No podemos continuar atrincherados en una estrechez mental, de falta de discernimiento en el valor de cada cosa, pues nos impide avanzar hacia otros estadios más armónicos. Indudablemente, hay que pasar de las bellas palabras a los hechos, y lo importante es que la desigualdad no crezca en un mundo en el que hay que promover de manera justa la ponderación de oportunidades, en toda esa familia global, de la que formamos parte. La discriminación es otra de las deudas sociales que no han sido capaces de atajar, hasta ahora, desde ningún poder humano. Por desgracia, prolifera una desbordante cantidad inhumana de comportamientos que verdaderamente nos dejan sin verbo. Ante este bochornoso contexto, de no ser capaces de dignificar vidas, se requiere con urgencia de otros liderazgos, más comprometidos y responsables con todos los moradores, y también más activos en el diálogo para superar malos entendidos o ciegos andares que nos desmoronan, por su falta de sensibilidad, como especie pensante. Aún hay más, porque las mismas autoridades en ocasiones contribuyen con sus actitudes públicas o estereotipos negativos a la deshumanización, e incluso incitan a la violencia, con su carga de lenguajes extremistas. Todo este conglomerado de ineptitudes nos exige cambiar de aires. Hagámoslo de una vez por todas.
En cualquier caso, no me parece de recibo, como en su tiempo dijo Nelson Mandela, denegar a las personas sus derechos humanos, porque es cuestionar nuestra propia humanidad. Por eso, ya está bien de que ese mundo privilegiado continúe viviendo a cuerpo de rey,,a costa de la pobreza de algunas gentes. No sirve este modelo injusto de desarrollo. Tampoco valen estas políticas actuales. Y aún menos, esas gentes apegadas al poder, corruptas y con nula capacidad de servicio social. De lo contrario, ya estaría en destierro esta cultura que esclaviza y descarta la vida de muchas gentes, negándoles derechos tan básicos como el acceso al agua potable; algo que se da especialmente en el territorio africano. Está visto que todavía no hemos aprendido a colaborar, a unirnos por una misma preocupación, a hacer de la política, no algo que nos divida y enfrente, sino algo nuevo que nos obligue a trabajar juntos por el bien colectivo. “Debemos recordar que los delitos motivados por el odio están precedidos por los discursos que lo incitan”, acaba de apuntar el asesor especial de la ONU para la prevención del genocidio Adama Dieng.
Por consiguiente, no me gustan esas gentes arrogantes, que marginan, que vierten rencor en cualquier esquina, que utilizan las instituciones para su lucro personal y la de sus seguidores, prefiero otros lenguajes más del corazón que nos fraternicen, pues este mundo es algo más que un mercado a resolver, es un espacio a compartir y no a competir, un punto para el encuentro y un lugar para la convivencia. Estas cuestiones tan básicas, y por ende esenciales, apenas se consideran en los programas políticos, que aparte de que suelen tener poca amplitud de miras, suelen ser arcaicos y poco rompedores con este sistema que nos desiguala. Se requieren otras sabidurías, otros agentes con otras convicciones más respetuosas con el análogo, sólo así se puede evitar un uso desordenado de las cosas o el derroche al que estamos acostumbrados. Los países tienen que dejar de demostrar su fuerza, tampoco tienen que autoafirmarse, sino ayudarse unos territorios a otros. Cuando los hombros se arriman, no por dinero sino por amor, hasta la flaqueza se convierte en heroicidad.
Al fin y al cabo, lo importante es recuperar los grandes valores humanos, aquellos que nos hacen mejores personas. Tenemos que ahondar más en nosotros para dar sentido a esta nueva época, que ha podido avanzar en el modelo tecnocrático, pero en cambio hemos perdido alma en nuestras acciones. Los avances no están en función del rédito, sino en el servicio a la realización humana, en la donación hacia ese futuro feliz y esperanzador que todos nos merecemos cosechar. También esa ciudadanía frágil, ausente de políticas públicas, exige un cambio de actitudes en multitud de líderes, sobre todo en aquellos que han hecho de la política su negocio personal. La entrega incondicional a la sociedad y la obligación de hacer esa gran revuelta humanística será, sin duda, el gran avance que todos hemos de propiciar. Es cuestión de alentarnos hacia esa cultura del ejercicio generoso, que es lo que realmente nos madura y trasciende. La solidaridad, tal y como hoy la entendemos, tampoco sirve. Siempre hay un interés por medio, cuando la clave está en revalorizar ese amor auténtico del abrazo permanente. Que no nos confundan con otras poéticas/políticas que no son amor, sino cadenas de intereses. Digamos no a ese afán depredador de algunos. Digamos no a esa supremacía inhumana, enfermiza. Digamos no a aquellos gobiernos que no tienen en cuenta los derechos humanos y las libertades. Digamos no, en suma, a esos tiroteos masivos, ya sean de dicción o con armas.