El Comentario

Los cuarenta días del Musa Dagh 

9 marzo, 2021 00:00

Franz Werfel, brillante escritor del imperio austro-húngaro (Praga, 1890-1945), de ascendencia judía, coetáneo de Rilke, Kafka..., escribe una obra maestra que el tiempo pondrá en el sitio que merece, una novela monumental de 838 páginas en la que se libra de la afectación expresionista de su obra anterior más conocida, para centrarse en una historia portentosa, heroica, contra el fanatismo de los “jóvenes nacionalistas” turcos que tienen como objetivo el exterminio del pueblo armenio.

Franz Werfel estando en Damasco en 1929 ve con sus propios ojos a los niños armenios harapientos y desnutridos. Le cuentan de primera mano la deportación de cerca de un millón de armenios y de la muerte de la mayoría por inanición en su peregrinar por el desierto, entonces fue cuando tomó la decisión de contarlo.

El pueblo armenio ya había sufrido durante el siglo XIX episodios de depuración étnica por los jerarcas del imperio otomano, sobre todo con los gobiernos del sultán Abdul Hammid II, los pogromos “se producían en el desorden y morían en el desorden”, según se afirma en la novela, pero fue en 1915 cuando los jefes del gobierno turco (Mehmet Talaat –Ministro de Interior- e Ismail Enver–Ministro de Guerra-) cuando emprenden un horrendo genocidio sistemático y programado para “solucionar el problema armenio”, así consideraban a los cristianos armenios que estaban en Anatolia. Hoy se conoce con seguridad que el exterminio fue planificado porque se lo hicieron saber al gobierno alemán, que era aliado en la Gran Guerra, “el trabajo que había que hacer, había que hacerlo ahora; después de la guerra sería demasiado tarde”.

Franz Werfel escribe con pasión una novela, una epopeya trágica, de una minoría étnica muy industriosa y diferenciada entre los musulmanes, los armenios eran como islas de progreso enclavadas en el imperio otomano. Es la historia de la resistencia frente al ejército turco por 4.500 armenios (entre ancianos, niños y mujeres) en torno al monte de Musa Dagh, (Monte de Moisés). Las siete aldeas del valle que circundan Musa Dagh se rebelan y deciden fortificarse en la cumbre del monte, que tan bien conocen, tras cerciorase de la suerte que corrían sus compatriotas deportados, se convencen de que es mejor morir con dignidad defendiéndose antes que ser deportados en aquellas condiciones infrahumanas. El entorno geográfico está descrito con maestría, como si de un edén se tratara e idóneo para la defensa. Situado en el mismo Mediterráneo oriental, en la bahía de Antioquía (Siria), cercano a la ciudad de Alepo, la ciudad más importante y poblada de Siria, después de estos sucesos y antes de la guerra actual, llegó a tener más del 20% de la población armenia.

La novela, "Los cuarenta días del Musa Dagh", está escrita deprisa por un narrador de solidez consumada, describe la orografía de Musa Dagh y las siete aldeas como si de un cuadro impresionista se tratara, repleto de color, acentuando con desmesura lo pintoresco. Lo mismo hace con la prolífica variedad de personajes tan variopintos, tienen personalidad, fuerza psicológica e interés literario. Gabriel Bagradian, de 35 años, es el personaje central, es un intelectual, formado en Francia en la que ha pasado sus últimos 26 años, casado con Julieta, bella dama parisina y rica; tienen un hijo de doce años, Esteban. La enfermedad de su hermano le obliga a volver a su tierra de nacimiento, Turquía. La Primera Guerra Mundial está a punto de comenzar y su cabeza está con Francia, no con Alemania y su aliada Turquía, pero es oficial de artillería en la reserva del ejército turco, y a pesar de todo, se presenta y es rechazado, entonces percibe que la decisión del exterminio armenio por los “jóvenes turcos” nacionalistas exacerbados ya había sido programada, es más, es obligado a entregar su pasaporte (teskeré) y el de su familia.

