En este artículo intentaré enumerar los principales peligros que acechan a la humanidad, y a la supervivencia de todas las especies que poblamos el planeta. Para ello exceptuaré potenciales situaciones límite de cosmos: meteoritos o asteroides que pudieran impactar, vulcanismo extremo, fulguraciones solares, cambios bruscos del centro magnético, explosiones de supernovas, agujeros negros masivos que podrían engullir una galaxia entera… es decir, destacaremos aquellas que dependen directamente de la acción o la omisión del homo sapiens.
Hace 7 décadas un grupo de científicos físicos instalados en Chicago se organizaron. Esta ciudad a orillas del lago Míchigan, vinculada para siempre al desarrollo de la bomba atómica resultado del Proyecto Manhattan. Estos científicos atómicos crearon el Bulletin of the Atomic Scientist of Chicago, y el primer número de esta revista se publicó el 10 de diciembre de 1945. El objetivo era “educar al público en general, para que comprenda los problemas científicos, tecnológicos, y sociales que surgen de la producción de energía nuclear… En ello reside nuestra única seguridad y nuestra única esperanza; creemos que una ciudadanía informada actuará para la vida y no para la muerte”.
Es necesario explicar que el famoso reloj del apocalipsis, o The Doomsday Clock incluido en la portada de esta publicación, vino a ser el símbolo más representativo de peligro nuclear. Un comité de expertos de primer nivel –con 13 premios Nobel en sus filas- debía decidir el grado de peligro, con la media noche como la hora de destrucción total. La primera presentación del reloj tuvo lugar en 1947. Y la artista plástica Martyl Langdorf logró que el reloj transmitiera un sentimiento de peligro inminente, para lo cual, la primera vez que apareció el reloj la aguja del minutero estaba situada a 7 minutos de las 12 horas (Doomsday Clock). La idea de mover el minutero vino posteriormente en 1949, con la finalidad de dramatizar la respuesta del magazín a los acontecimientos mundiales más relevantes.
Una vez que los entusiastas científicos tuvieron en sus manos las bombas, les surgieron ciertas dudas razonables acerca de si se debía utilizar semejante arma. Sin embargo ya era demasiado tarde, los científicos habían perdido el poder; en realidad el poder nunca pertenece a los científicos…
Este grupo de investigadores que trabajaban en el Proyecto Manhattan continuaron con su publicación mensual para alertar a todo el mundo sobre los peligros de la energía nuclear y otras armas de destrucción masiva. Durante varias décadas los cambios que se producían en el minutero del “Reloj de la Apocalipsis” tenían que ver con el mundo nuclear; más recientemente se fueron sumando otros peligros que se han denominado existenciales: el cambio climático (se incluye de forma tardía en 2007), la guerra de información cibernética, y un último enemigo, las futuras pandemias ocasionadas por virus o microorganismos fatales, como nos había anunciado el visionario Stephen Hawking entre sus predicciones hace ya algunas décadas. Se admite que la guerra de información cibernética al socavar la capacidad de respuesta de la sociedad, ejerce un efecto multiplicador de estas amenazas.
Sólo dos años después de que apareciera la publicación (el Reloj) el Reloj del Juicio Final echa a andar, y la aguja del minutero avanzó 4 minutos marcando 7 minutos antes de la media noche. Se había iniciado la Guerra Fría y oficialmente en 1949 comenzaba la “carrera armamentística”. Muestras obtenidas en el Pacífico Norte, al analizar la atmósfera en los alrededores de Japón, encontraron evidencias de la primera detonación nuclear soviética. Y tres años después, en 1953, EE.UU. hacía explotar su primera bomba de Hidrógeno, mil veces más potente que las lanzadas sobre Japón en 1945. Consecuencia de este evento fue que este año (1953) el Reloj se acercó un minuto más a la medianoche, estableciéndose a 2 minutos. El año anterior EE.UU. decide probar su primer dispositivo termonuclear y borra un islote en el Pacífico (Eniwetok). En 1962, el descubrimiento de misiles soviéticos en bases militares cubanas dio lugar a la Crisis de los misiles en Cuba, tras el intento de invadir la isla por Bahía de Cochinos unos meses antes. Y que culminó en un acuerdo tras trece días de una enorme tensión. Las manecillas se mantuvieron a 7 minutos de la media noche en virtud de la resolución alcanzada entre J.F. Kennedy y Nikita Jrushchov. En 1963, tras una década de pruebas nucleares, se produce un retraso considerable (minutero a 10 minutos) por la firma del Tratado de Prohibición Parcial (atmosféricas) de Ensayos Nucleares.
