El centro de España
La Comunidad de Madrid es el motor económico, cultural y político de España y por lo tanto el resultado de las elecciones del próximo martes es, indudablemente, de interés general. Más aún para nosotros, los castellanomanchegos, quienes, siquiera por proximidad geográfica, tenemos estrechas relaciones laborales y comerciales con la capital. Por ello considero relevante poner de manifiesto con toda claridad el dilema que estos comicios plantean: ¿Es positivo que los partidos extremistas formen parte del próximo Gobierno?
La experiencia nos dice claramente que no. La incursión de Podemos como compañero de viaje de García-Page en el Gobierno de Castilla-La Mancha o la actual participación del partido de Pablo Iglesias en el Ejecutivo de Pedro Sánchez, así como el creciente clima de polarización instigado tanto por la propia formación morada como por su reflejo en la trinchera contraria, Vox, ha evidenciado lo que desde posiciones moderadas llevamos tiempo advirtiendo.
Los partidos de los extremos contribuyen a degradar la política a una suerte de espectáculo de las emociones, un artefacto efervescente construido a base de mensajes simplificados hasta límites casi infantiles. Peor aún, los populismos de ambas versiones tratan al militante como a un rehén de su mitad de España, y al adversario como a un acérrimo enemigo, cultivando un antagonismo que hace del todo imposible llegar a cualquier tipo de acuerdo, algo especialmente peligroso en tiempos de pandemia, cuando la sensatez debiera tener más acomodo que el fanatismo.
Estamos apurando las últimas horas de una campaña manchada por episodios de violencia como el acontecido en el mitin de Vox en Vallecas o la serie de amenazas recibidas por miembros del Gobierno y por la propia Isabel Díaz Ayuso. En medio del ruido ha emergido, sin embargo, un candidato diferente con un tono diferente, con una actitud de concordia y respeto y -oh, milagro- con propuestas concretas para las familias y empresas de Madrid. Se llama Edmundo Bal.
Edmundo suele decir, y creo que tiene toda la razón, que en las familias y los grupos de amigos suele haber personas con diferentes sensibilidades ideológicas y, sin embargo, cuando surge un problema lo abordan juntos y buscan una solución razonable. ¿Por qué, entonces, hay quienes tienen tanto interés en hacer desaparecer precisamente al partido más pragmático, al más desacomplejadamente centrista, al más puramente liberal, al que con más determinación ha defendido la igualdad y la unión en Cataluña, al que concilia el apoyo a la iniciativa privada, la ambición en las políticas sociales y la lucha innegociable contra la corrupción?
Es evidente que Ciudadanos hace mejores a los demás. A los hechos me remito, y no tengo que irme muy atrás en el tiempo: precisamente esta semana se ha anunciado en Andalucía una bajada masiva de impuestos gracias en cumplimiento del acuerdo alcanzado por el partido de centro y el PP. Casi simultáneamente, en Castilla y León se ha eliminado el impuesto de Sucesiones, medida que los populares no tomaron durante sus largas décadas en el poder y que, lo que son las cosas, ha llegado en su primera legislatura compartida con Ciudadanos. Esto son hechos.
Pongamos que hablo de Madrid cuando recuerdo —más hechos— que ese “milagro económico madrileño” del que se ha hecho eco la prensa internacional y del que tanto le gusta presumir a la señora Ayuso lleva la firma del consejero de Economía, Manuel Giménez, precisamente de Ciudadanos. Y es que durante veintiséis años de gobierno del PP con mayorías absolutas, más que de milagros se habló de Gürtel, Púnica, Lezo y otros casos, inimaginables cuando el partido de Edmundo Bal, abogado del Estado, forma parte de la ecuación.
Por eso puedo reivindicar y reivindico con orgullo a un partido limpio que representa un espacio necesario, el de esa Tercera España depositaria del espíritu de la Constitución de 1978. La reformista, la europeísta, la liberal. La que ha propiciado nuestros mejores años. La del sentido común y la unión desde la diversidad. La que apela, con la vista puesta en Madrid, a la consolidación, urnas mediante, de un gobierno eficaz, solvente, competente, plural y al servicio de todos, no solo de una mitad. Alejado, como aconseja la experiencia, de experimentos extremistas. Que en España los extremos nunca trajeron nada bueno.
Carmen Picazo. Coordinadora de Ciudadanos en Castilla-La Mancha