A fecha de diciembre de 2020 se cumplen 5 años de la convención mundial del clima celebrada en la capital francesa, donde se aprobó un ambicioso programa (Acuerdo de París) contra el cambio climático. Reunida la comisión al final en Bruselas (no en Glasgow), esta cumbre virtual ha señalado que los avances son pocos y se ha estimado que de seguir por estos mismos derroteros la temperatura media habrá ascendido a finales de siglo entre 3 a 5 º centígrados, en lugar del máximo establecido en 2º y como ideal, 1,5º, respecto de los valores preindustriales. A pesar de la ralentización que ha sufrido la economía, y por tanto muchos de los procesos industriales donde los combustibles fósiles están implicados, se estima que este 2020 será el segundo año más caluroso de las dos primeras décadas de este siglo XXI (después del 2016), y el tercero desde que se tienen registros.

Para alcanzar el objetivo mencionado y no superar el 1,5º a 2º centígrados en la temperatura global, algunas voces instan a reducir las emisiones de carbono en más de un 7% anual hasta 2030 (algo similar a lo sucedido durante la pandemia 2020 Covil-19). La comisión europea después de una larga sesión, y con el bloqueo inicial de algunos países como Polonia, ha decidido reducir las emisiones de gases de efecto invernadero de un 40% al 55% en 2030, respecto de las emisiones de 1990. Para alcanzar el objetivo de la neutralidad climática para el 2050. Polonia ha sido el estado que se ha mostrado más reticente, aunque al final ha aceptado el plan propuesto, al ser el más dependiente de los recursos fósiles. Para este efecto la UE ha creado el Fondo de Compensación encaminado a facilitar mediante ayudas, la necesaria transición ecológica de las economías.

Sin embargo algunos expertos en cambio climático y transición energética, como el profesor de Física en Tarragona Jordi Solé se muestra muy cauto porque ha explicado que llegamos tarde y además señala: “los informes científicos dicen que las emisiones siguen creciendo”, por lo que Solé ha aseverado que es necesario tomar medidas urgentes, como “una transformación radical del sistema de consumo de combustibles fósiles”. La descarbonización es necesaria.

Transformación que choca con varios factores: el negacionismo de algunos estados que niegan los estudios sobre el cambio climático y las desgracias que se nos avecinan de “no actuar” y que el ex vicepresidente Al Gore desgranó en 2007, como el caso de Donald Trump que se retiró de París y otros países principales contaminantes (Turquía, India y China, el principal contaminante); los cambios necesarios no son asumidos por los estados al fundamentarse su sistema socioeconómico en el crecimiento indefinido, basado a su vez en el consumo de combustibles fósiles; y finalmente, la resistencia de la ciudadanía para aceptar como sus impuestos al carbono se elevan para controlar la emisión de estos gases.

La ONU, lo mismo que la OMS durante la gestión de la pandemia de Covid-19, viene mostrando una vez más su debilidad en un tema tan grave como el que era objeto de la Cumbre de NY-2019: el cambio y la emergencia climática. Es posible que la Reunión de Nueva York 2019 desde el punto de vista mediático fuera un éxito, sin embargo en la práctica ninguno de los participantes han firmado un documento serio para reducir sus emisiones, según apunta el periodista neoyorkino David Wallace-Wells (autor de “El planeta inhóspito”).

En la pasada cumbre de hace poco más de un año (septiembre de 2019), la ONU confirmó la destrucción del planeta; el informe presentado en esta reunión alertó de la desaparición de la capa de hielo del Ártico, del aumento de las muertes por contaminación del aire en determinadas urbes y de la extensión del desierto en regiones cada vez más amplias. Según este informe (ONU,2019), en el 2050 unas 140 millones de personas vivirán en tierras desertificadas en África y el sur de Asia, y ha puesto cifra al número de personas que fallecen cada año debido a la contaminación del aire: siete millones de personas.

En este quinto aniversario del Acuerdo de París, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, ha urgido a “todos los líderes políticos a declarar el estado de emergencia climática en sus países”. Hasta el momento sólo lo han hecho 38 estados, y son precisamente los más ricos, los pertenecientes al G-20 los responsables de 78% de las emisiones. A ellos va especialmente dirigido este llamamiento. Es muy probable el regreso de EE.UU a los acuerdos con el triunfo de Biden, y China asumirá sus compromisos con el medio ambiente. El gigante asiático ha afirmado que las emisiones de gases de efecto invernadero serán un 65% menores que las presentes en 2005. Los planes de recuperación tras la pandemia son una oportunidad.

A punto de producirse en el futuro inmediato de la Humanidad, lo que David Wallace-Wells en El planeta inhóspito ha denominado “el gran éxodo de aproximadamente unos mil millones de refugiados climáticos”, que se instalarán en otros lugares para abandonar sus tierras desérticas. Se estima que en pocos años, serán más numerosos que los refugiados políticos.

Se estima que para el 2050 la primera causa de muerte en el mundo será directamente provocada por la resistencia a los antibióticos, debido al mal uso de los mismos, a los contaminantes vertidos en el agua y a los gases tóxicos. El cambio climático y la destrucción de los ecosistemas facilitará y acelerará la propagación de virus y microorganismos (virus del Ébola, y otros virus (coronavirus…) y su extensión fuera de las zonas endémicas. Este año lo estamos padeciendo y debemos estar preparados ante la posibilidad de que otros microorganismos más patógenos aún, nos vuelvan a azotar cuando menos lo esperemos. De ahí la importancia que tiene cumplir los objetivos que nos hemos dado para el 2050 (emisiones cero y neutralidad climática), para lo que los gobiernos, políticos y ciudadanos debemos “ponernos las pilas”, y no debemos bajar la guardia cuando salgamos de ésta.

Para afrontar este reto -y futuras pandemias- debemos recurrir a la investigación científica y a otras disciplinas. “La ciencia nos salvará” ha sido una de las frases y pensamientos que más nos hemos repetido durante este 2020, el año de la pandemia por la Covid-19, y es que solo nos acordamos de ella cuando truena y nos olvidamos que lleva siglos salvándonos. Esta pandemia nos ha hecho sentirnos vulnerables, ha despertado al homo deus de su zona de confort y de su sueño (Yuval Noah Harari, “21 lecciones para el siglo XXI”).

Es necesaria la socialización de la ciencia, la ciencia debe estar en la calle, porque lo que no se conoce difícilmente se aprecia y se valora. La sociedad debe conocer lo que representa la ciencia y sus avances gracias a los divulgadores, verdaderos catalizadores ante la sociedad.

La educación y el trabajo de los divulgadores científicos juega un importante papel para que la comunidad no dude en apoyar a la ciencia, a los científicos, y acepte con una mayor resignación las incomodidades, esfuerzos, e impuestos que graven la utilización de recursos fósiles, todo ello orientado hacia la descarbonización acelerada de las economías.

Jesús Romero. Médico