Nací en el 81 en una de esas regiones históricamente llamadas socialistas. O mejor dicho, en una de esas regiones donde la gente se declaraba de centro y de derechas sin complejos y a la vez votaban al PSOE elección tras elección. Y muy posiblemente lo hacían porque había ciertos valores y principios que aquí se consideraban intocables. El votante pensaba que ciertas cuestiones que ordenan los principios básicos de nuestro sistema no iban a cambiar, independientemente de ideologías. Y el PSOE, hábil en ese debate, lo sabía usar. Había cierta altura política cuando cuestiones como la igualdad entre españoles y, por tanto, la soberanía nacional, no estaban en cuestión. No pretendo defender a un partido del que me siento tremendamente alejada en la mayoría de aspectos, pero no puedo dejar de reconocer la evidencia de que la democracia actual se sustenta también en todos aquellos actores políticos que, no coincidiendo con mi ideología, han tenido claro que hay principios que van más allá de una mera división entre derecha-izquierda. Porque, afortunadamente, la sociedad española está formada por mucho más que ciudadanos divididos por colores.
Ahora empieza el debate de investidura. Ya he perdido la cuenta de cuántos llevamos en tan poco tiempo. Y, sin embargo, ninguno ha provocado tanta intranquilidad en tanta gente de tan dispares ideologías. Nunca antes se había tenido que incidir tanto en los principios básicos en los que se sustenta nuestro sistema de derechos y libertades. Por ello, hoy más que nunca creo necesario recordar lo que significan algunas cuestiones, pues en las próximas horas es probable que algunos quieran hacer un ejercicio de amnesia selectiva y se olviden de lo principal. Subrayar que la democracia se sustenta en el respeto a la ley, porque la ley deriva de la soberanía nacional, es reconocer que el sistema que tenemos, con sus fallos y errores a corregir, es fruto de lo que pensamos y queremos todos. Sustituir esa soberanía por las decisiones de una parte es querer eliminar el derecho de todos los españoles a decidir el futuro común, el nuestro y el de las próximas generaciones. Y que las minorías impongan su criterio frente al resto, es lo que en otros momentos se llamaba totalitarismo, aunque en los últimos meses a eso se le llame diálogo.
Las comunidades autónomas nacen y beben de la Constitución. Sus gobiernos no están en pie de igualdad con el nacional. Sentar al mismo nivel dos gobiernos y permitir que sus acuerdos acaben en consulta pública solo de una parte del territorio español es el principio de una situación que todos sabemos no va a acabar bien. Es el principio de la división absoluta, de la liquidación de la igualdad entre españoles vivan donde vivan y es el principio de la formación soterrada de un nuevo modelo de estado que, a diferencia del actual no nos hemos dado todos. Por eso, en este momento, ese pacto de la infamia que altera nuestro sistema de libertades y que ha cocinado el PSOE y su líder, Pedro Sánchez, para seguir en el poder con partidos periféricos de todo pelaje cuyo único objetivo es la destrucción de España, solo pueden pararlo los propios socialistas. Los socialistas decentes, con criterio, que honestamente creo que siguen existiendo. Eso sí, en la sombra, o incluso en el exilio, por miedo a dejar de ser lo que son o simplemente esperando a actuar cuando la situación ya sea irreversible.
Que una parte importante de estos no están de acuerdo con el pacto con ERC y demás independentistas es algo que sabemos todos porque se han encargado de airearlo, eso sí, en privado, como presentando una especie de pliego de descargo que les permita llegado el momento entonar eso de “yo ya lo dije”. Pero ni muy alto ni muy claro, porque les era más importante el mantenimiento de su propio partido en lugar del mantenimiento de nuestro propio país.
En los últimos meses se ha venido hablando de la dicotomía entre socialismo y sanchismo, que probablemente existiera según se desarrollaron los hechos de aquel Comité Federal del PSOE en el que los propios dirigentes socialistas defenestraron a Sánchez por tratar de llegar iniciar conversaciones con los separatistas. Y, sin embargo, hoy el peligro es inminente y mucho más real que aquel día. Por eso, la resolución de la existencia de esas dos corrientes la vamos a conocer en las próximas horas. Ahora es el momento de que aquellos socialistas no sanchistas demuestren con su voto que no van a tragar con un acuerdo tan lesivo para España. Si no lo hacen, ya todo será sanchismo y el PSOE habrá desaparecido.
A los dirigentes socialistas que tienen voz y, sobre todo, voto, y por tanto poder para ratificar o no un acuerdo liquida la soberanía nacional y fulmina la igualdad entre españoles, les ruego que alcen la voz sin complejos ni ambigüedades. No se puede defender la Constitución y hablar de sus principios y eliminar el primero de ellos, que España somos todos, que sobre nuestro país decidimos todos. Hoy es el día de pedir valentía a los socialistas decentes, porque son quienes pueden frenar un Gobierno con unas concesiones que ni ellos quieren. No puedo imaginar que gente como Emiliano García-Page realmente quiera que a partir del día 7 su voz cuente menos que la de Puigdemont o que los temas de nuestra región pesen menos que los de la causa independentista. Y él tiene la oportunidad de evitarlo si sus nueve diputados en el Congreso votan en contra de esta traición a España.
Nunca como hoy tuvo tanto sentido la demoledora máxima de Burke según la cual, “para que el mal triunfe solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. Si quedan socialistas moderados, ustedes que ya son los únicos que pueden hacer algo, sean valientes y paren esta locura.
Claudia Alonso es portavoz del PP en el Ayuntamiento de Toledo