Dijo Winston Churchill que si estamos juntos no hay nada imposible, pero que si estamos divididos todo fallará. En este tiempo político de fragmentación y polarización es precisamente cuando con más convencimiento debemos reivindicar el acuerdo como valor imprescindible y base para cualquier avance. España se enfrenta hoy a numerosos y complicados retos. Revertir los preocupantes datos en materia de fracaso educativo, garantizar un sistema de pensiones sostenible y digno, modernizar el marco industrial y laboral, incentivar la natalidad, frenar la despoblación de las zonas rurales, hacer frente a los efectos del cambio climático o fortalecer la cohesión de nuestra Nación en torno a los principios constitucionales de la igualdad y la libertad ante la amenaza separatista.
Sin duda, en esa lista de grandes desafíos se encuentra la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres, en oportunidades y en reconocimiento social, y, desde luego, la respuesta ante la lacra que supone la violencia machista. Hoy, 25 de noviembre, conmemoramos el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En lo que llevamos de año, cincuenta mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas en nuestro país, la misma cifra que en todo 2018, según datos del Gobierno de España actualizados a 31 de octubre. La última víctima incluida en este registro es una mujer de 39 años, desaparecida en enero y encontrado su cadáver en julio en una vivienda de Almería. Tenía cuatro hijos pequeños. No existían denuncias previas por violencia de género. Con ella asciende hasta 1.026 la cifra de mujeres asesinadas desde enero de 2003, cuando se empezaron a contabilizar oficialmente.
Son demasiadas. Y marcan un patrón. Es evidente que existe un tipo concreto de violencia que debe ser atendido con acciones específicas. Negar la realidad solo puede deberse a una ceguera patológica o a una estrategia política perversa. Es cierto que existen otras formas de violencia intrafamiliar, claro. Es verdad que, en paralelo a la violencia machista, hay casos de otros modos de violencia, de padres contra hijos, de hijos contra padres, de nietos contra abuelos. Pero ocuparse de la violencia intrafamiliar ha de ser compatible con atender la violencia machista como fenómeno específico que requiere una respuesta específica. Pretender sacar rédito político de este asunto es sencillamente una inmoralidad. Pero tan inmoral es el discurso de quienes miran hacia otro lado y, más aún, desprecian cualquier iniciativa en este sentido, como el relato de quienes tratan de apropiarse de la lucha contra la violencia machista como si se tratara de un patrimonio exclusivo.
Por dejarlo más claro aún. Tan aberrante es el discurso de la extrema derecha cuando se opone sistemáticamente a las iniciativas específicas contra la violencia de género asociándolas a un supuesto “consenso progre” como el de la extrema izquierda cuando reparte carnets de feminista solo a aquellas mujeres que pertenecen al PSOE o a Podemos. Como si las demás no fuéramos mujeres. No cabe aquí la arrogancia ni el sectarismo. Podemos discrepar en las medidas concretas, podemos y debemos debatir sanamente. Pero el objetivo ha de ser común y el asunto desde luego tiene la suficiente gravedad como para que todos dejemos a un lado el partidismo y trabajemos juntos. La lucha contra la violencia machista no es propiedad exclusiva de ningún partido ni de ninguna ideología. En las causas justas no sobra nadie y conviene recordárselo a quienes miserablemente se apropian ésta, así como a quienes se desentienden de ella con incomprensible orgullo. Se trata nada más -y nada menos- que de resolver uno de los problemas más serios que tenemos delante.
Todas las administraciones -da igual qué partido gobierne o qué partidos le apoyen- tienen la obligación de cumplir el marco legislativo vigente, más allá de que impulsemos iniciativas razonables, sensatas y valientes para perfeccionar la acción institucional. Debemos avanzar en materia de prevención, de protección de las denunciantes, de investigación sobre las denuncias falsas, de coordinación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Debemos trabajar de la mano de entidades sociales, de jueces, de víctimas. Y debemos garantizar en todo caso el principio de igualdad entre hombres y mujeres que establece la Constitución, pues sería un inmenso error tratar de solucionar un flagrante desequilibrio promoviendo un desequilibrio en sentido contrario. Y debemos poner la vista con especial atención -y esperanza- en la Educación. Es vital inculcar a los niños y jóvenes el valor del respeto a las mujeres. Y también los medios de comunicación deben contribuir de manera responsable a eliminar viejos estereotipos.
En definitiva, debemos sumar fuerzas en esta lucha transversal contra la violencia de género, una lucha que nos concierne a todos, hombres y mujeres, de derechas, de izquierdas o de centro, unidos en la voluntad firme de construir una sociedad más justa, más igualitaria y más decente. Estemos a la altura de lo que nuestros conciudadanos merecen. Seamos serios, rigurosos, responsables y generosos en la respuesta a un desafío que supone un verdadero drama y que demanda un trabajo conjunto, masivo y fundamentado en la política útil. Si, como dijo Churchill, unidos no hay nada imposible, unamos fuerzas ya. Por la memoria y el honor de todas aquellas que nos han sido arrebatadas. Por todas. Por todos. No hay tiempo que perder.
Carmen Picazo es portavoz del Grupo Parlamentario Ciudadanos en las Cortes de Castilla-La Mancha