Ha hecho bien Pedro Sánchez en levantar un muro contra media España, porque así los que no son de su palo o cuerda pueden darse a la fruta sin problema. La primera que lo vio claro fue la fundadora de este movimiento, Isabel Díaz Ayuso, que tan maja y castiza ella dijo aquello de “toíto te lo consiento menos faltarle a mi mare”. No fue a la madre sino al hermano, pero al caso es lo mismo. Es la priora, la superiora de esta orden de bananas, ciruelos, fresas, uvas, naranjas, pomelos y kiwis, donde a todos les mola una buena macedonia a primera hora del día. Estamos como en tiempos de Hermano Lobo, donde no puede decirse lo que se piensa y hay que recurrir a la fruta madura. Ya lo anticipó Armengol borrando del Diario de Sesiones las palabras de Abascal. La democracia soy yo, vino a decir Sánchez con su risa de Joker o Krusty. Y el personal meneaba la fruta en Ferraz.
Leo con atención los argumentos de la Transición a la inversa. Es decir, que Cándido Conde Pumpido hubiera pasado de frutas y hubiese hecho un preámbulo con gazpacho de hortalizas, nabos, pepinos y calabacines. El argumento mayor sería pasar de la ley a la ley como con Torcuato, pero al revés. Si en el 78 fue para respirar un aire limpio de libertad, ahora es para inocularnos suave y dulcemente el pepino nacionalista, los calabacines cuatribarrados y los nabos supremacistas. Entiendo el disgusto de Irene Montero, porque no salimos de la cultura fálica ni hartos de vino. Pero el problema de gazpachos semejantes es su indigestión. Cualquiera que hable con vascos y catalanes no nacionalistas conoce lo que refiero. Son insolidarios, miran por encima del hombro y te perdonan la vida. Ahora los sacan de la cárcel y volverán al contenedor y la llama. Laminan a quienes piensan diferente y promulgan el odio desde el suflé. Solé Tura reconoció que se introdujo en el artículo dos de la Constitución el término nacionalidades para calmar vascos y catalanes. Ya sabemos dónde han llegado.
Nación sólo hay una y es la española. Lo dice también ese mismo artículo y la Historia de miles de años. Las nacionalidades son como el payaso Micolor después del primer lavado, decoloradas y de mala calidad. En realidad, surgen tras la pérdida de colonias cuando no pueden ganar fuera y piden hacia adentro. Pero nación sólo hay una, que es España, la garante de la libertad y los dineros que luego malversan. Ahí ya no hay ni fruta ni gazpachos. Todo huele a quemado y humo, tufo que tira de espaldas. Azaña se dio cuenta tarde y el resto del Psoe también. Ahora ocurrirá lo mismo y el olor a pescado podrido será inmenso y llegará a Europa. Es hora de combatir tanta mentira nacionalista y falsedad histórica. Limpian nuestros bolsillos con el discurso opresor cuando es justo lo contrario. España es la libertad y nosotros, el resto, los expoliados de su codicia.
Sánchez es más de laurel coronado y toca la lira mientras arde Roma y él se ríe. Nombrará ministros esta semana para levantar su muro de Pedrín. Los que se queden fuera se darán a la banana y el ciruelo; la oposición siempre fue más divertida. Aunque tendrán que ver cómo arreglan el tutti frutti con Vox, si bien igual eso se deshace solo. Veo a los de la fruta en las manifas como el Libro de la Selva, Balú y Mowgli, buscando lo más vital. No hay problema, ponte a reír. Pero ya rió Pedro el otro día en el Congreso. Una risa sardónica, arrogante, espeluznante… Una risa que lo perseguirá toda la legislatura, entre las peras y manzanas del resto, que verán en Ana Botella una digna precursora. Como a Pedro le gustan los refranes, ha hecho de la necesidad virtud. Pero como ya advirtió Don Quijote a Sancho, cada refrán tiene su contrario. Quien ríe el último, ríe mejor. Suerte a los ministros y enhorabuena a los premiados.