La celebración del día de Europa llega este año en un momento decisivo en el que la Unión Europea y los valores que representa se han convertido en un activo indispensable.
Cuando en enero de 2020 empezó a oírse el nombre de un nuevo virus en China, las instituciones de la Unión Europea aún pensaban que su mayor quebradero de cabeza en ese nuevo año sería tener un acuerdo definitivo para el Brexit que permitiera garantizar los derechos de los ciudadanos a ambos lados del Canal de La Mancha. Pero ese virus, hasta entonces desconocido, dio la vuelta al mundo y pasó a convertirse en una pandemia a nivel internacional sin precedentes que vino a cambiar las prioridades del proyecto europeo de la noche a la mañana.
Con la perspectiva que otorga el paso del tiempo, es necesario hacer un ejercicio de sinceridad, y reconocer que la gestión de los primeros momentos de la pandemia en Europa estuvo a punto de hacer tambalear algunos de los cimientos más sólidos de la Unión. Entre ellos, por ejemplo, la libre circulación de ciudadanos y mercancías. Ante la escasez de materiales sanitarios algunos socios europeos optaron, en un primer momento, por el “sálvese quien pueda” y se olvidaron de algunos de los valores más importantes que pusieron en marcha el proyecto europeo. Sin embargo, el transcurso de este último año ha permitido comprobar lo equivocado de aquella reacción inicial.
El refranero español dice que es de sabios el enmendar los errores y bien es cierto que no se equivoca. Durante el último año las instituciones europeas han sido capaces de dar un golpe de timón y llevar a la Unión hasta un cauce de cooperación y solidaridad. Si, como ya se ha reconocido, los inicios de la pandemia se caracterizaron por un repliegue nacional, a partir del mes de abril la UE fue capaz de entender lo que esta pandemia significaba: solo juntos podremos salir de esta. Y no solo se rectificaron los tropiezos cometidos, sino que esta crisis sociosanitaria ha servido para corregir los errores de la anterior crisis financiera de 2008.
Muchos europeos y europeas son capaces de recordar aún cuál fue la reacción de la Unión ante la implosión financiera que llegó desde Estados Unidos hace poco más de una década. Muchos nos tuvimos que familiarizar con términos como prima de riesgo; rescate; austeridad y los conocidos como hombres de negro de la Troika. Aún hoy perdura en la memoria de los países del sur de Europa la sensación de que durante aquella crisis se hizo pagar a los más débiles los abusos que durante años cometieron los más ambiciosos. Por ello es tan importante subrayar y reconocer el cambio de rumbo que la Unión Europea ha tomado durante 2020 ante esta nueva crisis mundial donde el austericidio fue sustituido por uno de los valores europeos más importantes, la solidaridad.
No en vano, desde abril de 2020 las instituciones de la Unión han aprobado todo tipo de medidas para ayudar a los Estados miembros en su lucha contra la pandemia de la COVID-19. Entre estas iniciativas destaca, por ejemplo, la flexibilización de los fondos estructurales para permitir que las regiones, agentes sociales en primera línea durante esta pandemia, pudieran disponer de los recursos necesarios para luchar contra los efectos del coronavirus en sus territorios.
Pero si hay una medida estrella y que merece el reconocimiento de todos los europeos y europeas es el Fondo Europeo de Recuperación. Bautizado como Next GenerationEU, este fondo movilizará una cantidad de dinero sin precedentes en la Unión Europea: 750.000 millones de euros, de los cuales 140.000 se destinarán a España, que se pondrán a disposición de los ciudadanos y ciudadanas en la Unión para lograr salir de esta crisis más fuertes y unidos. Y lo más importante, una buena cantidad de esa financiación llegará a los Estados en forma de subvenciones, lo que permitirá llevar a cabo numerosos proyectos para la recuperación tras la pandemia.
Con todo ello, a día de hoy, es posible afirmar que la Unión Europea ha recogido el guante planteado por la pandemia: un reto sin precedentes en la historia reciente merece una reacción sin precedentes. En este sentido, como socialdemócrata, debo reconocer que me siento orgullosa de que la Comisión Europea haya escuchado y puesto en marcha la mayoría de nuestras reivindicaciones y que haya asumido como suyo también una de las principales exigencias del Grupo político al que pertenezco y defiendo en el Parlamento Europeo: nadie puede quedarse en el camino.
Pero la idea de salir todos juntos de esta crisis sanitaria y económica va mucho más allá de las fronteras de la Unión Europea, ya que si algo nos ha enseñado la pandemia en el último año es que nadie estará a salvo hasta que todo el mundo lo esté. La solidaridad a nivel internacional es más importante que nunca y por ello la UE se encuentra a la cabeza de las potencias internacionales que más vacunas ha exportado a países en vías de desarrollo (a fecha de 25 de abril de 2021 cerca del 50% de las vacunas producidas en la Unión han sido exportadas) lo cual ha permitido llevar las vacunas contra la COVID-19 a aquellos países que lo necesitan. El anuncio de la intención de Estados Unidos de liberar las patentes de dichas vacunas es una excelente declaración de principios que va a remover posturas negacionistas también desde la Unión Europea y los socialistas celebramos este paso que servirá para posibilitar un avance más rápido, eficaz y justo de la vacunación a nivel internacional. No obstante, es necesario continuar trabajando con responsabilidad y solidaridad en aquellos países donde, a pesar de la liberación de las patentes, no existen las infraestructuras y tecnologías necesarias para la producción y distribución de la vacuna.
Para terminar, a pesar de que aún nos quedan por delante meses de lucha contra el virus en Europa y en el resto del mundo, no me gustaría concluir estas líneas por la celebración del día de Europa sin antes hacer mención a los retos futuros que la Unión Europea tiene por delante. No se puede negar que la pandemia de la COVID-19 ha servido para agilizar y aumentar el nivel de exigencia en la definición de las prioridades de la Unión Europea, que ya se han comenzado a abordar a través de diferentes propuestas legislativas. Entre estos retos pendientes es posible mencionar, por ejemplo, la lucha contra el cambio climático; una economía al servicio de las personas; la justicia social y la igualdad; la transformación digital de Europa y la consolidación de los fundamentos y valores de la Unión (dentro y fuera de sus fronteras).
Sin embargo, no será posible hacer frente a semejantes desafíos sin contar con sus actores principales: los ciudadanos y ciudadanas de la Unión. Por ello la Conferencia sobre el Futuro de Europa, que acaba de comenzar este mismo 9 de mayo, llega en un momento clave y será un foro de debate esencial para comprender las demandas y preocupaciones de los europeos. Es imprescindible que las instituciones europeas se acerquen hasta todos los rincones de la Unión y den voz a los ciudadanos para que ellos se conviertan en el factor central de las transformaciones que están por venir en los próximos años en la Unión Europea.
Con todo ello, podemos afirmar que, en un momento en el que solo la unidad conseguirá que todos superemos juntos esta devastadora crisis; en el que los populismos han llamado a la puerta de todas las democracias europeas y han amenazado con acabar con algunos de los avances sociales más importantes de las últimas décadas; en el que solo la solidaridad y la justicia social lograrán sacarnos de esta; se ha demostrado, que con todos sus errores y aciertos, hoy, la Unión Europea es ahora más necesaria que nunca.
Cristina Maestre Martín de Almagro.Eurodiputada del Grupo de la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo