Atrevámonos a soñar
Sería un milagro que sacudiría el mundo que personas extrañas entre sí se trataran como hermanos. Si, además, estos que son extraños fueran pueblos y civilizaciones, el milagro sería aún mayor. En principio, nos parece este milagro un tanto irrealizable, cuando vemos la difícil convivencia de los grupos políticos y sociales, por ejemplo, en nuestra patria. Una seria preocupación. Cabe decir lo mismo respecto de las grandes potencias mundiales. Pero, he aquí que estamos, al vislumbrar este milagro, ante la esencia del “camino humano” que el Papa Francisco nos indica con la encíclica Fratelli tutti. Tras leer este documento, ciertamente nos preguntamos: ¿cómo es posible esta fraternidad cuando los problemas son tan complejos que asfixian la vida personal y colectiva?
“Soñemos juntos” es el título de un libro muy reciente del Papa. En él nos muestra el camino a un futuro mejor, de hermanos. La pandemia de corona virus ha puesto de manifiesto, por otro lado, inconsistencias que ya existían en nuestra sociedad y ahora aparecen con más nitidez. Mientras tanto, la política se desmorona ante una pandemia universal, única en la historia. Por todo ello, la encíclica Fratelli tutti, despierta exactamente una inquietud ante los contrastes, empezando por los más cotidianos, y plantea muchas preguntas. Una de ellas es de fondo: ¿es posible que la necesidad de “salvarnos juntos” no se quede en una mera intención, un escenario utópico, abocado a acabar en el escepticismo?
En un mundo dividido, donde “no se presta una detenida atención y no se penetra en el corazón de la vida, no se reconoce lo que es esencial para darle un sentido a la existencia”, escribe el Papa; tampoco, continua el Santo Padre, puede haber razones sólidas y estables para referirse a la fraternidad “sin una apertura al Padre de todos… Estamos convencidos de que solo con la conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros. Porque la razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad”.
Pero el Papa Francisco no solo escribe encíclicas sorprendentes; ensaya encuentros con personas y grupos diferentes y con puntos de vista antagónicos. Se encontró en Abu Dhabi hace dos años (4 de febrero de 2019) con el Gran Imán de la mezquita de Al-Azhar de El Cairo Ahmad Al-Tayyeb, autoridad máxima religiosa sunita del islam, en una declaración que puede leerse en la red. Y en su viaje a Irak, que acontece ahora, del 5 al 8 de marzo, se hace realidad su encuentro con el Gran Ayatolá chií Sayyd Ali Al-Husaymi Al-Sistani en la ciudad de Nayaf, uno de los lugares más sagrados del islam chiita, antes de un encuentro interreligioso en la Llanura de Ur. Son esfuerzos de quien quiere que los hombres se reconozcan como hermanos, porque nacen de un mismo Padre.
Muchos piensan que son asuntos en los que el Papa no debía inmiscuirse; son, dicen, asuntos “políticos”. Pero, estando la humanidad en la situación tan peligrosa, es bueno recordar la fecha del 27 de marzo de 2020, quince días antes de la Pascua desconcertante de iglesias vacías y calles desiertas, cuando desde la plaza de san Pedro a oscuras, en una tarde lluviosa y abandonada, dio el Papa una intensa e inesperada reflexión, que llamaríamos urbi et orbi. Pudimos ver millones de personas, no solo católicos, que Francisco dejó claro que la humanidad se encontraba en un tiempo de prueba del que o podríamos salir mejor, o retroceder drásticamente. El peligro no ha pasado.
El Papa nos invita desde entonces a “preparar el futuro”, viendo a la Iglesia no solo respondiendo a lo que venía, sino ayudando a darle forma. La respuesta del Papa Francisco, piensan quienes le conocen bien, no es simplemente ofrecer diagnósticos y recetas. Le preocupa cómo se da el cambio histórico en este mundo de fake news, cómo resistimos o acogemos la humanidad en general, pero también le preocupan cómo se da ese proceso en los católicos, es decir, cómo es en nosotros la dinámica de la conversión hacia una fraternidad de todos. Él está convencido de que el verdadero cambio se realiza no desde arriba (¿desde un Nuevo Orden mundial?), sino desde lo que él llama las periferias donde vive Cristo, atendiendo a los más olvidados, mujeres y hombres, o pueblos enteros. ¿Es un sueño? Es un deseo ardiente. También es, cuando ese deseo no aparece en el panorama de nuestros políticos a nivel mundial, intentar ver cómo se forja la unidad a partir de la tensión, que es grande y peligrosa en nuestro mundo. ¿Será por ello por lo que el Papa Francisco pide siempre que oremos por él? Tenemos que creernos que es posible encontrarse y reconocerse como hermanos, en Cristo, el Hijo que nos muestra qué amor nos ha tenido el Padre. Y nos tiene también ahora.
No hemos de ocultar que hay oposición a estos deseos y acciones del Papa. Una oposición que también viene del interior de la Iglesia, junto a la oposición que viene “desde las naciones” u otros modos de ver nuestro mundo. En la oposición de los que son miembros de la Iglesia, los hay “conservadores o neoconservadores”, y los hay “progresistas” de varios tipos. No me gusta esta manera de expresarse, pero valga para entendernos. Lo más peligroso, en mi opinión, es que hay peligro de vivir y aceptar la idea de “Iglesias paralelas”, según los diferentes compromisos litúrgicos y socio-teológicos de los que sostienen esta oposición al Papa; sin duda que estas posturas pueden dividir a la Iglesia. Esperemos que no sea así.
Sin embargo, parecería que el Papa Francisco se dedica solo a estas actividades en su vida de Vicario de Cristo. No es verdad. Él celebra la Eucaristía cada día, ora con insistencia largamente y muy temprano en la mañana, está a disposición de tantos, “la solicitud por todas la Iglesias” le rodea cada día, atiende a los que sufren, se encuentra con la gente cada miércoles, cuando ha sido posible. Sufre por los escándalos, por la manera de descartar a tantos que se deriva de una economía sin rostro humano, por cómo se discriminar ante la posibilidad de acceder o no a la vacuna contra el covid-19. También sufre porque nuestro mundo desconfía de Dios y de la necesidad de Él para el ser humano. Y nos insiste cada día en poner en práctica el amor de Cristo, la misericordia del Padre, que siempre perdona, y la fuerza del Espíritu Santo, que solo llega a los que están abiertos a ella. Será conveniente pedir cada vez más por las intenciones del Santo Padre.
No quiero olvidar lo que dice san Agustín cuando habla de cómo la ciudad celestial, mientras reside en la tierra, ve que con leyes e instituciones diferentes se asegura y se mantiene la paz terrena. Y hasta esta ciudad celestial, por tanto, mientras está en estado de peregrinación, se aprovecha de la paz de la tierra y, en la medida de lo posible, sin dañar la fe y la santidad, desea y mantiene un común acuerdo entre los hombres, en vista a la adquisición de lo necesario para la vida (cf. La ciudad de Dios, XIX, 17).
Braulio Rodríguez Plaza. Arzobispo emérito de Toledo