Nunca imaginamos que en las condiciones actuales de catástrofe global, el neoliberalismo pudiera mantener su lógica sádica indemne.

Lo que esto demuestra es que el daño para la democracia estaba ya muy avanzado y la caída desde los niveles previos de un mínimo escrúpulo, digamos moral (que tampoco era para tirar cohetes), ha sido enorme, sobre todo a raíz de los años 80, que producen un cambio de rumbo o de paradigma no solo económico y político, sino ético y cultural, y que -entre otras cosas- da a luz a una Europa borrosa, irreconocible, sin personalidad, en un intento poco meditado de parecerse a otras potencias, y en definitiva contagiada por un “estilo USA” que en su evolución lógica y natural ha desembocado en Trump y su intentona fascista. Un epílogo a la medida de su trayectoria exterior como potencia patrocinadora de golpes de estado.

Sin que se sepa muy bien por qué y sin necesidad de justificarlo, Europa, siguiendo este ejemplo tan poco recomendable, optó por una fundación (o refundación) neoliberal cuyo principal objetivo era y es el deterioro y acoso de lo público y comunitario (sanidad, educación, servicios ...) haciendo del dinero un criterio de poder (obsceno) de forma que tanto tienes tanto vales y tanto poder (incluso político) ejerces.

Y al revés, si eres menesteroso o tu economía se ha tornado más precaria (la de muchos ciudadanos y la de casi todos los trabajadores desde aquella involución retrógrada) puede muy bien ocurrir que tengas serios problemas para tener o mantener vivienda, educación, sanidad, y los rudimentos básicos de una existencia llevadera.

Es por eso por lo que puede afirmarse que hemos sufrido un claro y franco retroceso al que algunos partidos socialistas europeos clásicos y / o nominales (como el PSOE, PASOK, etcétera) han colaborado, tras abrazar con entusiasmo de neófitos el catecismo ultra y su corrupción anexa.

Esta colaboración de los llamados partidos “socialistas” ha sido fundamental para que el neoliberalismo sea hoy el modelo que impera en régimen de monopolio. Por eso cuando hoy el PSOE requiere a Unidas Podemos para que elija entre ser gobierno o ser oposición, habría que rebotar la cuestión a su origen (sin ánimo de ofensa sino de clarificación) y pedir a su vez al PSOE que escoja entre ser socialista o neoliberal, es decir, entre cumplir el programa progresista pactado o incumplirlo una vez más.

La obscenidad del poder neoliberal, codificada en sus catecismos y defendida por sus ideólogos y principales beneficiarios, ha quedado demostrada en las dos últimas crisis globales que nos ha tocado padecer (y en ello estamos todavía): la estafa financiera de 2008 y la nueva crisis- pandemia del coronavirus.

Como preámbulo y durante la primera de esas crisis (estafa) la lógica del capitalismo salvaje y desregulado, para el que solo existe el individuo pero no la sociedad, dejó vía libre a los individuos menos recomendables de nuestra sociedad para estafar a sus anchas a toda la ciudadanía. Básicamente en eso consiste el neoliberalismo, en una patente de corso para estafar y / o explotar a la colectividad, sin más finalidad que la de que los estafadores, una minoría, se hagan inmensamente ricos y poderosos a costa del resto.

El sistema funciona de tal manera que la riqueza y el poder al que acceden esos pocos a través casi siempre de la estafa y el fraude les permite no solo comprar aviones, mansiones, y otros objetos de lujo, sino (y esto es lo que nos importa) también les permite comprar gobiernos y países, con sus ciudadanos dentro.

A Grecia, por ejemplo, y a nosotros mismos, hace mucho tiempo que nos compraron.

Y para demostrarlo (que éramos de su propiedad) ordenaron cambiar nuestra Constitución, por supuesto sin consultar a los ciudadanos teóricamente soberanos, aunque en la práctica simples objetos de compra-venta.

Nadie le pregunta a un objeto comprado que opinión le merece la compra o qué uso se va a hacer de esa transacción.

El uso que se hizo ya lo sabemos: vía libre para el recorte y la explotación a través del austericidio. Austericidio que por supuesto los estafadores y nuevos potentados nunca se aplicaron a sí mismos.

Es lo que suele ocurrir cuando se pierde el control sobre el propio destino y se está a expensas de lo que ordenen los amos.

