La política española llevaba mucho tiempo viviendo en la efervescencia y el humo. La verborrea y la fiesta del populismo. El manejo político enfocado, no al gobierno y la gestión, es decir, a la mejora de la vida de la gente, sino principalmente a la propaganda y la trinchera. También el periodismo: batallitas menores y sectarias en el teatrillo de poder, hoguera de las vanidades. Llevábamos unos cuantos años entregados a la demagogia y la banalidad como forma de hacer política, un enfoque destinado en su eje central a la construcción del “relato” de la realidad para la captación de clientela, es decir, la recreación artificiosa de los hechos a partir de una relación con la verdad puramente tangencial, esporádica o casual. Digamos complicada. El relato: qué invento magnífico para enmascarar la mentira. Lo que el gran Pla llamaría tal vez la fraseología. En esta nube del ruedo ibérico hemos ido viviendo, con más o menos ilusión de fantasía, hasta que el mundo, de golpe y de forma arrasadora, ha provocado una gran demolición en todo el edificio y tal vez haya empezado a cambiarlo todo en nuestras vidas. En un solo impacto brutal España se ha dado la vuelta.
Y qué paradoja: ahora echamos de menos ese tiempo político y social tan alegre y despreocupado, con su punto de inconsciencia, en el que mirábamos la vida pública a distancia razonable y como un gran circo nacional del que tampoco había que andarse excesivamente inquietos. Estos chicos de la política son así, qué le vamos a hacer, ya nos irán contando los telediarios. Vayamos a votar y luego dejemos ese mundillo a lo suyo y sigamos nosotros a lo nuestro, confiemos en que no estropearán del todo nuestras vidas. Que bullan los cafés, las calles y los días, la vida que, aunque imperfecta, nos trae los colores de la primavera. Abril soleado y bullanguero hasta que, de pronto y con ferocidad, la realidad nos ha despertado del ensueño y todo lo que era sólido se está tambaleando de una forma que jamás hubiéramos pensado. La pequeña felicidad volandera e inestable sobre la que habíamos establecido nuestra forma colectiva de estar en el mundo es ahora el anhelo de un maravilloso recuerdo porque, de forma explosiva, todo ha empezado a cambiar.
Así que la vida ya es otra y el ruedo político nacional necesariamente también tendrá que serlo. El momento es determinante y desgarrador. Probablemente llega con intensas tormentas inminentes y han dejado de valer las viejunas políticas de medio pelo con las que, mal que mal y a matacaballo, íbamos sorteando los placeres y los días. Viene otro escenario, toca otra perspectiva: es la hora de la gran política. El momento de los grandes líderes. El reto es gigantesco y sólo pueden afrontarlo los mejores. España los necesita. Insisto en la idea: el resto que sean generosos y se vayan. No es tiempo de chiquilicuatres, ni charlatanes, ni arribistas. Es tiempo de gobierno, de responsabilidad y de gestión, no de mentiras, propaganda y humo. Las últimas semanas no han sido muy alentadoras en este sentido, pero ojalá seamos capaces de encontrar ese camino. La realidad se encargará de ponerlo todo en su sitio, de lo contrario aún más lo sufriremos.