El pasado 27 de diciembre, a las 12 horas, se hacía público el contenido de la carta de la Santa Sede en la que se comunicaba que el Santo Padre aceptaba la renuncia presentada por D. Braulio Rodríguez Plaza, al alcanzar la edad de jubilación, y nombraba Arzobispo de Toledo a Monseñor Francisco Cerro, hasta el momento Obispo de Coria-Cáceres. Diez años y medio han transcurrido desde aquel 21 de junio de 2009 en el que D. Braulio tomaba posesión de la Archidiócesis después de haber pastoreado las Diócesis de Osma-Soria, Salamanca y Valladolid. Es tiempo, pues, para el agradecimiento, pero también para hacer memoria de su episcopado entre nosotros.
Hay dos palabras que generan unanimidad en los fieles laicos que, de un modo u otro, hemos tenido el privilegio de conocer a D. Braulio como persona y como Pastor: sencillez y cercanía. Y otras dos que definen muy bien la forma en la que ha ejercido su ministerio episcopal: disponibilidad y entrega.
Muchos datos lo avalan, pero destacaré simplemente tres: es un pastor que ha estado –en visita pastoral– en todas y cada una de las 273 Parroquias que integran la geografía diocesana; es un pastor que, incluso en medio de la enfermedad, ha querido hacerse presente entre sus fieles en las diferentes actividades a las que era convocado, sin prisa, como si no tuviera nada más importante que hacer que estar en ese preciso momento en ese concreto lugar; es un pastor que ha caminado siempre junto a su pueblo, haciendo propias sus preocupaciones, incluso cuando aún no se hablaba, en gráfica expresión del Papa Francisco, de la necesidad de que los obispos tuvieran “olor a oveja”. Y siempre con una sonrisa en la cara.
Se han destacado –y con razón– muchos de los frutos derivados de su labor como Arzobispo de Toledo: entre otros, el cuidado y potenciación del rito hispano-mozárabe, las decisiones sobre la Festividad del Corpus, la atención especial al Seminario y sus seminaristas, la reorganización del Gobierno de la Archidiócesis. Para mí, desde la perspectiva laical, si tuviera que elegir entre las muchas aportaciones derivadas de su pontificado, me quedaría sin dudarlo con dos de ellas, que serán mejor valoradas aún con el paso del tiempo: las dinámicas generadas en torno al Plan Pastoral Diocesano y la promoción de la vocación laical.
D. Braulio llegó y pidió un Plan Pastoral “hasta que yo me jubile”. Sólo planteó el objetivo general –nueva evangelización y familia–; el resto lo hicimos entre todos, desde el Consejo Pastoral y con la activa implicación de Parroquias, Asociaciones y Movimientos. Es un Plan construido desde la participación cuando la palabra sinodalidad no estaba tan de moda. Sus frutos han sido innumerables: hemos crecido en comunión diocesana, hemos iniciado multitud de proyectos que han permitido anunciar a Jesucristo, acompañar a quienes nos necesitan, profundizar en nuestra formación, hacernos presentes en la vida pública. Estamos como Iglesia diocesana en espacios donde nadie quiere estar, al lado de quienes sufren.
D. Braulio ha impulsado personalmente no pocas de estas iniciativas, ha animado en todas, se ha hecho presente en las actividades realizadas en el contexto de las mismas, ha dirigido los trabajos pastorales presidiendo las reuniones de coordinación, ha iluminado nuestras acciones con sus distintas cartas pastorales al inicio de cada curso. Algunos de los temas centrales de los diferentes programas anuales han sido proféticos: la cuestión relativa a la ecología o la propia centralidad de la familia en la evangelización, por señalar dos de ellos.
Uno de los programas anuales –el segundo– se dedicó especialmente a profundizar en la vocación y la misión que tenemos encomendada los fieles laicos. Nos regaló una carta pastoral que ha sido referencia constante y fuente de inspiración en las iniciativas y proyectos de la Delegación de Apostolado Seglar (que, ciertamente, no son pocos): “¿Qué hacer? Vivir una vocación única. Situación de la vocación laical de la Iglesia en Toledo”. Se estaba anticipando con ello al que está llamado a ser uno de los grandes procesos de la Iglesia española en los últimos decenios, el Congreso Nacional de Laicos. Ha hablado, con valentía, de la condición laical como vocación específica, en línea con las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Ha evidenciado, sin tapujos pero con el cariño de un padre, las carencias del laicado. Nos ha animado a cumplir con la misión a la que estamos llamados quienes somos la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. Y ha predicado con el ejemplo: ha sido el primer Arzobispo de la milenaria historia de Toledo en nombrar Delegado Episcopal a un seglar, confiándole, sin condiciones, una parcela muy relevante de la pastoral diocesana.
Podrían decirse muchas más cosas de él. Todos las tenemos en nuestra mente y las guardamos en nuestro corazón. Las aquí reflejadas justifican sobradamente la afirmación que se realizaba en el encabezamiento: ha sido –y sigue siendo– un Obispo que ha hablado de los laicos, ha hablado con los laicos y ha decidido junto a los laicos.
No en vano, una auténtica Iglesia en salida, a la que nos exhorta reiteradamente el Papa Francisco, no puede construirse sin esta clave. D. Braulio nos lo ha enseñado. Por todo ello y por mucho más, en nombre de todos los fieles de la Archidiócesis, ¡GRACIAS!
Isaac Martín Delgado es delegado episcopal de Apostolado Seglar