¿Los últimos abuelos?
Hace unas semanas publiqué un artículo bajo el título “¡Es la natalidad, estúpidos!” en el que mostraba mi preocupación por la poca importancia que nuestro país está otorgando a los bajos niveles de natalidad como una de las principales causas del despoblamiento de amplias zonas de España, con las consecuencias sociales y económicas que ello implica y, sobre todo, con las que implicará en el futuro en asuntos como las pensiones o el mantenimiento del estado de bienestar.
Hoy abordaré otro asunto, ligado al anterior, y que tampoco está siendo estudiado ni explicado, y que desde mi punto de vista influirá en el futuro de modo importante acrecentando la crisis de la natalidad y generando enormes cambios en las dinámicas sociales ligadas a las familias españolas. Me refiero a la cada vez más tardía edad en la que las parejas españolas deciden tener hijos. Si en 1985 la edad media a la que las mujeres españolas tenían su primer hijo era de 25,8 años, en la actualidad la edad media ha ascendido a 30,8 años. Este gran incremento (especialmente palpable desde el estallido de la crisis económica en 2008, en que la edad media se situaba en 29,3) supondrá con el paso de los años una gran transformación de la sociedad. Ya en Estados Unidos se denominó sandwich generation a esa nueva generación que tendría que afrontar económicamente pagar las universidades de sus hijos y también la residencia de sus padres, de manera simultánea.
Yendo un paso más allá, yo abordaré aquí el posible final de un modo de organización familiar en el que los abuelos son pieza clave de la gestión del día a día de muchos hogares. En nuestros días, la mayoría de las parejas que se animan a tener hijos están pudiendo disfrutar de la ventaja de contar con la presencia de los abuelos, pues éstos aún proceden de las generaciones que tenían hijos como media en la década de la veintena. Este hecho es un tesoro sociológico que no valoramos suficientemente: tanto por experiencia personal como a tenor de las estadísticas, puedo afirmar sin temor a equivocarme que -a día de hoy- la labor de los abuelos es una pieza fundamental en la cohesión de millones de hogares, en la facilitación del día a día en tareas como la educación, la recogida de los niños de centros escolares, la prestación de ayuda en comidas/cenas de los pequeños, el acompañamiento al ocio y actividades extraescolares de los niños y también en muchos casos en un apoyo desde el punto de vista económico a las cuentas familiares, pues muchos de ellos pudieron cotizar bastantes años de trabajo y por ello tener pensiones bastante dignas a día de hoy.
Este es el retrato más habitual en la España de hoy, y Pero, ¿será esto así en el futuro? Desgraciadamente, es probable que ni nuestros políticos ni la sociedad en general sean conscientes de que este es muy posiblemente un modelo en vías de extinción. Con la edad media actual de maternidad (casi 31 años como media para el primer hijo y con abundancia de nacimientos ya rondando la cuarentena), si este modelo se consolida una generación más, la figura social de los abuelos se desvanecerá. Estaremos, por tanto, ante “los últimos abuelos”, entendidos en su faceta activa e importante en la organización familiar y social.
Las preguntas clave son: ¿Qué sucederá cuando, a la vuelta de unos años, las generaciones que están hoy siendo padres de manera más tardía sean a su vez abuelos? ¿Qué escenario es probable que se encuentren?
Si nada cambia, y parece que en absoluto será así, los hijos de los actuales “padres tardíos” muy posiblemente tendrán descendencia igualmente a edades avanzadas, produciéndose una situación absolutamente novedosa: los abuelos tendrán una edad muy superior a la que tenían en el pasado. Será tónica habitual que la edad media de los abuelos ronde los 75 años en el momento del nacimiento del primer nieto. Ello supondrá que, por mucho que la medicina avance y el estado general de salud de esa franja de población haya mejorado con respecto a lo que era habitual, la vitalidad de esa “generación de abuelos” sea menor que en el pasado por motivos meramente físicos. Lógicamente, no es lo mismo hacerse cargo del cuidado de niños con 65 que con 75 años, y ello será especialmente notorio en las familias que tengan más de un hijo (o primos en edades similares) y en los momentos en que esos niños vayan teniendo 8, 10 o 12 años, edades en las que los abuelos superarán ampliamente los 80 años y evidentemente, no podrán contribuir de igual manera a todas las actividades familiares que en nuestros días sí contribuyen los abuelos. Muy al contrario, lo más probable es que esta generación de abuelos comience sus años de declive -en los que pasan de poder ayudar a requerir ayuda- en el mismo momento en que los nietos exijan una mayor carga de tiempo, atención y desembolso económico. Dicho de otro modo: salvo que la ciencia o la tecnología avance de modo impresionante, las generaciones que ahora están (estamos) siendo padres verán cómo, lejos de poder ayudar a sus hijos en su faceta de abuelos tal como hoy sucede, vean cómo necesitan ser cuidados y atendidos en el mismo momento en que sus hijos estén en plena fase de crianza de los nietos.
¿Qué implicaciones puede tener esta nueva situación en nuestra sociedad? La verdad es que se plantea un futuro con grandes sombras en este sentido. A la vital importancia de la figura de los abuelos como “institución”, con una carga sentimental y afectiva inmensa, como referentes de los nietos en una escala en muchos casos casi equiparable a la de los propios padres, hay que añadir las citadas facetas más prosaicas que hoy desempeñan en base sobre todo a su disponibilidad de tiempo y buena disposición tanto física y sanitaria como económica.
En el modelo futuro, que se irá implantando progresivamente, su función se irá debilitando: serán más viejos y por ello previsiblemente menos vitales, habrán trabajado más años (todo hace indicar que la edad de jubilación rondará los 70 años) con lo que ello también implica, está por ver de qué pensiones disfrutarán (las actuales tasas de paro harán que muchos futuros abuelos hayan cotizado menos que los abuelos de hoy) y previsiblemente su aportación a la crianza de los nietos será mucho menor que la actual.
De confirmarse este escenario, es también de prever que las tasas de natalidad se vean aún más mermadas en el futuro, pues a nadie se le escapa que la presencia de unos abuelos vitales predispuestos a ayudar es para muchos padres una tranquilidad y un factor que los anima a no temer embarcarse en la aventura de tener descendencia. Qué duda cabe que, con una situación en la que deban afrontar simultáneamente el cuidado de progenitores y descendientes, es previsible que muchos padres en el futuro decidan tener menos hijos, retroalimentando el problema.
De este modo, al ya desalentador panorama demográfico español para los próximos lustros, se une este otro que sin duda no ayuda a solucionarlo, sino que muy al contrario puede potenciarlo. Creo que es momento de que nuestra sociedad se plantee en serio el reto que supone tanto las bajísimas tasas de natalidad como la excesivamente avanzada edad a la que las parejas se convierten en padres. Todo un sistema social de ayuda mutua intergeneracional se está desmoronando ante nuestros ojos y nadie parece querer darse cuenta.
Eduardo Sánchez Butragueño. Académico Numerario de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo