Emiliano García-Page dijo el viernes en Guadalajara que España se hallaba sumida en un laberinto y gobernada con camisa de fuerza. Sus palabras dieron la vuelta al ruedo mediático, aderezadas con la xenofobia de Junts y la comparación de Vox. Mientras tanto, el PP ponía rumbo a Toledo y el Gobierno de España a los Quintos de Mora, como si todo en el país se decidiese en el triángulo de las Bermudas que forman Madrid, Toledo y los Montes. La relación entre la capital milenaria y los pueblos del sur no siempre fue buena, según se ha cansado de decir en sus innumerables obras Ventura Leblic, que sabe bien de lo que habla. Algo parecido debió ocurrir este fin de semana, en el que pese a los pocos kilómetros de diferencia entre la urbe y la sierra, es más fácil que se comunicaran Feijóo y Page que Feijóo y Sánchez o Sánchez y Page. Los Quintos de Mora permanecen en el silencio de Los Yébenes y sólo sus milenarias encinas podrían contar lo que este finde allí escucharon. Entre los susurros, los suspiros y los ayes se escapa la gobernación de España.
España es un laberinto al que nos ha metido de lleno una partida de cartas, según Óscar Puente, ese prócer de Oriente y Occidente que dejó Valladolid hecho unos zorros. La corte estuvo allí unos cuantos años, pero pronto volvió a Madrid. Igual ha hecho este saltimbanqui de la política, que lo mismo vale para un roto que un descosido, siempre que lo ordene su jefe. El sanchismo es fantástico y tiene un poder de persuasión fuera de lo común. Pareciera brebaje mágico untado en mentes claras que comienzan paulatinamente a ver borroso y difuso. Así pasa con las líneas rojas, que ya no se saben dónde están ni qué función tienen. Pero sí, en efecto, España es un laberinto sin hilo de Ariadna porque lo cortó Iglesias como infeliz Teseo.
En Valdepeñas decimos que metidos en el laberinto, lo mismo da blanco que tinto. Algo parecido piensa Sánchez, que igual le da ceder unas competencias que otras, porque no va a cumplir ninguna. Como esto ya lo sabe Puigdemont, se esmera, se enroca, se empeña en sacudir estopa y extorsionar sin límite a su víctima, sabiendo que todo es mentira y nada se cumplirá. Los otros se hacen los extorsionados y sangran de verdad, convertidos como están ya en actores de reparto de esta función de varios personajes en busca de autor. La tramoya se queda corta y España se difumina entre estos dos tahúres, pero para eso están Europa y la ultraderecha, que son como los polvos mágicos del alquimista que provocan la explosión de los anaqueles y dejan sin ver al común de los mortales, envueltos en una cortina de humo. Ahí está el Financial Times, que lo adelantó el otro día. Sánchez busca Europa huyendo del carajal hispano. Lo malo es que en Bruselas también está Puchi. Es como si Felipe II hubiera huido tras Antonio Pérez y hubiese formado gobierno con él. Falta la Princesa de Éboli, pero esa es Yolanda, que se ha quedado tuerta.
Dice el PP que Page habla pero no actúa y que sus diputados votan lo mismo. Pudiera ser, pero lo cierto es que Emiliano representa un papel distinto a lo visto hasta ahora. Es la cuña más dura contra el sanchismo y a Pedro solo lo harán caer los próximos y cercanos. Por eso Sánchez también tiene su plan contra él y tratará de neutralizarlo. Aunque Pedro es más de huidas hacia adelante, resiliencias y tierra firme. Busca su salvación personal y el resto le da igual. La diferencia es que Pedro está sentado sobre un barril de pólvora y Emiliano, en una mayoría absoluta. El PP veremos si encuentra la salida al laberinto y es el gallego el llamado a hacerlo, mientras Vox espera su oportunidad dormido, que no durmiendo. En cualquier caso, este laberinto más parece de Ocón de Oro, donde hay varias soluciones y hay que acertar la válida. Lo peor sería que el mismo laberinto ya fuera España y entonces no habría posibilidad de salida alguna.