Todas los días, a las ocho en punto de la tarde, salimos a aplaudir a los médicos, enfermeras, conductores de ambulancias y, en definitiva, a todo el personal sanitario. Los autobuses recorren a última hora del día las calles de la ciudad tocando el claxon. La Policía Local y Nacional hace lo propio y, aunque sin aplauso público, también se reconoce el trabajo de los dependientes de las tiendas de alimentación y servicios de limpieza, entre otros muchos.
En el cien por cien de los casos se trata de merecidos aplausos pero hay una pequeña parte de todos los “soldados” que están luchando en esta guerra de los que nadie se está acordando; los enterradores, sí, los enterradores.
Ellos se la juegan tanto o más que los anteriores. Se han convertido en improvisados coachs para soportar la rabia de las familias al tener que enterrar a un familiar sin haberle besado por última vez. Son los que lidian, si se permite la expresión, con enterrar a un ser querido prácticamente en soledad.
Este virus no sólo está matando a personas, también se está llevando por delante los valores. ¿Qué puede haber más inhumano que un entierro sin haber visto a tu familiar en el interior del ataúd, sin poder tocarlo y esperando la gran mayoría de la familia fuera del cementerio?. ¿Qué hay más duro que mirar a una persona a los ojos llorosos y decir que no podemos abrirlo para que se despidan? Demasiado duro y demasiadas dudas que nunca se desvelarán.
Varios días han llamado personas pidiendo por favor que entierres a un padre, a un hijo o a un hermano “para que pueda salir del frigorífico”. Sí, lo han oído bien, lloran no por el fallecimiento sino para poder enterrarle con un mínimo de dignidad.
Es evidente que batalla a batalla ganaremos la guerra, es evidente que hay muchas personas que con su trabajo están contribuyendo a que todos podamos vivir un poco mejor en confinamiento pero, insisto, hay otros muchos que también están realizando una labor esencial y que son los grandes olvidados.
No se trata de encumbrar a nadie, no se trata del “y yo más”, pero humildemente, espero que estas pequeñas líneas sirvan de homenaje a los enterradores, a los conductores de los coches fúnebres, a los trabajadores de los tanatorios y, en definitiva, a todas esas personas que también necesitarán un psicólogo cuando todo esto sea un mal sueño o, mejor dicho, una asquerosa pesadilla. Ellos también se merecen ese reconocimiento que nadie les está dando. Ánimo a todos vosotros.
Carlos Muñoz Romero. Periodista, profesor, empresario y gerente de Lápidas Muñoz, una empresa con más de medio siglo de antigüedad y referencia en toda la provincia de Toledo