El milagro de Enjambre, la novela escrita por Rafael Cabanillas Saldaña en plena pandemia sobre un pastor perdido de los montes de Toledo, es que el sábado Anchuras estuvo llena como nunca. Es Enjambre una pedanía de este municipio donde hace treinta años quiso instalarse un campo de tiro. Hoy, en esta primavera de abril seco, lo que han florecido son libros y no balas ni aviones; palabras, pájaros y no bombas; gentes, en definitiva, que han buscado un camino y lo han encontrado en algo tan viejo y nuevo en el mundo, como es la literatura.
Cuando yo escribí aquí mismo, en este periódico, hace un par de años que Quercus -la primera obra de la trilogía de la que Enjambre es segundo libro- tendría múltiples ediciones, jamás pensé que el fenómeno del escritor pequeño, sencillo, humilde se convertiría en una auténtica colección de discípulos que van tras él y lo siguen donde quiera que esté. Yo mismo, el que esto escribe, me encuentro entre el apostolado que ha ido regando con su palabra, con su sangre, con su letra. Porque Rafa escribe con la sangre, cada trazo suyo es como un reguero de pólvora que enciende la mecha del entendimiento y los sentidos. Hace poesía pura con la arcilla de sus palabras; del verbo que saca, igual que Jesús hizo lo propio con el látigo en el templo. En este tiempo de Semana Santa, leer Quercus, Enjambre o Valhondo es meterse de lleno en el Evangelio según la Pobreza, esa misma que nos trajo acá y convirtió, sin embargo, en riqueza el entusiasmo de sus gentes.
Podría hablar de varios milagros este fin de semana en Anchuras, al hilo de la Ruta Enjambre, que inauguró este sábado el presidente de la Diputación de Ciudad Real. Para empezar, ver a Josele en plena forma escarpando caminos y escalando los riscos electorales que sobrevienen. Su caso es verdaderamente particular y asombroso. De la secretaría general de las Juventudes Socialistas de España a la presidencia de una Diputación que hace la mayor feria de vino de Europa. Controla la provincia como la palma de su mano y lleva la política por debajo de sus gafas con la misma naturalidad que quien se viste por las mañanas. El sábado dio besos y abrazos hasta cansarse y después marchó a Piedrabuena, donde tenía otro acto. Su ritmo es agotador y ya no para. Este tipo de políticos, que nacieron con la vena abierta y a los que no les puede el contacto con los demás, no deja de admirarme.
Milagro también el de Santiago Martín, alcalde de Anchuras, un veterano del Vietnam, que si un día hablase temblaría el Misterio. En realidad, ya ha hablado para todo aquel que quiera escucharlo. Es el último autor de la última Fuenteovejuna que hubo en España, que fue la del campo de tiro de Anchuras. Barreda le pidió perdón en la presentación de Enjambre, porque lo dejaron solo en aquel momento. Ni Bono ni Serra ni Felipe González pudieron con este hombre de tierra honda, piedra firme y mirada dura. Cuenta sus batallas con la misma naturalidad que si las viviera en el momento. Su agenda es infinita y el viernes por la noche me dio una lección de política y periodismo que no olvidaré en la vida. Me recordó al añorado Antonio Herrero –que jugó un papel fundamental en la paralización del campo de tiro- y, por supuesto, al director de este periódico, Pedro Jota Ramírez, que lo llamó diez minutos antes de que Aznar dijera en televisión que revocaba la decisión del campo de tiro. Le dolió que fuera la derecha quien solventara un problema creado por la izquierda. Mi paseo matutino y solitario por la Plaza de los Cantautores, entre citas de Aute, Labordeta o Pastor, para la mística de las cosas y recuerdos. Sandalio Morales, otro veterano de guerra y guitarra, también acudió a la cita. Las catacumbas de la memoria se me abrieron con su hija Araceli.
Otro milagro fue el reencuentro con Miguel Méndez Cabeza, probablemente una de las personas que más y mejor sabe de Talavera y sus tierras. Es de conversación larga, divertidísima, llena de anécdotas por los consultorios de Dios, a donde tuvo que acudir en su condición de médico. Ahora ha escrito una novela sobre Las Hurdes, justo cuando se cumple un siglo de la visita que hicieron Marañón y el rey Alfonso XIII. Le digo que me la mande y la presentamos en Toledo. Cómo le gusta a uno que sus amigos se encuentren en plena forma intelectual. Aprendo de ellos.
Y, sobre todo, los milagros varios fueron los que iban con Rafael Cabanillas. Su nieta Muna, inscrita ya para siempre en uno de los murales que decoran Enjambre; la figura del Tiresias –el ciego protagonista de la novela- increíble, formidable, sensacional, con sus gafas de culo de vaso, las ovejas y la radio siempre al lado. Me emocionó al verlo, del libro al lienzo. Ya para siempre eterno, tal es la fuerza de Rafa, albañil de universos en construcción. Lorenzo, el delegado de la ONCE en Ciudad Real, se hizo la ruta de siete kilómetros como uno más. Un ciego escarbando las piedras de los montes de Toledo. Y el milagro de los panes y los peces, la multiplicación de las migas y el cordero para todos los senderistas que quisieron hacer el camino y estar el sábado esa mañana en Anchuras. Hemos llenado la España vacía de palabras, sudor y lágrimas. No faltó un solo plato de comida para los más de quinientos peregrinos largos que llegaron aquella mañana. Paco del Valle, el editor de Cuarto Centenario, se frotaba los ojos. Si alguien no cree en los milagros, que lea a Rafa. Va con sus llagas abiertas para que quien quiera hienda sus manos en ellas, igual que si fueran alcornocales desnudos de corcho y viento.