Lo que en otro tiempo fueron realidades más o menos sólidas (sindicatos, representantes políticos) pasaron a ser en gran medida meros simulacros. Si acaso alguna excepción loable que confirma la regla, se mantiene en una especie de guerra quijotesca contra esos molinos de viento de la que por lo general salen molidos.

Aunque tras el revolcón vuelven a la carga. “Spes addidit alas”.

Las cañerías que unen dinero y política, tan potentes y fluidas en USA (de donde nos viene el mal ejemplo) como en nuestro propio país, son las que dan pie al representante político como mero simulacro.

En esta primera crisis global, el neoliberalismo decidió en consenso con los gobiernos comprados a precio de saldo que la factura de la estafa la pagaban sus víctimas: trabajadores, pensionistas, enfermos, niños y jóvenes en edad de educarse ...es decir, ciudadanos de a pie.

Hemos perdido el control. Ese es el resumen. Esa es la explicación última de casi todo lo que nos ocurre.

Sería redundante decir a estas alturas que “todo es líquido”. Lo cierto es que todo lo que consideramos “nuestro” o “sólido” depende en realidad de la más imprevisible de las contingencias: la ludopatía financiera de otros, y está al albur por tanto de la ruleta de un gran casino financiero en el que la mayoría de nosotros no hemos decidido jugar, y en el que para más incertidumbre se hacen trampas.

En la segunda crisis global, y como la primera (financiera) también contagiosa, pandémica, el poder obsceno del neoliberalismo marcó su estilo desde el primer momento. En esta última crisis sanitaria, pero de nuevo económica, los muertos se han ido produciendo de forma más acelerada y evidente que en la primera, cuyos muertos se fueron produciendo de forma más lenta y repartida en el tiempo, de tal manera que la relación causa-efecto entre la estafa económica de 2008 y los muertos, quedó así más oculta.

Ahora no. Todos los días se computan un gran número de fallecidos, cifras que ya se asumen aunque sean cifras de riada más que de goteo, como se asume la corrupción, y como se asume que la lógica sádica del neoliberalismo siga indemne y perpetrando sus delirios-delitos.

Inauguramos esta nueva crisis asumiendo y normalizando desde criterios de tacañería austericida que los sanitarios pueden acudir a esta batalla desigual sin protección, como simple carne de cañón reemplazable. Y sin embargo, su número tras los recortes era tan escaso que el resultado ha sido la impotencia y el reemplazo imposible.

Otras veces no ha sido el cálculo austericida, guiado por la codicia, el que ha dejado a la sanidad pública en cueros y sin medios para combatir esta pandemia, sino que algunos de esos medios habían sido externalizados en obediencia al catecismo neoliberal que defiende que el lucro (de unos pocos) es lo primero, o lo que es lo mismo, el negocio es el negocio.

Siguiendo obedientes el camino marcado y sin salirnos ni un ápice del paradigma mercantil, consideramos aceptable ahora y lo asumimos dócilmente que las leyes (desreguladas) del mercado (salvaje) son también las que deben guiar la dinámica de la vacunación (único remedio a la vista contra la catástrofe global), con sus ritmos propios, sus cálculos comerciales, su espíritu de competencia entre países, etcétera.

Todo sugiere que -cada vez más ciegos- hemos confundido la naturaleza y el riesgo de esta crisis sanitaria descomunal y sin fronteras con la naturaleza y el riesgo controlable y explotable de la primera crisis-estafa financiera, en la que unos países compraron a precio de saldo a otros países que pasaban a ser así de su propiedad.

De la primera crisis-estafa sabemos que sus víctimas fueron los que pagaron la factura, y los principales responsables de ella engordaron sus beneficios, inaugurando así un marco ético nuevo, posmoderno.

De esta segunda crisis sanitaria, de naturaleza distinta e imprevisible, pero afrontada desde la misma lógica mercantil, tacaña, y austericida, puede que nadie salga sano e indemne si seguimos empecinados en cometer los mismos errores de costumbre.

“Salvemos la semana santa” se dice, “salvemos el verano”, “salvemos la navidad” .... y vuelta a empezar. O sea, sálvese quien pueda. Pan para hoy y desastre para todos mañana.

Visto el panorama y la respuesta a estas crisis últimas, el cambio climático estará arrasando el mundo y a su frágil humanidad con él, y seguiremos pidiendo a voces “salvemos el crecimiento”.

Dicho de otro modo: el negocio de las vacunas debería ser inmediatamente prohibido, las patentes expropiadas, y toda la potencia económica del mundo puesta con urgencia al servicio de una solución.