Nadie esperaba de Emiliano García-Page que se convirtiera en el nuevo Rudolph Giuliani de Castilla-La Mancha, en honor a aquel emblemático alcalde de Nueva York que, ante la dimensión de la tragedia del 11 de marzo de 2001, supo ganarse el apelativo de “alcalde de Estados Unidos” por su cercanía a las víctimas y por afán de superación y rescate, con rapidez en la toma de decisiones, ante el mayor atentado terrorista de la historia.
Pero tampoco nadie hubiera podido esperar que ante la dimensión de esta otra tragedia provocada por la pandemia por coronavirus, Emiliano García-Page pasara a considerarse uno de los dirigentes políticos más deshumanizados y distante de la realidad social española que nos ha tocado vivir, al punto de haberse granjeado la acritud no sólo de familiares de las víctimas que justamente demandaban una asistencia médica de acuerdo con la gravedad de los síntomas, sino también de los profesionales de la Sanidad Pública regional, que frente a la carencia de medios han sabido agradecer el apoyo altruista de empresas privadas y la solidaridad de colectivos vecinales, cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado, policías locales e incluso de centros hospitalarios de comunidades vecinas que llegaban a donde los recursos finitos de la Administración regional no podía llegar.
García-Page empezó antes que nadie su particular desconexión de la realidad cuando volcó sobre la autonomía universitaria la ira de su falta de sincronización y sintonía con el Gobierno de Pedro Sánchez y siguió, durante todo el Estado de Alarma, confinado en Palacio, superado por la vergüenza de un relego sanitario a los mayores de 80 años, la sobresaturación de las UCIs, la falta de test y la ausencia de medios materiales y de protección individual para los sanitarios, uno de los colectivos más castigados por el azote de la pandemia. Es precisamente esta desconexión con la crisis sanitaria, junto con la superficialidad con la que ha tratado a nuestras personas mayores que viven en residencias, lo que le ha llevado a acaparar en exclusiva el desprecio y la indignación no sólo de los familiares de los cientos de personas enfermas en Castilla-La Mancha que anhelaban un respirador, sino también del colectivo de profesionales sanitarios que han estado en primera línea, luchando contra la adversidad y agradeciendo cada gesto de cariño y de generosidad que ha llegado de la sociedad civil castellano-manchega.
El personal sanitario, como también el de tantos otros sectores que han estado y siguen estando al pie del cañón durante los momentos más duros de la pandemia, han recibido cada día el aplauso de las ocho de la tarde, porque todos los vecinos sabíamos que, tras la verdad oficial de Emiliano García-Page, había historias de duelo, de superación, de llantos, de lágrimas y de héroes anónimos que se han dejado la piel literalmente, sin reparar tan siquiera en su propia seguridad personal y familiar. Los profesionales de la Sanidad han sentido el aliento próximo y maravilloso de todos los balcones de Castilla-La Mancha, mientras que García-Page hacía suya la fábula de Hans Christian Andersen, aquella en la todos los de su círculo palaciego hacían creer al Rey que iría vestido del traje invisible más hermoso del mundo.
Como al del célebre cuento, al monarca del Palacio de Fuensalida alguien de su corte le hizo creer que la realidad era bien distinta a lo que todos pudimos ver y denunciar a través de medios de comunicación y redes sociales. Y fue entonces, cuando el Rey decidió que el pueblo disfrutara de la hermosura de su vestido, el momento en que cientos de profesionales de bata blanca advirtieron: “¡Page está desnudo!”.
Carmen Navarro Lacoba es diputada nacional del Partido Popular por Albacete