La Guerra del Vietnam se intensifica en 1968, llevando el minutero a 7´. Finalmente, China y Francia desarrollan armas nucleares. En 1981, la invasión soviética de Afganistán calienta los motores de las cabezas nucleares. EE.UU. boicotea las Juegos Olímpicos de Moscú de 1980. Jimmy Carter endurece su postura contra la URSS, aunque se ve frenada por la postura más comedida del recién Presidente Ronald Reagan, y el minutero se posiciona a 4 minutos. En 1984, las relaciones diplomáticas entre las dos grandes potencias se encuentran en una de sus horas más bajas. La URSS boicotea en esta ocasión los Juegos Olímpicos a celebrar en los Ángeles, y el minutero indica 57´. Es decir, a 3 de la medianoche.
El buen entendimiento entre los mandatarios R. Reagan y Mijail Gorbachov ilumina el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, y en 1990 después de que el mandatario ruso renunciase a intervenir cuando el Pacto de Varsovia comenzó a desintegrarse y los países satélites de Moscú se independizan uno a uno. La caída del muro de Berlín la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989 explica que el minutero se retrasa 17 minutos en 1991. Representa el fin de la Guerra Fría las grandes potencias deciden iniciar el desmantelamiento de parte de su arsenal nuclear. A este periodo se le conoce como “el Plácido 1991”. Un año después, La Cumbre de Río (1992), el primer intento de conciencia sobre los efectos del cambio climático, pero “aún hay mucho tiempo para actuar”.
1998, una de cal y otra de arena (a 9 minutos): Protocolo de Kioto, es el segundo intento serio firmado en 1997 por 163 países, con la intención de diagnosticar y tomar medidas para frenar el cambio climático, como el recorte de emisiones de dióxido de carbono. Por otro lado, India y Pakistán en pleno pulso, realizan sus primeras pruebas nucleares. Y en 2002, son los tiempos del Trío de las Azores y la invasión de Irak, entre José Mª Aznar, George Bush (hijo) y Tony Blair. No se encontraron definitivamente armas de destrucción masiva; el minutero se ha acercado a la medianoche, a 7 minutos.
En 2007, entró en escena un factor nuevo: el cambio climático en los peligros y amenazas existenciales que acechan a la civilización. Aunque lo empeoran aún más agregando que “aún hay tiempo”. Corea del Norte amenaza, realiza muestras de su poder nuclear, y el minutero se encuentra a 5 minutos.
En 2015, la humanidad pasa por un mal momento, los líderes políticos están fracasando en múltiples frentes: armamento nuclear creciente en naciones de extrema inestabilidad de oriente y oriente medio, datos nada tranquilizadores sobre el calentamiento global y sus consecuencias. La mayoría de los países dictan un tratado, el Protocolo de París. En concreto 195 países se reúnen, es el tercer gran intento (Río, Kioto y París) y al menos plantean el primer acuerdo universal de la historia en las negociaciones climáticas: a final del siglo el aumento de la temperatura se quede muy por debajo de los 2 grados. Se empieza a hablar de la descarbonización de las economías. El minutero se adelanta a 3 minutos.
En 2017, por primera vez el minutero se adelanta 30 segundos debido al resurgimiento de los nacionalismos populistas en la política, la ascensión de Donald Trump - y los mandatarios Kimm Jong-Un y Puttin-, con nefastas políticas respecto a temas armamentísticos, inmigración y ambientales.
