Seguía yo todavía en el colegio cuando hubo unas elecciones de esas intermedias -me dicen que fueron unas europeas -en las que el PP ganó con contundencia al PSOE. Al poco fueron las generales y Aznar se convirtió en presidente. Yo todavía no tenía una conciencia política muy formada, pero si que ya tenía olfato y lo que se sentía era una necesidad de cambio de ciclo. Como ahora, que se vuelve a sentir.
No ha sido sólo la pandemia. Es el paro, son los ertes, son las colas del hambre, las maletas desaparecidas de una buscada por la Interpol, es la Guardia Civil manoseada desvergonzadamente por el sanchismo, es el otrora admirado Marlaska ocultando a los matones de Iglesias, son los programas de Aló Presidente semanales con su sonrisa irritante, son las pegatinas del Gobierno de España en las cajas de vacunas, el uso propagandista del CIS, es la niñera de Podemos, son los cambios de criterio con la vacunación a cada hora…
El sanchismo ha conseguido generar tal cantidad de escándalos que no somos capaces de procesar. Ha sido capaz de retorcer tanto el discurso que ha convertido en caricatura los mantras clásicos de la izquierda. Y esos ha explotado en el centro de España como podría haber explotado en cualquier otro sitio. Ayuso ha conseguido quitarle la posesión absoluta de la verdad a la izquierda, demostrando que no sólo hay otro discurso, sino también otra gestión posible. Y eso ha iniciado el cambio.
La izquierda clásica, la ahora tan recordada y fenecida socialdemocracia, era la defensora de los trabajadores, de los vulnerables, de la igualdad, la de la España de las autonomías. Era esa izquierda que embelesó a millones de españoles hasta que el paro, la crisis y los escándalos provocaron que cayera por su propio peso. 20 años después, estamos en el mismo punto, sólo que es el sanchismo el que ahora ha provocado un hastío tan grande en la gente que su debacle ha sido más rápida de lo esperado.
El sanchismo no defiende a los trabajadores, no sólo porque hay más de cinco millones de personas en el paro, sino porque su política se ha basado en despreciar a la tradicional clase obrera, no dejándola trabajar, cerrando sus bares y dejando en la calle a camareros, repartidores, distribuidores, conductores, comerciantes, autónomos… a todos esos a los que decía defender pero que cuando ha llegado el momento, los ha dejado tirados.
La izquierda no es ya la defensora de los que menos tienen, ni la que sube los impuestos a los ricos. La cesta de la compra se la sube a todos con impuestos a las bebidas azucaradas o a los plásticos, es la izquierda la que va a quitar la deducción por declaración conjunta a los matrimonios, como si a las clases medias le sobraran 5.000 euros al año para poder devolvérselos a hacienda.
El sanchismo no defiende la igualdad, porque dejando tiradas a las comunidades autónomos, que un año y medio después de iniciarse la pandemia siguen legislando sin normativa común, ha provocado que haya 17 tipos de ciudadanos según su lugar de residencia. El sanchismo no defiende a los más vulnerables, sino que los que dejó encerrados en residencias sin medios, los dejó morir sin demostrar ni un ápice de empatía, no queriendo ni tan siquiera contar los fallecidos reales para darles digna despedida.
Esto es el sanchismo, es la nueva izquierda que eligieron los afiliados socialistas, la de la propaganda, la del tacticismo, la que eligió como líder al que sólo busca su propio beneficio. La que ayer empezó a acabarse en España.
El cambio de ciclo es ya una evidencia. La explosión en Madrid ha sido y es un “Basta ya” a un modelo político que todos sabíamos desde el principio que no iba a salir bien. Ni Sánchez ni sanchistas, es lo que han dicho los madrileños y lo que ya decimos en toda España. Y eso los sanchistas lo saben. Saben que ya no les van a valer las fotos ni las declaraciones solemnes vacías de hechos. Saben los sanchistas y las sanchistas que el cambio de ciclo se ha iniciado, y que ellos ya no tienen cabida en él.
Claudia Alonso. Portavoz del PP en el Ayuntamiento de Toledo