Personaje digno de resaltar es Movses El Kalousdian‎‎, ex oficial del imperio otomano y mano derecha de Bagradian. Personaje singular es Johannes Lepsius, misionero protestante alemán, al que respetan por su prestigio y por su alianza con Alemania en la guerra, intercede ante Pashá –ministro de Guerra- a favor de los armenios pero es ninguneado. Afortunadamente Lepsius tiene cierta facilidad de movimientos y puede reunirse con una congregación musulmana contraria al nacionalismo y a la masacre de armenios, los derviches –monjes musulmanes-, ayudan a Lepsius y a los armenios en la clandestinidad. El mando supremo de las fuerzas de resistencia es asumido por el sobrio sacerdote Ter Haigassun, al que los nativos profesan respeto y confianza, aunque el mando operativo recae sobre Bagradian y su mano derecha Movses. Hay que destacar al farmacéutico Krikor, el peculiar maestro Oskanián, al desertor ruso armenio Kilikián, etc. etc.

El monte Musa Dagh era un lugar idóneo para la resistencia, antes ya era un refugio frecuentado por desertores y bandidos. Los nativos armenios con Gabriel Bagradian al frente lo convierten en una fortaleza en el que el heroísmo de unos pocos puede mucho, aunque también haya debilidades, traiciones, odios, miedos. Las invectivas del ejército otomano fueron frecuentes, pero los armenios respondieron con inteligencia y con heroísmo. Franz Werfel hace de la necesidad una narración épica, en la que el monte mítico Musa Dagh se convierte en el lienzo que convertirá en una obra maestra. La desesperación hace un puñado de pacíficos labriegos y comerciantes (con niños, ancianos y mujeres), resistieran y derrotaran en varias ocasiones a todo un ejército turco, de “raza guerrera”. No obstante, aunque saben que la suerte está echada, imploran al Dios cristiano misericordioso para que les proteja enviándoles algún buque británico o francés de los que pasan por Chipre y por la bahía cercana al Musa Dagh. Las mujeres cosieron una enorme bandera blanca con una cruz roja y una leyenda: “Cristianos en peligro”. Fue providencial. El desenlace parece el de una película de suspense. Un crucero francés que bloqueaba la bahía, se percata de la petición de socorro y acude al puerto de Alejandreta, evacuando a poco más de 4.000 armenios sobrevivientes, para ser trasladados a un campamento en Port Said.

Terminada la guerra se fueron asentando en Egipto, Líbano, Siria y en sus lugares de origen. Es curioso que en la ciudad de Anjar (Líbano) se encuentra dividida en seis distritos que recuerdan a cada una de las aldeas de Musa Dagh. En 1932 los armenios de la zona construyeron un monumento en la cima de la montaña, evocando la epopeya de la resistencia en 1915. Tras el desmembramiento del Imperio Otomano, al finalizar la Primera Guerra Mundial, la provincia de Hatay, donde está Musa, se mantuvo bajo el Protectorado francés, más tarde pasó a manos turcas tras el acuerdo con Francia. Ni que decir tiene que el monumento fue demolido.

Franz Werfel parece encarnarse en Gabriel Bagradian, personaje ficticio, pero el autor muere en California y el pueblo judío se asienta en Israel y el protagonista Bagradian no embarca en el Éxodo ni llega a la tierra prometida, se queda junto a la tumba de su hijo y muere acribillado. Movses El Kalousdian‎‎, lugarteniente de Bagradian, ex oficial otomano, fue uno de los rescatados y se alistó en el ejército francés como general armenio. Después sería elegido diputado en la asamblea Siria por la minoría armenia y más tarde en Beirut en la asamblea libanesa. En la actualidad el “único pueblo armenio que queda en pie en Turquía” es la aldea de Vakifli; recientemente se ha restaurado la iglesia y se está convirtiendo en lugar de peregrinaje en reconocimiento a los defensores de Musa Dagh.

Juan M. DELAFUNTE