(2018, 23:58)—Por primera vez el minutero regresa a los peores escenarios del siglo pasado. Desde el 1953, año nefasto marcado por las inquietantes amenazas en el marco de la Guerra Fría, no se llegaba a estar a dos minutos de la medianoche. Las relaciones de EE.UU. con el país vecino, Corea del Norte, debido a las amenazas nucleares de Kimm Jong-Un. Aunque según el presidente coreano estas maniobras se producen en respuesta a las pruebas que Norteamérica está ensayando con su aliado Corea del Sur; esta situación empeora hasta las navidades de 2019.
En 2020 (23:58,20), se habla de la Guerra Fría que libran China y EEUU, ambos conscientes de que su hegemonía en el marco mundial y en la complicada geopolítica actual pasa por lograr una supremacía en campos como la digitalización y la Inteligencia Artificial (IA). La Cumbre del clima de Madrid (2019) a parte de excelentes discursos y la presencia de la juventud por primera vez, con una voz principal, Greta Thunberg, ha demostrado una relativa ineficacia. Excelentes discursos, pero pocos planes concretos y la ausencia de China (el principal país contaminante) en la cumbre, India eludiendo su compromiso de descarbonización y lo mismo EEUU., Turquía y Brasil. Los científicos deciden adelantar el minutero en 20 segundos para el fin del mundo. El Boletín de Científicos advierte que la humanidad nunca estuvo tan cerca de la autodestrucción. La situación de inseguridad internacional ahora es incluso más peligrosa que durante “la Guerra Fría”.
Aunque el adelantamiento horario había coincidido con el inicio del SarCov-2, no es debido a éste sino a otros peligros más universales y acuciantes: una posible guerra nuclear, los efectos de un abrupto agravamiento del cambio climático, a los que deberemos sumar en adelante la digitalización, la Inteligencia Artificial, y posiblemente la coincidencia de los peores líderes que hayamos podido imaginar en las últimas décadas. Este cóctel, tiene un efecto multiplicador a la hora de gestionar cualquier crisis. Miedo me da el saber a cuantos segundos de la medianoche nos encontramos en estas fechas, a 25 de noviembre de 2020 con más de 1,3 millones de fallecidos.
En estos momentos, donde las redes sociales, el internet, y la eclosión digital definen hoy gran parte de la información (a veces desinformación); es decir, en la era Digital estos peligros pueden ser cibermanipulados a nivel individual, o en manos de lo que se ha llamado el periodismo de la insidia, hasta tal punto que la sociedad no responda o tarde demasiado en responder al estar influenciada por informaciones falsas o imprecisas. Estos pseudoperiodistas y charlatanes se mueven “como pez en el agua” alimentando el chisme, difunden bulos que en ocasiones acechan contra la intimidad de las personas, o se orgasman con la calumnia hasta emponzoñarlo todo. Este cáncer no será fácil de erradicar porque asienta en unos pilares muy fuertes en estos días: el éxito comercial (el morbo vende), o en torticeras maniobras políticas para perpetuarse en el poder, de lo que a continuación hablaremos.
La nefasta gestión de la mayoría de los líderes políticos me lleva a pensar que hoy no existe ideología. Tan sólo la del señor dinero o la ideología del poder.
Desde un tiempo a nuestros días tengo la sensación de que algunos líderes de potencias mundiales parecen empeñados en rechazar las negociaciones e instituciones, o en erosionar las infraestructuras y controles políticos internacionales, cuya misión es evitar los conflictos diplomáticos que de forma eficaz protegen nuestra civilización a largo plazo. Y España no es una excepción: ¿qué hemos, mejor, hicieron los señores del gobierno con el Portal de Trasparencia al inicio de la pandemia? Fulminarlo porque debía ser un organismo incómodo a la hora de realizar las compras de material sanitario al peor postor, más caro y menos cualificado.
