Las personas normales tenemos, en general, cierto grado de sensibilidad (y más las empáticas) ante los problemas de los demás. Dependiendo de nuestra forma de ser, dentro de nosotros mismos existe algo llamado resilienciaque se puede traducir como la fortaleza que tenemos cada uno para superar adversidades, enfrentarnos a ellas, ver el lado positivo…. es esa capacidad que nos hace sobrevivir y recuperarnos de los problemas físicos o psicológicos.
La autoestima es otro factor decisivo que nos empuja o nos frena a la hora de actuar y resolver.
“Sentirse capaz”, la sensación de autoeficacia, va a hacer que luchemos con todo nuestro arsenal psicológico tanto para conseguir como para sobreponernos.
Por otra parte, están los que se sienten en constante incapacidad e indefensión y necesitan de los demás para no hundirse y para poder hacer y/o “ser”. Por educación, pero sobre todo por aprendizaje, hay personas que aunque sean capaces se rinden, porque sienten que no saben cómo enfrentarse o por comodidad en el caso de que estén acostumbrados a que les resuelvan.
Esto va a influir, al igual que en el ejemplo de los resilientes, en que la autoestima se fundamente en otras formas inadaptadas de comportamiento, como por ejemplo llamar la atención, haciéndose las víctimas, para conseguir lo que sea.
La conducta de victimizarse como fuente para conseguir atención o para evitar responsabilidades tiene un camino muy corto. El victimismo se convierte así en un mecanismo de manipulación del otro.
La queja continua, la pena inagotable, las anticipaciones de desgracias y similares verbalizaciones convierten a esa persona en alguien que al principio nos conmueve y con el que nos volcamos a ayudarle, pero que con el paso del tiempo tendemos a evitarle cuando vemos que esa actitud la mantiene. Estas personas han APRENDIDO a conseguir la atención de los demás a través de “la pena” y las desgracias que no paran de pasarles.
Lo hacen inventándose enfermedades o aumentando sus síntomas de gravedad o dolor. Por ejemplo, lo hacen con un lenguaje lento, fingiendo un ánimo deprimido, con gestos de pena y en ocasiones con lágrimas... Otras veces lo hacen con ira o haciendo sentir culpable explícitamente al otro. Y todo esto para conseguir atención o por no haberla conseguido.
Hay personas que adoptan este papel de indefensos y pobrecitos de por vida y otros que sólo despliegan este arsenal ocasionalmente cuando, sobre la marcha, ven que la situación se les va de las manos, es decir, que otro está siendo el centro o que ellos se están sintiendo desplazados. Su autoestima se siente amenazada subjetivamente y están acostumbrados a romper esa angustia vital suya del momento, con alguna actitud que interfiera y redirija la atención de los demás hacia ella. Ejemplos de ello serían “me encuentro muy mal… me estás recordando un momento fatal de mi vida... no sé qué me pasa pero creo que necesito irme..." Esa baja autoestima se traduce y transforma en conductas de envidia hacia los demás y pone en funcionamiento los mecanismos de autodefensa, en este caso, HACERSE LA VÍCTIMA.
Estas personas cuando sienten que dominan la situación, cuando sienten que nadie entra en competencia con ellas, suelen ser encantadoras. Conductas éstas, también exageradas, como para demostrar que son geniales en esencia... pero en ocasiones, ¡uf!!, se ponen claramente tristes o enfermas. Las personas que acostumbran a usar el victimismo una y otra vez como forma de que les presten atención, al final lo que consiguen es todo lo contrario. La empatía a la que me refería al principio nos acerca al otro pero cuando la queja es constante en alguien con quien convivimos, en alguna amistad en la que ya hemos visto esta estrategia de atención, cuando nos damos cuenta de la incomodidad que nos genera esa actitud, lo que está consiguiendo la persona “víctima” es que nos alejemos de ella, que la evitemos. Nos producen un desgaste indescriptible.
Y, ¿qué hace el victimista a partir de este momento en que ve que no le prestamos la misma atención que antes? Pues sí. Éso. Lo que sabe que le daba la atención: refuerza aún más esa conducta entrando así en un círculo vicioso tanto para él mismo como para el resto que aumenta la queja y hace la situación insostenible a los demás.
Es inevitable acudir al psicólogo porque una vez que se entra en ese bucle conductual de refuerzo y pérdida del mismo (la atención), sí que es cierto que lo siguiente puede ser una depresión o una ira descontrolada.
El motivo de consulta suele ser por síntomas depresivos al sentirse poco importante para los demás e incluso acudir al psicólogo puede seguir siendo un mecanismo de manipulación del otro. Una demostración de que se está mal y una intención encubierta de que hasta el mismo psicólogo les procure volver a conseguir la atención.
Ana M. Ángel Esteban espsicóloga clínica y sexóloga.
Consulta en Toledo yonline. Teléfono615224680.
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