dos que se acuestan en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición. Es lo que ya le ha pasado a Sánchez con indepes, batasunos y demás. Aunque volverá a cambiar la piel a convencido españolista cuando las circunstancias lo requieran. En esto ya hemos visto que es hábil como pocos. Pero lo que ahora más preocupa, en pleno descrédito institucional, cuando está retorciendo todas y cada una de las magistraturas del país hasta llegar a la Corona –igual que ha hecho en su partido, donde ha laminado cualquier tipo de órgano intermedio que pudiera suponerle una mácula o tara en su despotismo- es el momento en que eche la cortinilla. Intentará hacerlo sin que se note, como si nada, igual que un viejo truco que trata de realizarse cuando el público se despiste o mire hacia otro lado. Por eso, España y la nación deben estar despiertas. Porque los únicos dueños de la cortinilla son los españoles, que la echarán sobre este pájaro y su jaula para que, de una vez por todas, este canario no cante más.