Hace unos días me tomaba un café con Susana, madre de Andrea, una niña albaceteña de 5 años que nació ciega. Me estuvo contando como iba tejiendo sueños mientras avanzaba su período del embarazo, incluso que había tenido un parto estupendo y rápido. Como sus ilusiones se hacían realidad, cuando abrazaba a su hija y la arrimaba a su pecho para alimentarla y darle su calor al mismo tiempo que la colmaba de besos y acariciaba.
Fue al mes o mes y medio, cuando en una de las revisiones pediátricas la doctora le anunció el velo que se extendía por la retina de Andrea y que le impediría ver. Fue un mazazo, un golpe que la dejó como flotando en la misma consulta, y que se desató en llanto en cuanto llegó a su casa. Esa noche fue larga y sus ojos derramaron todas las lágrimas que eran capaces de producir. ¡Muy duro! Y la eterna pregunta: ¿por qué a mí?
Pero, tras la noche llegó la luz, me decía Susana con una sonrisa en su cara. Aquella mañana, sin dormir, cansada, asomó nuevamente el sol a su ventana, y la determinación a su alma: ¡lucharé por Andrea y será mi motor!
Aún no había pasado una semana, me decía, cuando una tía suya, que tenía amistad con una de las enfermeras que la atendió durante el parto en el hospital, le dijo que por qué no se acercaba a la ONCE, que sabía que era una entidad que apoyaba a los ciegos. ¡Y allí se marchó Susana sin dudarlo, sin aplazar el momento, para enterarse de qué podrían hacer por Andrea, y sobre todo cómo podía ella actuar con una niña ciega que apenas tenía tres añitos.
Esta historia se ha venido repitiendo en los últimos 81 años, pues la ONCE ha venido siendo fiel a su compromiso fundacional que recoge el Decreto del 13 de diciembre de 1938, la de acoger a las personas con discapacidad visual grave, para contribuir a transformar sus vidas. Así lo hizo con Guadalupe, que desde mediados de los años 50 del siglo pasado, hasta finales de los 90, desarrolló la venta del tradicional Cupón en la calle Hombre de Palo de Toledo; que es portadora del carné de afiliada a la organización número 7570, en febrero de 1945, y que aún desarrolla la compra de forma autónoma en la ciudad de Toledo. Todo un ejemplo de lucha, de mujer trabajadora y con discapacidad, en una época mucho más complicada que en estos años del XXI.
Hoy, David, un joven valdepeñero, a sus 31 años, después de graduarse en Geografía e Historia en la Universidad de Castilla-La Mancha, en el Campus de Ciudad Real, y habiendo superado unas pruebas de acceso al curso de gestión de centros de la ONCE, prepara sus maletas cargadas de sueños para irse nueve meses a Madrid. Su futuro no sabe a ciencia cierta dónde va a estar, pero tiene claro que quiere seguir contribuyendo y sirviendo a este milagro que es la ONCE, patrimonio de todos los españoles y referente mundial de la ceguera.
Cada vez que usted se acerca a uno de los vendedores de la ONCE y adquiere uno de los productos de juego responsable que comercializan, desencadena una acción social que ha transformado cientos de miles de pequeñas historias como estas que les he contado. Por lo que ¡todos los juegos no son tóxicos o adictivos!
¡Gracias por confiar en la ONCE y contribuir a cambiar el mundo con la solidaridad y el talento!
Todo esto, como le contaba a Susana delante de una aromática taza de café, permitirá que Andrea pueda decidir su futuro, e incluso, pueda tomar el testigo para que el milagro continúe.
Carlos Javier Hernández Yebra. Delegado territorial de la ONCE en Castilla-La Mancha