No solo gestionan mal estos elementos, sino que son los primeros en mentir. Hubo un tiempo (pasado) donde la mentira en el ejercicio del servicio público de la política era algo intolerable y penalizado. La sociedad no estaba dispuesta a mantener en sus cargos políticos a todo aquel que mintiese, pero en los últimos años se han blanqueado demasiadas actitudes nada ejemplarizantes (asesinos no arrepentidos, mentiras, ausencia de comportamientos éticos, falta de ideología, y el injusto poder del dinero o del poder. El recién fallecido George Steiner, ensayista y galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades y uno de los grandes pensadores contemporáneos europeos, desde su cátedra en Cambridge en su libro “El silencio de los libros” subraya como el empobrecimiento de lo que él llama “cultura profunda” se ha extendido entre las clases dirigentes. Hecho que también ha calado en la sociedad, según ha manifestado el profesor Nuncio Ordine. Una formación más amplia es capaz de orientar críticamente las decisiones, y estimula el florecimiento de una conciencia civil tan importante en nuestros días, tal y como ha señalado el profesor experto en Giordano Bruno. La importancia de la relación entre creatividad, pensamiento y la resolución de problemas o situaciones adversas es de sobra conocido.
¿Qué podemos esperar de un personaje que no tiene palabra y cuyo doctorado se encuentra plagado de plagios, o se cuestiona su autenticidad? Otrora, o en otro Estado y Democracia más galante y serio que la nuestra le hubiese costado su tan ansiado sillón.
Ahondando en esta cuestión (liderazgo), los políticos -según el filósofo afincado en Berlín y de origen coreano, Byung-Chul Han- evitan cualquier compromiso, y se impone lo que él ha denominado una política de simpatía, carente de convicciones, ideología y sin una necesaria visión de futuro. Los políticos que practican este estilo son muy resbaladizos como anguilas, y son los primeros en silenciar el lenguaje, como a continuación veremos.
Hoy no hay lenguaje, éste está siendo silenciado. Y las fuentes fiables de información y la libertad de expresión se ven atacadas (lo estamos viviendo con el periodista Vicente Vallés sobre su trabajo en Antena 3), las palabras se utilizan de forma arrogante y a menudo imprudentes. Por si no fuera suficiente, desde el 2017 se abre paso esa palabrita misteriosa y no exenta de morbo de la posverdad, que no es otra cosa que una forma tramposa de decir “mentira”. Baste cuando algunos políticos españoles se afanaron en emplear ese otro término engañoso “crecimiento negativo”. La información está comiendo terreno al conocimiento y el saber. Estos conceptos, como el de “verdad” parecen anticuados en nuestra sociedad. Se premia más el estar informado que el saber. Se impone la inmediatez y la temporalidad sobre una estructura temporal más amplia que abarca pasado-presente-futuro que caracteriza al saber, y a la experiencia que atesoran los maestros.
Los ciudadanos de a pie, como miembros de la sociedad, tenemos una cuota de responsabilidad en lo que nos suceda. En una Democracia disfrutamos de determinados derechos, pero también de obligaciones para el buen funcionamiento de la misma. Democracia también nos exige estar alerta, no debemos ser tan cómodos como para delegar en nuestros representantes “absolutamente todo”.
Por tanto, esta carencia de un liderazgo junto al hartazgo que produce el exceso de noticias negativas, disputas, palabras malsonantes, o el y tu más… está calando en la sociedad que parece no reaccionar en estos momentos a “casi nada”. Se está instaurando un desinterés inquietante facilitado por el desarrollo de técnicas de información llamadas a acabar con un pensamiento crítico, de donde verdaderamente beba la libertad de expresión y de acción. Por tanto, estamos en manos de la intelectualidad de nuevo, lo mismo que en el siglo pasado. Los verdaderos faros de la sociedad que pueden despertar a las sociedades, hacer frente a políticas extremistas, proclamas peligrosas o que inciten al desarrollo de conflictos mayores. Pero hoy son los influencer los que tienen tras de sí una pléyade de seguidores encantados con un voraz consumo material, en lugar de consumir ideas, pensamientos, y/o soluciones.
¿Cómo hacer para seducir a la comunidad a que consuma menos y piense más?
Pero también las economías nacionales abrirán sus puertas a posibles ciberataques, que podrán ser muy destructivos. A mayor exposición, la vulnerabilidad ante el hackeo se intensifica, especialmente en un contexto en el que el talento en ciberseguridad pueda escasear. En esta sociedad en la que nos sentimos tan equivocadamente libres, entregamos voluntariamente más datos de nosotros mismos que nunca. No es difícil de comprender que si estas formas van siendo aceptadas por la sociedad adulta (en edad), imagínense si nos referimos a los niños y jóvenes.
