El 21 de agosto de 1910, cuando el sol rozaba el horizonte, José María Grimaldos emprendió un largo viaje, de consecuencias inesperadas. Torturas, sufrimientos, olvidos, desencuentros, pero sobre todo una Justicia que no funcionaba, un mundo rural agónico, una política preñada de ideología y huérfana de ideales humanistas, beligerante con la inteligencia y la racionalidad; una sociedad hundida carente de valores; una prensa interesada en perseverar un lado de la realidad; un universo enfrentado, dirigido por poderosos que nada sabían de la vida, de la real, de la que enfrenta la mayoría de seres humanos cada día... y que abusaban del que la vivía amargamente.
Que nadie encuentre en la inmolación de León y Gregorio la única razón de aquel aquelarre; que nadie busque en la tortura la única razón de aquel esperpento humano que fue el llamado Crimen de Cuenca; que nadie justifique lo decrépito de aquel universo en la razón de un loco..., que nadie culpe a unos pobres aldeanos por sus comportamientos atávicos. Fueron todas y cada una de las mencionadas, y alguna más, las razones que, arrejuntadas, se afanaron en redimir una Justicia mal entendida y un sistema político que no se aguantaba.
Transcurridos 109 años me gustaría poder decir que todo pasó, que la España de la modernidad llegó y quebró la sinrazón de tanto dolor; que los políticos utilizan la política para bien dirigir los asuntos públicos, siempre pensando en el bien de las personas y del mundo que nos acoge; que la Justicia, dotada de modernas leyes y medios suficientes, es igual para pobres y ricos y que, en su manto, alberga la esperanza de la equidad; que el mundo de los pueblos, que durante tanto tiempo alimentó nuestros sueños, vive un nuevo renacer y con él se rejuvenece nuestra esencia; que la cultura, en su primer significado, es decir, el cultivo del pensamiento racional basado en conocimientos, campa ancha entre aquellos que dirigen nuestros destinos y también entre aquellos que se dejan llevar por la supervivencia temprana de los instintos; que las ideologías, sobre todo aquellas que no aceptan los derechos básicos de todo ser humano, huyeron abatidas por la solidaridad entre los pueblos, por la riqueza de lo diferente, por el sacramento de la libertad y el respeto de la diversidad.
No es necesario desplegar una gran inteligencia para ver que seguimos dirigidos por una política sin rumbo, completamente ideologizada, donde lo importante es hacer valer mi pensamiento, en el que no caben los demás; por unos políticos preocupados más por mantener su sillón que el bienestar de sus feligreses, incapaces de ver seres humanos, que se acompañan simplemente de adeptos y vasallos acríticos, que refuercen de manera cansina sus prédicas; que seguimos sin tener una Justicia moderna, con medios idóneos y alejada de los embates de la política, sobre todo cuando hablamos de la Justicia suprema y de la constituyente, designada a dedo; que seguimos sometidos a una educación que no educa, que distingue, que estigmatiza, que señala con el dedo a los diferentes y todavía hoy, sí, todavía hoy, sometida a un machismo recalcitrante que no permite a las generaciones de jóvenes pensar con la libertad que sólo la igualdad permite, y generar un cultura abierta, libre, equidistante basada en la riqueza de la variedad; que seguimos deteriorando nuestro mundo rural, pervirtiendo nuestra alma y alejándonos de nuestros orígenes; que los pensamientos comunes apenas divergen, únicamente, entre las dos orillas de las ideologías que nos dominan, gestionadas por el poder económico.
Olvidando nuestra historia, destruimos nuestro presente y ponemos en riesgo nuestro futuro. Han transcurrido 109 años y sigo viendo tantas causas, tantos daños, tantos crímenes, en cualquier frontera y en cualquier territorio, mas allá de la imperturbable llanura manchega, tantos sacrificios, innumerables tormentos, tanta política ideologizada, sin objetivos, tanta incultura, tanto desprecio hacia los desiguales, tanto menosprecio hacia la mitad inteligente del género humano, que no puedo colegir otra consecuencia: el ser humano es un ser terco, ignorante, en definitiva, necio. Y lo que es peor, pasará otra centuria y seguiremos pateando la misma piedra, y recorriendo los mismos caminos que pastoreó José María Grimaldos durante un cuarto de siglo, sin enterarse de na.
Fco. Javier De León V. es profesor de Derecho Penal en la Universidad de Castilla-La Mancha y autor del libro ‘¡Ay, Dios mío! ¿El crimen de Cuenca?’ (Universo de Letras, 2019)
*La imagen que ilustra el artículo fue publicada en Nuevo Mundo el 23 de marzo de 1912