Con frecuencia los medios de comunicación informan de la llegada de pateras a nuestras costas y de que los servicios de rescate han conseguido rescatar a no sé cuántos inmigrantes, entre los cuales hay menores no acompañados y mujeres embarazadas o que han dado a luz durante la travesía. Una vez en tierra, son acogidos por la Cruz Roja y otras instituciones con toda la delicadeza y todo el cariño que esas buenas gentes derrochan hacia los que llegan. Y, ¿qué pasa después?, ¿a dónde van esas personas? Pues algunos están aquí, en Albacete, quizá a unos metros solamente de nuestra casa, sin un techo donde cobijarse, con hambre, sin condiciones higiénicas, en asentamientos de los que son expulsados sistemáticamente. Eso es lo que ocurrió con el asentamiento de la Carretera de las Peñas.
Después del confinamiento, cuando se les pregunta si necesitan algo para ir tirando, cuentan que lo necesitan todo porque las pertenencias que dejaron en La Casa Grande al cuidado de la policía no están, han desaparecido, les han saqueado y lo que se libró del saqueo ardió en un incendio, desapareció ¡todo! Ese todo no era más que miseria reunida poco a poco en los años anteriores, pero todo su patrimonio: una cocina para guisar, algún barreño para lavarse y lavar la ropa, alguna garrafa de plástico para acarrear el agua desde la fuente más cercana, la ropa, y pocas cosas más, pero ¡todo!
Cierto que no tienen permiso de entrada y que sería necesario actuar a muchos niveles, pero los derechos humanos son universales y no dependen de la situación coyuntural de una persona. Se les permite quedarse entre nosotros, pero sin derecho a trabajar, ni a otras muchas cosas. Y si no tienen derecho a trabajar, ¿cómo van a comer?, porque la Administración no les da de comer; ¿dónde van a vivir?, porque la Administración no les ofrece un lugar donde dormir. Y mientras tanto, todos en mayor o menor medida nos beneficiamos/aprovechamos de su trabajo en las tareas más duras. ¿Qué sería del campo sin el trabajo de los temporeros? ¿Cómo llegarían los alimentos a nuestros supermercados?
Pero, por un momento, cambiemos la perspectiva, dejemos de ser el centro ¿Nos hemos puesto alguna vez en el lugar de esas personas que han llegado? ¿Qué podría llevarnos a nosotros a tomar la decisión de salir de nuestro país en esas condiciones? ¿Qué pediríamos que hicieran por nosotros?
Miguel Giménez Moraga. Delegado diocesano de Migraciones en Albacete