Y este mal uso de la libertad es instrumentalizada por unos señores feudales digitales como Facebook. Una forma más de explotación (feudal) de la comunicación, que nos llegan a conocer mejor que los servicios secretos de información, y además establecen un sistema de clases, desde el último escalón de los llamados “residuos” hasta aquellos consumidores con un alto valor de mercado, el grupo de las “estrellas fugaces”. Una nueva sociedad de clases digital. La sociedad y los ciudadanos se rendirán a esta supremacía que algunos, como Marta Peirano, han calificado como “un espía mundial”.
Será necesario sumar las fuerzas en contra de la tiranía de la digitalización, para lo cual se requiere un férreo control democrático, así como debemos evitar que la transformación digital conduzca a mayores desigualdades dentro de la sociedad y entre sociedades. Es necesario ser consciente de este peligro para evitar caer en una maltrecha Democracia por no haber sabido cuidarla, y no olvidar que esta revolución debe estar centrada en los ciudadanos, y no realizarla al margen de éstos, para evitar que aumente aún más la brecha social –en sentido más amplio- secundaria a la digitalización. Tenemos razones para afirmar que la Revolución Digital será algo similar a las revoluciones del Neolítico, o la Revolución Industrial del XIX. En la actualidad los chinos parecen los más conscientes de la importancia de la transformación digital, y cómo ésta es esencial para el desarrollo de las naciones.
Otra vez, el filósofo Coreano Byung-Chul Han, un destacado diseccionador de la sociedad de consumo, menciona a la “sociedad positiva”, más característica del mundo occidental. Occidente padece este síndrome individualmente y como comunidad debido a que no quiere, ni sabe, lidiar con las contradicciones innatas a ésta (realidad); con sus conflictos, vicisitudes, y contratiempos.
La sociedad positiva es el resultado de haber vivido durante mucho tiempo sin enemigo desde la Guerra Fría que celebramos en 1991, y dio paso al llamado “el periodo Plácido” (1989 cae el Muro de Berlín); es cierto que el terrorismo islámico de vez en cuando nos propina serios zarpazos, pero se trata de un problema multifocal, que en principio no determinaría una hecatombe planetaria, eso espero, y a menudo se percibe lejano.
Dado este escenario, Europa y occidente en general está reaccionando peor a este minúsculo microorganismo al encontrarnos debilitados inmunológicamente por el pánico, la ansiedad, falta de esperanza, sedentarismo y la apatía. De esta suerte la cultura y sociedad occidental resulta mucho más vulnerable que otras sociedades menos optimistas (me dirijo a ustedes como médico), más resistentes y realistas: las sociedades orientales.
Y no nos olvidemos que posiblemente seamos la última generación que puede hacer algo sustancial. Al finalizar otra gran pandemia (gripe española), Rudolf Steiner (1918) dijo: “Para ser enteramente humanos es necesario que desarrollemos las capacidades espirituales”. Consejo absolutamente vigente en nuestros días, y que ha sido destacado por el físico y escritor Agustín Fernández Mallo. Este autor señala la importancia de una educación encaminada en proveer de las herramientas suficientes a la ciudadanía, para que dependa “lo justo” de los demás, y entienda que la socialización también consiste en desarrollar ”mundos propios” (vida interior) al margen de modas o tópicos.
Empresas importantes y punteras como Google, Amazon, Microsoft o Alibaba en China tienen muy claro que la IA es el petróleo del siglo XXI. El objetivo es ser capaces de hacer convivir las necesidades humanas con la tecnología, y a la vez es necesario sentar las bases para que respete las leyes, y sea ética. Lo que debería aterrorizarnos no es futuro dominado por una hipotética IA superior, sino más bien la situación presente, en la que estamos delegando cada vez más tareas a una IA tan limitada como la actual. Como es el caso de los algoritmos de reconocimiento facial, o los que pretenden predecir el futuro aplicado a la probabilidad de reincidencia de un ladrón, asesino, violador o criminal; para que un juez decida si concederle o no la libertad condicional.
