Las críticas no suelen ser agradables, pero lo importante no es eso, sino el que sean interesantes y contribuyan a luchar por un ambiente más justo y habitable. La mejor enseñanza siempre es la autocrítica de uno consigo mismo. Son tareas de la vida y, como tales, hemos de llevarlas a término. No podemos permanecer indiferentes ante los problemas de nuestro tiempo. Hemos de batallar por otro modo de vivir, con menos enfrentamientos, comprendiendo más y escuchándonos igualmente unos a otros. Una sociedad que vacía el fundamento antropológico de la familia, que cuestiona los vínculos, que impone pensamientos únicos, que activa el desencuentro, desestructura y desorienta, merece la pena luchar por cambiarla, puesto que ha de ser rescatada cuanto antes.
En efecto, urge que nos liberemos de tantas simulaciones vertidas. Quizás necesitemos otro tipo de controles menos interesados, fundados en la conciencia del ser, ante una siembra de desnaturalización sin precedentes y un mal modo de entender la libertad. Tal vez el primer paso, deba ser el respeto a la propia naturaleza de la persona, algo que no puede manipularse a nuestro capricho, porque esta dualidad hombre-mujer (masculino-femenino) es algo natural, de lo que no podemos despojarnos. Hay algo innato, que no debemos contradecir por más que nos aleccionen, y es la necesidad del niño a crecer en una familia con un padre y una madre, que ejerzan su misión responsable, en unión siempre, para que esa madurez afectiva que todos los corazones requieren pueda desarrollarse y ejercer un sentido crítico, máxime en un tiempo convulso, de invasión de propuestas verdaderamente inhumanas.
Insisto en la palabra combate, pues una sociedad que abandona a sus progenitores y descendientes, que no sabe quererse, difícilmente va a poder construir nada. Se vuelve estúpida y destructiva a través de sus torpes andanzas. Desde luego, no podemos ceder a esta deshumanización total del planeta, que unida a la mala salud de la tierra, combinada con la pérdida de biodiversidad, agravada por los efectos del cambio climático, obliga a que millones de personas deban migrar hacia otros lugares. En consecuencia, esta acometida a mi manera de ver tiene que ser contundente y en dos direcciones, la de neutralizar la degradación de las tierras, y la de oponerse a esta sociedad endiosada por el conocimiento que no sabe respetarse ni así misma. Requerimos de otras sabidurías que sepan hallar puntos de coincidencia, y consideren a cada persona por lo que es, no por lo que representa, en su particular y diferente condición, de manera que nadie pueda sentirse acosado, violentado o discriminado injustamente.
Otra de las luchas primordiales ha de ser contra el hambre en el mundo. Hay un sector privilegiado que todo lo derrocha, mientras otra gran mayoría de ciudadanos se encuentran desprotegidos socialmente. Ya está bien de tantos buenos propósitos. Nadie puede marginar a nadie. Es cuestión de saber respetarse y de entenderse. De ahí la necesidad de no ignorar a esos moradores que son pobres y desdichados. Hemos de salir de esta vulgaridad, ser más auténticos, y no asentarnos en bases capitalistas. Reflexionemos, dejémonos respirar hondo, y después de emanciparnos de todo asentamiento falso, descubriremos la verdad, que será lo que nos instará al cambio de talantes, cuando menos a ser más compasivos y caritativos con nuestro prójimo. De lo contrario, si proseguimos bajo las ansias de acumular riquezas y poder, nos aplastaremos unos a otros en nuestras necedades y absurdas literaturas, que lo único que hacen es atizar fuego y empujarnos a los conflictos.
Por tanto, hacen falta manos tendidas y extendidas, perseverancias y esfuerzos por otros amaneceres menos violentos para la edificación de ese bien colectivo que nos aglutine y no deje a nadie en el camino, tesón para despertar y dejar de ser hijos de las confusiones e incertidumbres, salir de esta demoniaca locura colectiva dispuesta a modificar los fundamentos naturales que son los que nos sostienen y sustentan como proles de la luz. Ir contra natura, como algunos mortales pretenden, es matarnos como especie. Confiemos en que nuestros gobernantes aviven otras actitudes, sepan rectificar a tiempo y entonen otros himnos más universalistas que nos fraternicen, con una copiosa cosecha de alcances y raciocinio. La complementariedad de géneros, la cooperación de todos entre todos, la fuerza poderosa del deseo por ser una sociedad en la que podamos convivir con iguales posibilidades, la fibra de la justicia como pujanza para erradicar la pobreza en el mundo; son esas luchas imprescindibles en esta época, si en verdad queremos continuidad en nuestro linaje. No olvidemos que nuestra acción es una necesidad. Actuemos armónicamente y dejemos que las armas se oxiden. Es cuestión de poner el corazón en ejercicio, para llorar con los que lloran y reír con los que ríen.