Cuando la vida se acaba y se agota, comienza el bolero. Es lo que le ha pasado a Pedro Sánchez, que de las mil vidas que quisiera vivir, sólo le quedaba la del cantante de boleros. Ha sido presidente, conductor de Peugeots, resiliente, inventor de la fachosfera… Pero siempre le había quedado una asignatura pendiente, que es la que quiere aprobar ahora y pocos se han dado cuenta. Ni el mismo José Alfredo Jiménez en sus noches de borrachera con Chavela hubiese escrito una carta de amor certificada como la de Pedro el otro día a media tarde. Y no hay medias tintas. Es una carta de amor sin reservas, sideral, categórica. "Yo, no me da rubor reconocerlo, estoy profundamente enamorado de mi mujer". Hay boleros que comienzan peor y son una obra maestra.
Sánchez es la tecla que ha tocado y le funcionará. Irse por amor, el hombre que asustó a Maquiavelo, la Historia y el Partenón. Renunciar por ella, aquí os quedáis, no aguanto más. Vale que la puso un día junto a la Reina en la recepción de Oriente o que no le ceda el paso siempre que va con ella. Incluso que se meta las manos en los bolsillos como el otro día frente al Rey. Pero Pedro es un hombre profundamente enamorado de su mujer y no de sí mismo, como leo en la prensa. No es cierto que sea un narciso, aunque para salvarse él haya puesto en la picota a su esposa. La quiere. La quiere y punto. Y en esta vida si no haces cosas por amor, es como no haber vivido.
Pedro maneja las emociones como nadie, porque no tiene y así ha jalonado victoria tras victoria. Pero la más importante es la del corazón de su mujer. Begoña por encima de todo, incluso de cartas firmadas de su puño y letra como las que un día seguro que se intercambiaron. No pasa nada porque Pedro haya puesto a nuestro país a la altura de Argentina o Venezuela. El caudillismo no es malo si se quiere a la esposa. Como Juan Domingo, Eva, Néstor o Cristina. Aquí los supermercados todavía no tienen las estanterías vacías ni se ha desatado un corralito. Pero Pedro ama a Begoña en abril como las primaveras rotas, desatadas, apasionadas, igual que una rosa primera… Como el primer día, que escribiría Alberto Cortez. No hay nada al lado de un bolero. Esa es la manera de entrar verdaderamente en la Historia. Irse por amor. Y no volver, claro. Aunque en Pedro siempre hay algo después.
El voto femenino sería suyo para siempre aunque ya más nunca se presentara. Es la paradoja que a veces enfrenta la vida. Irte en el culmen, la cima, aunque te hayan robado el teléfono y no controles el CNI. La vida es un bolero, una ranchera. Perfidia, si tú me dices ven, el tiempo que te quede libre… Hay tantos, escojan el que quieran. Todos son de Pedro, Rafaella Carrá y Begoña. Tome la decisión que tome, Pedro acertará. Por encima de los jirones de piel en Ferraz, ama profundamente a su mujer.
Me repito en el artículo, pero es que todos los boleros se repiten. Y esto ya lo habíamos vivido alguna vez, como recordó Pedro Jota con Nixon. Del lodo al fango, de la ternura al odio, a esta España rota y dividida, sólo la salva un bolero. Gracias, Pedro, por ser Danny Daniel en el karaoke de la vida.