Ahora estamos en esas de la España vaciada, o vacía, o abandonada o, como dirían los mas creyentes, dejada de la mano de Dios. Es el asunto de moda en la política española, hasta el punto de que los responsables políticos han pensado y están decidiendo que se necesitan organismos creados específicamente para atajar un problema grave de despoblación de nuestros pueblos y de muchas ciudades de donde se huye por falta de trabajo y otro tipo de consideraciones.
El problema está ahí. Hay que resolverlo poniendo sobre la mesa medidas que reviertan la situación y los pueblos y esas ciudades se conviertan en lugares atractivos para que vuelvan a ser lo que fueron en alguna época, porque potencial tienen. Lo que hace falta es dar con ese toque singular que cada pueblo o ciudad tiene específicamente.
En estos pueblos, los habitantes se quejan, y a mi juicio con razón, de que los políticos de turno sólo aparecen por ellos en época de elecciones para recoger los votos, que aunque sean pocos, son muy importantes, sobre todo en las elecciones municipales para rascar algunos concejales más que sirvan para conseguir esas diputaciones, que yo pienso que son organismos obsoletos que deben desaparecer por razones que aquí no procede explicar pues daría para otro comentario, y una vez conseguido el objetivo si te veo no me acuerdo y reparto como creo conveniente, coloco a la gente que creo conveniente en virtud de una serie de parámetros y a vivir que son dos días.
Recuerdo que por los años sesenta, independientemente de la emigración a otros países, empezó en España una inmigración brutal hacia nuestras grandes ciudades en busca de una vida mejor. Pero si los emigrantes a otros países las pasaron poco bien, aunque se diga que iban en buenas condiciones, nada más lejos de la realidad en la mayoría de las veces: los que inmigraron tuvieron los mismos problemas y más. Habría que ver en qué condiciones y dónde vivían en las grandes ciudades.
Cada pueblo tenía su médico, en la mayoría de los casos, que vivía en el mismo pueblo, y estaba de guardia las veinticuatro horas. Y los maestros también vivían en el mismo pueblo, como otro tipo de funcionarios que daban vida. No quiero decir que en los tiempos en que vivimos un médico tenga que estar de servicio las veinticuatro horas, pero en muchos de esos pueblos va tres días a la semana y pasa una consulta de dos horas. Ni tanto ni tan calvo, como dice el refrán. Cierto que no son los mismos tiempos, cierto que no hay que comparar, pero no es menos cierto que una de las medidas que se podría tomar es hacer atractivos esos destinos mediante una serie de incentivos que retuvieran a los funcionarios con el fin de fijar población.
Es tremenda la situación a la que ha pasado esa España vacía. Tal vez por aquellos años sesenta, cuando empezó esa inmigración, se tenían que haber puesto las bases para evitarlo y los gobiernos de turno haberse empleado a tope, con imaginación y actitud decidida, para resolver un problema que se avecinaba. Ahora me dirán que todo se ve con más claridad, pero en aquella época los gobiernos no deberían haber permitido que las grandes ciudades crecieran de la forma que lo hicieron, de una manera desordena, y los inmigrantes habitando unos suburbios con muchas carencias de habitabilidad. Se tenía que haber incentivado a las pequeñas ciudades y a los pueblos para el establecimiento de industrias y haber hecho una buena planificación de la nación impidiendo el establecimiento desmesurado y concentrado en esas grandes ciudades, pero tal vez no hubo interés, no se pensó en lo que podría ocurrir o, lo que es peor, sabiéndolo se dejo todo al libre albedrío.
Ahora, si nos damos un paseo por los pueblos de España y por algunas ciudades, ya no tan pequeñas, vemos que hay multitud de carteles que anuncian que se venden muchas de sus casas. Incluso se venden los pueblos enteros. Esa es la triste realidad, a pesar de que muchos alcaldes y alcaldesas buscan maneras imaginativas para que la gente vuelva, como por ejemplo quienes ofrecen trabajo y casa para matrimonios con hijos con el fin de que no desaparezca la escuela, pues un pueblo sin niños es un pueblo triste, o hacen ferias para atraer a gentes y vender sus productos, que por cierto tienen enorme calidad.
No, señores políticos. El problema de la despoblación es serio y no se arregla con declaraciones más o menos rimbombantes en los medios de comunicación que a los dos días dejan de tener interés y se han olvidado. Hay que hablar con los alcaldes y alcaldesas y buscar soluciones conjuntas, escucharles detenidamente ver que planteamientos tienen y buscar el potencial de esos pueblos y ciudades, hacer un estudio serio y dedicar todos los recursos necesarios. Vamos a dejarnos de demagogia, de palabras tan vacías como esos mismos pueblos y ciudades. En definitiva, a ponerse todos a trabajar, cada cual en la parcela que corresponda, y revertir la situación. Aunque es una situación que veo muy difícil que se pueda revertir, pero casi nada es imposible en este mundo que nos ha tocado vivir.