Mr. Jekyll y Mr. Trump son un solo personaje. No necesitan, como en el relato de Stevenson, transmutarse uno en otro, sino que para dar coherencia y continuidad a su historia (que no es la única en su género), lo único que se precisa es que Mr. Trump (el Trump populista) recoja el testigo de manos de Mr. Jekyll (el Trump neoliberal).
Mr. Jekyll, el Trump neoliberal, aparece perfectamente perfilado como parte de la élite triunfante (vía desregulación del delito) en el capítulo 6 del documental "Los ochenta", que ya mencionamos en un artículo anterior.
En esa época de su vida se nos muestra (como otros de su especie) jugando al Monopoly y vendiendo humo, preso de la codicia, y haciendo trampas a diestro y siniestro, defraudando impuestos y en resumen tomando a la mayoría de sus congéneres (esa mayoría que luego le votará) como a tontos del capirote. Se sitúa así en ese plano inalcanzable de la élite financiera, inmobiliaria, y corrupta, que en sintonía con políticos del mismo pelaje, a los que financian y sobornan, contempla con desprecio a la plebe que sí paga impuestos, desde sus torres y rascacielos.
En ese tiempo, Trump (el Trump yuppie y neoliberal) podría haber suscrito perfectamente la frase de Doña Leona Helmsley: "Nosotros (los ricos) no pagamos impuestos. Solo la gente común los paga". Y efectivamente, en cuanto que se sentía muy alejado de la gente común, no los pagaba (los impuestos), sino que colaboraba con entusiasmo en el proyecto neoliberal, que es básicamente un proyecto delincuente, disolvente, y antisocial, en el que la evasión de impuestos y los fraudes de todo tipo, incluido el fiscal, es parte importante de su catecismo.
Dice el refrán que la codicia rompe el saco, y aquella revolución patrocinada por Reagan, Thatcher, y los dueños del dinero, que no era sino un brindis al sol de la codicia y el fanatismo descocado, rompió el saco, que por cierto era el saco de todos, un saco global, que entre otras cosas contenía vidas decentes que se ganan el pan con el sudor de su frente, las pensiones conseguidas tras una vida de esfuerzo, y los servicios públicos para beneficio de todos, cosas de la gente común. Todo eso se fue al garete con la gran estafa neoliberal de 2008.
La estafa fue tan grande, y la desigualdad y la pobreza extrema crecieron tanto, el trato a los trabajadores (los que podían trabajar) fue tan indigno, que la gente se desesperó y se encontró confusa y perdida. Y esa desesperación empezó a contemplarse, por aquellos mismos que la habían provocado, como un arma en potencia, y no solo electoral, ni solo metafóricamente, sino literalmente como milicia disponible para cualquier fin y por cualquier medio. Carne de cañón con el cerebro lavado preparada para cargar incluso contra sus propios intereses.
Y es aquí donde arranca con fuerza, falta de escrúpulos, y oportunismo, la historia de Mr. Trump, el populista, que de la noche a la mañana y sin cambiar de tupé, pasó de neoliberal fino (aunque macarra) a populista de ultraderecha.
Es interesante para conocer esta doble naturaleza de Mr. Trump (la de tiburón de los negocios y la de supuesto defensor de los oprimidos) el documental que sobre él hizo el periodista de investigación escocés Anthony Baxter en un intento de desenmascarar al entonces candidato a presidir USA.
En ese documental vemos a unos abuelos escoceses, a los que Trump ha dejado sin agua (tras arrasar unas dunas protegidas para hacer un campo de golf) plantarle cara al tiburón voraz que como casi todos los de su especie se cree por encima de la Ley, la cual solo obliga a la gente común. Otra de las creencias fundamentales del extremismo neoliberal.
Es notorio que el populismo que más medra y prolifera en nuestro tiempo es precisamente este, el de la ultraderecha, que hasta tiene sus estrategas famosos, como Steve Bannon, con problemas judiciales tras quedarse con dinero de las aportaciones captadas para levantar el muro con México, el muro de Trump.
La extraña mezcolanza que congrega este populismo extremista no es necesario describirla aquí, porque todo el mundo ha podido darse cuenta de ante qué tipo de híbrido tóxico estamos.
Con base en la desesperación provocada por la razia neoliberal, en este populismo de ultraderecha se amalgaman ahora el fundamentalismo religioso, el supremacismo blanco, y el odio a la ciencia, es decir, a la inteligencia.
No es que esto resulte novedoso, porque algo parecido ya surgió en los años treinta como motor de la barbarie nazi y el fascismo, pero desde luego sorprende y nos coge desprevenidos y adocenados en nuestra letárgica posmodernidad.
Muchos no supieron ver en su momento (bastantes miraron para otro lado) la amenaza antidemocrática que la involución neoliberal escondía en su seno. Pero de hecho uno de sus ideólogos principales, Hayek, no se lo pensó dos veces cuando dijo aquello de: "Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo este ausente". Enunciado que plantea un falso dilema buscando excusas para lo primero, eso que se dice "dictadura liberal".
Lo explicaba muy bien Juan Torres López (catedrático de Economía aplicada) cuando decía: "En suma, es cierto que igualar mecánicamente a Hayek y los neoliberales con Pinochet es un simplismo injusto. A aquéllos, les basta el mercado, mientras que al dictador chileno le bastaron las armas. Sin embargo, tampoco puede olvidarse que, en puridad, a ambos les sobra la democracia".
Ni que decir tiene que los unos (los del mercado desregulado) y los otros (los de las armas) han demostrado ser buenos compañeros de viaje.
Tampoco es casual que Trump y Bannon sean ídolos de nuestra ultraderecha local (donde incluso la derecha ha encontrado acomodo), ni debe extrañarnos que casi por las mismas fechas que unos golpistas de aquí proponían fusilar a 26 millones de españoles y dar un golpe de Estado, muy poco después los seguidores de Trump, allí en USA, asalten el Capitolio en un intento claro de acabar con la democracia.
Que Trump y Abascal hayan optado por el mismo estratega -Steve Bannon-, utilicen el mismo lenguaje, y lancen las mismas amenazas ¿debe preocuparnos? Yo diría que sí.
Esperemos que lo de Trump, al que ahora intentan retirar el control de las armas nucleares por desquiciado, nos sirva de vacuna. En cualquier caso es bastante incomprensible que un presidente golpista como Trump siga en el cargo.
Por cierto, según dicen, la patronal estadounidense, viendo el día del asalto que el monstruo se les iba de las manos y que el esperpento era televisado urbi et orbi, amenazaron -si aquello no se paraba- con cortar el grifo. Y es que efectivamente hay un grifo o una cañería que comunica directamente el dinero con las decisiones del poder posmoderno, casi siempre neoliberal. Otro de los grandes logros antidemocráticos del neoliberalismo.
Yo supongo que igual que ahora en Estados Unidos muchos se ponen de perfil, esconden la mano, y dicen que ellos nunca apoyaron esa barbarie, no tardando mucho puede pasar lo mismo aquí. Pero antes de eso ... un silencio estruendoso.