Los peligros, no solo las virtudes de la IA, son evidentes, entonces la solución pasa por regular esta tecnología señalando y acotando lo mejor posible los fines para los que puede estar destinada y sus limitaciones, mediante la creación de un Instituto académico que ya había sugerido Hawking, y a la vez cumplir y hacer cumplir los acuerdos y normas que los responsables éticos de la Comunidad Científica hayan marcado.
Algunos científicos nos están avisando del peligro de crear sistemas o entes que serán increíblemente más inteligentes que nosotros en todos los aspectos: mejores artistas, mejores científicos. Sistemas tan perfectos y sofisticados, más inteligentes y creativos tendrán necesariamente más poder. Martin Rees nos plantea cuestiones que nos acechan ya: La Inteligencia Artificial y la Robótica. En este sentido también nos llama la atención sobre la posibilidad no tan remota de que las computadoras puedan hacer descubrimientos científicos que hasta ahora, nuestro cerebro casi perfecto ha eludido por condicionantes culturales ausentes en las máquinas.
Pero Martin Rees no es solo un brillante científico sino también le caracteriza su especial sensibilidad ética, tan necesaria en estos espacios donde la dirección de nuestro planeta depende de los avances científicos. Estos visionarios tienen la obligación de avisarnos sobre los riesgos que corremos como sociedad.
Sobre las implicaciones éticas de la ciencia en un futuro cercano, Rees se refiere a como se desplaza por el vacío a toda velocidad lo que él denomina “La Nave Espacial Tierra”. Sus pasajeros están inquietos e irritables, son vulnerables y desconfían porque hay demasiada poca planificación, escaso examen del horizonte, y demasiada poca consciencia de los riesgos a largo plazo. “Sería vergonzoso que regaláramos a las generaciones futuras un mundo exhausto y peligroso… Necesitamos pensar globalmente, necesitamos pensar racionalmente, necesitamos pensar a largo plazo” (Martin Rees).
Otros visionarios como el físico cuántico Michio Kaku, se ha aventurado a pronosticar como la Ciencia determinará lo que podría ser el destino de la Humanidad y de nuestra vida cotidiana en el siglo XXII, es decir, para el 2100. Este excelente divulgador científico, autor de numerosos textos (“La Física de lo imposible”, “Beyond Einstein”, “Hiperespacio y Universos paralelos”, “Visiones”…) sostiene la idea de que el futuro ya se está inventado en los laboratorios de los científicos más punteros de todo el mundo. Los avances tecnológicos pueden acentuar las diferencias entre países mejor preparados y menos; lo mismo puede suceder a nivel individual.
De la misma forma que las grandiosas profecías (Julio Verne) siglos más tarde se cumplieron, es posible que podamos predecir el futuro próximo, a 2050 o incluso hasta fin de siglo XXI. Según el modo en el que homo sapiens sea capaz de gestionar los desafíos (cambio climático, líderes perniciosos y pandemias), escribiremos la trayectoria final de la especie humana; sin perder de vista los rigurosos principios científicos, y examinando la velocidad a la que madurarán ciertas tecnologías.
Mucho más probable que un escenario catastrófico en el que se produjera la extinción de la humanidad o una hecatombe de extensión cataclísmica, sí parece verosímil que las futuras generaciones sufrirán cambios de suficiente calado para que su futuro experimente un detrimento respecto de lo que hoy día consideramos metas, y algunos de nuestros valores esenciales, o simplemente niveles de vida significativamente más bajos. Me pregunto si aprovecharemos la experiencia de la pandemia de la COVID-19 para iluminar un futuro mejor, no lo tengo claro, pero desde luego se ha puesto en evidencia que un cambio en el modelo económico y productivo es factible.
Para finalizar, la cuestión es que encontraremos seguro una vacuna para este maldito bicho, pero para los líderes, lobbies y grupos de poder e información que manejan el mundo a su antojo no alcanzaremos tan fácilmente esa ansiada vacuna.
Jesús Romero. Médico. Toledo