En España, en la nación de la piel de toro, hablar de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestro patrimonio material e inmaterial es hablar del Toro y del Toreo y hablar de ello es hablar “... probablemente de la riqueza poética y vital mayor de España”, tal y como afirmó Federico García Lorca.
Nuestro arte, en especial la pintura y la literatura, han reflejado como ninguna la singular atracción a lo largo de la historia del mundo del toro y la creación; sin embargo hoy, algunas voces, más estridentes que numerosas, pretenden convencernos de lo contrario; y no solo eso, pretenden imponer a todos un pensamiento único, como siempre ocurre con los que no respetan la libertad ajena.
Recientemente dos ministros de este antitaurino Gobierno han manifestado su voluntad de prohibir los toros y la caza o nos han regalado su concepción de los cazadores y toreros como seres “casposos”.
Los hombres y mujeres del mundo del toro y de la caza son gente muy inteligente y los más respetuosos que conozcan con el medio ambiente. Por inteligentes y cultos tengo yo a Goya, Valle Inclán, Ortega y Gasset, Dalí, García Lorca, Bergamín, Alberti, Neruda, Cossío, Pérez Galdós, Bécquer, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Camilo José Cela, Gabriel Celaya, Julio Cortázar, Berlanga, Hemingway, Gabriel García Márquez, Ignacio Sánchez Mejías, Vargas Llosa... otros quizás no.
A la señora Teresa Ribera, todavía ministra de Transición Ecológica y tan aficionada, como todo intransigente, bajo la falsa coartada de que le gustan los animales vivos, ya contestó con anterioridad a sus palabras el Premio Nobel de Literatura Vargas Llosa cuando manifestó que “el toro bravo existe porque existen los toros; si no, desaparecerían, es una creación de la Fiesta Taurina. Y es un animal privilegiado, tratado con inmenso amor, aunque lo ignoren los animalistas”.
El también ministro socialista señor Ábalos, al llamar a los toreros y cazadores “casposos” reniega de sus propia familia y tradiciones y si no que se lo pregunten a su progenitor, D. Heliodoro Ábalos, “Carbonerito”, torero. Mala cosa siempre ha sido el renegar de lo propio porque al final perdemos toda nuestra identidad.
Pero lo importante a mi entender es que la tauromaquia es más que una actividad profesional, más que el mantenimiento de una raza como la del toro bravo, más que defender la dehesa o el valor que supone en nuestro producto interior bruto, es sobre todo una parte esencial del patrimonio histórico y cultural de los españoles.
Que los toros son cultura no lo duda nadie, incluso la que se ha dado en llamar erróneamente “generación antitaurina”, la llamada generación del 98, empezando por el propio Azorín, manifestaban no sólo su respeto sino incluso su afición, hasta el punto de que cuando habla en Albacete de que los toros de Flores eran traídos a Monóvar y el encierro era público, “una vez cogí yo el capote y dí unas verónicas”, de lo que fue testigo su amigo el “Mancheguito”. O cuando en Valencia relataba: “La plaza de Toros de Valencia era una airosa plaza. No perdía yo corrida”.
En el mismo sentido Blasco Ibáñez, o el propio Valle Inclán defendiendo el toreo como creación artística: “Cuanto mayor es el peligro del torero, mayor es la amenaza de tragedia y más grande es la manifestación de arte”.
Mas rotunda fue la generación del 27, a la que María Zambrano llamaba la “generación del toro” y en la que García Lorca se rebelaba contra escritores y artistas porque, según él, desaprovechaban la riqueza del mundo taurino “... debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar”.
Hoy la historia se repite y algunos tratan de identificar a los toros con la barbarie y no solo eso, tratan de imponernos su concepción y sus prohibiciones en vez de respetar nuestra libertad de elección. Nos dicen qué es cultura y qué no lo es, pensando que la cultura, como criticaba Victorino Martín en un reciente artículo, se crea por decreto. Tratan de imponernos una prohibición que como manifestaba Vargas Llosa es política, y en concreto en Barcelona un intento de demostrar que Cataluña no es España.
Y también existen los que de nuevo cuño creen que sólo ellos defienden las tradiciones, en mi caso hablo con mis hechos. Cuando tuve el honor de ser Presidente de Las Cortes de Castilla-La Mancha en la pasada legislatura (2011-2015), abrí dicha Institución a una parte de nuestra historia, de nuestras tradiciones, de nuestra cultura y de nuestra economía, en definitiva de nuestro arte y de nuestra vida. El Salón de Plenos se convirtió en estudio de radio, donde los escaños estaban ocupados por toreros, ganaderos, empresarios, médicos y demás personas vinculadas al mundo del toro. Allí don Manolo Molés actuó de director de lidia haciendo una faena inolvidable, que se trasladó por las ondas a toda España.
Hoy no trato de convencer a nadie de nada, sólo trato de manifestar mi derecho, el derecho que deben tener todos a poder ser taurinos, sin que se me acuse de ser cooperador necesario en lo que algunos denominan “asesinatos en serie”, a esos ya les contestó uno de los mayores comunicadores de nuestro país, don Carlos Herrera, más que acertadamente.
Entiendo de toros mucho menos que la mayoría de la gente y me gustaría saber al menos lo que Arturo Pérez Reverte de “animales bravos y de hombres valientes”. Al menos comparto con él la visión del niño que acompañaba a su abuelo a los toros y la convicción de que lo taurino no es solo un espectáculo sino “un rito trágico y fascinante que permite al observador atento asomarse a los misterios extremos de la vida”, o como dijo el gran pensador salmantino: “la tauromaquia es, de todas las bellas artes, la más ortodoxa, pues es la que mejor prepara el alma para la debida contemplación de las grandes verdades eternas de ultratumba”.
Algunos me quieren quitar la afición a los toros, nos la quieren quitar, pero no pueden porque tendrían que quitarme algo que no llevo puesto sino que llevo muy dentro.
Vicente Tirado Ochoa. Vicesecretario General de Política Autonómica y Local del PP