El mundo de hoy, tan predispuesto a vivir sobre la piel y entregado a la ensoñación del espectáculo, necesita recuperar valores. Las alegres luces de colores que con frecuencia dan a nuestra vida un sentido de magnetismo y fascinación por los placeres de esta supuesta modernidad urgente, un sentimiento de pertenecer al siglo futuro si cada día vamos más deprisa, más interconectados y con la atención más ocupada en el ruido, nos alejan en cierto modo de lo que somos en realidad, de la verdad que acarreamos cada día con nosotros, y nos llevan silenciosamente a perder nuestros verdaderos horizontes y el sentido de nuestras vidas. Cada época ha tenido sus luchas por la luz y la supervivencia y la nuestra, aquí y ahora, es una batalla contra lo epidérmico y la banalidad. Contra la asfixia de los espacios de libertad.
La educación es el alma de nuestra sociedad y de nuevo debe convertirse en un arma cargada de futuro, la mejor opción que aún nos queda para regresarnos a nosotros mismos y que podamos volver a abrir los ojos. En esta sociedad que hemos alcanzado, tan débil y tan comodona y plácida en sus encantadores espacios de confort, lamentablemente la educación no es ninguna prioridad y sólo está en el discurso público en su versión más laxa y socialmente complaciente, sometida al manoseo de las clases dirigentes y utilizada por unos y por otros, incluidos los padres y la propia sociedad, no para la inteligencia, el conocimiento y los valores, sino para exhibiciones, intereses y fuegos artificiales, cuando no para el adoctrinamiento. Lamento tener que incluir en este contexto la nueva ley educativa del Gobierno, conocida como la ley Celaá, tan alarmante por su ceguera y sectarismo como por el nuevo destrozo que impone sobre los consensos.
Los profesores, los buenos profesores, fueron, son y seguirán siendo en el futuro el soporte central del sistema educativo y nadie mejor que ellos sabe que los alumnos, los niños, los jóvenes, son y deben ser el único eje y objetivo sobre el que se construya y gire la gran Educación con mayúsculas que necesitamos y debemos exigir en las sociedades libres y avanzadas como un derecho de primer orden y una obligación moral inexcusable. Desafortunadamente hoy en España esa impagable función del profesorado, imprescindible y tal vez la más noble y hermosa del mundo, está socialmente minusvalorada como elemento vertebrador del corazón de las personas libres y la convivencia en sociedad, y lo está hasta el punto de que, según percibo y me cuentan mis propios amigos profesores, hoy cunde el desánimo en buena parte del sistema y ese esfuerzo maravilloso que se hace en las aulas queda luego difuminado y roto en las calles, en las familias, en la sociedad, en la política y en los medios de comunicación. La escuela se esfuerza por crear personas libres, inteligentes y formadas pero el mundo con frecuencia camina del revés, como nos demuestran cada día desde el poder político. La ley Celaá es la última pena que asola este camino.
Quiero, por eso, hacer aquí un elogio y reivindicación del profesor como figura central de nuestras sociedades, como eje vertebrador de los hombres del futuro. El profesor como elemento imprescindible y modelo social respetado, como aquel que difunde conocimiento y amor por la libertad, el esfuerzo y el saber y que, desde su propia y sólida formación, es capaz de formar y hacer crecer a los demás. El profesor como guía educativa y apoyo clave para las personas y las familias.
Como ha denunciado José Antonio Marina, el gran profesor toledano al que hay siempre que escuchar con atención, "España perdió el tren de la Ilustración, perdió el tren de la industrialización y puede perder el tren de la sociedad del conocimiento", pero aquí estamos nosotros y no debemos permitirlo. El camino, desde luego, no es hacer leyes educativas de usar y tirar con cada cambio de legislatura, ni tampoco es el proyecto que pretende perpetrar la desdichada Ley Celaá. Una vez más. En España nuestra escuela necesita transformarse y mejorar y tener una clase política y una Administración educativa eficientes y no sectarias, una sociedad de ciudadanos libres que exijan un profundo cambio frente a lo que el propio Marina llama "desidia educativa" actual. Todos somos responsables.
El problema, por tanto, es de todos y a todos debe implicarnos, y es tristemente sintomático que hasta ahora, en los más de cuarenta años de nuestra democracia, no haya salido ni una sola ley educativa aprobada por consenso ni con verdadera profundidad ni excelencia que sea verdaderamente útil a corto, medio y largo plazo para los alumnos y para toda la sociedad. La educación no es sólo un problema político sino también social y ese es el camino que hay que recorrer. Sé que los profesores lo tienen claro, pero del resto de la sociedad, incluidas las clases dirigentes, ya no tengo tan buena percepción. Más bien todo lo contrario, como rabiosamente nos demuestra el momento actual de 2020.
El maestro, como anunció el gran Antonio Machado con su voz preciosa, "mucho fruto lleva”, y no sólo lo lleva sino que lo reparte, porque lo que de verdad ofrece el maestro es luz y sabiduría, así que hay que dar las gracias a los buenos maestros, a los profesores, por enseñarnos tanto, por formar a las generaciones Por ser parte fundamental de nuestras vidas. Ojalá encontremos el camino y salgamos de la ruta equivocada en la que tanto tiempo llevamos tristes y desorientados. Seamos libres y en la libertad y la educación vivamos.