Creo (pero esta creencia admite la duda y alguien mejor informado me podría desmentir) que en la historia de nuestra democracia el gobierno de Pedro Sánchez es el primero (o uno de los pocos) que ya tenía la culpa de todo antes de empezar a gobernar.
Uno de esos "a priori" mentales y programáticos tan útiles para los propagadores de bulos, que los sueltan y echan a volar con suma facilidad, y que junto a otros pequeños detalles de funcionamiento imperfecto contribuye a que nuestro régimen sea tan especial e insatisfactorio.
Desde el principio se dijo, para empezar, que el gobierno de Pedro Sánchez era "social-comunista", sin dar más explicaciones de por qué y en base a qué realidades de gobierno se decía aquello, o qué significaba tal término (si es que tal concepto es distinguible de aquel otro de "socialdemócrata" en el sentir de los reaccionarios), de forma que parece probable que solo se hablaba así, de forma exagerada y distorsionando la realidad, para seguir la onda delirante, televisiva y televidente de la ultraderecha estadounidense, país al que solo le copiamos lo peor.
Y así le copiamos el neoliberalismo (ese tóxico universal para el que no parece haber antídoto), los telepredicadores que se hacen millonarios vendiendo con grandes aspavientos y sin ningún rubor el paraíso, y ahora también la irracionalidad anticientífica, orgullosa de su idiotez, que ha echado raíces en lo más cutre de su espectro ideológico.
Si es que el término "ideología" se puede aplicar a semejante cosa. Ni que decir tiene que aquí ya había base sólida para llevar a buen termino esa copia de lo menos recomendable.
Si la pandemia nos pilló con una sanidad pública recortada y llevada a sus momentos más bajos (como se hizo con todos aquellos servicios que se quería privatizar) la culpa no era de los gobiernos que llevaban ya años en ese empeño sino del gobierno recién aterrizado. Y así todo.
Se ha hecho raro ahora que no le hayan preguntado a Sánchez, como responsable directo del entuerto, por el affaire Cospedal-Villarejo, en el que concurren y se dan cita las corrientes más oscuras y potentes de nuestro régimen: corrupción económica y mafia política.
Como esto sería una adjudicación de responsabilidades ajenas demasiado llamativa, que no colaría fácilmente ni siquiera en nuestro ánimo ciudadano, tan deprimido, se ha tenido la precaución -de momento- de preguntar a quien verdaderamente corresponde dicho negocio como representante del partido Popular, el más corrupto de Europa, es decir, a Casado.
Que de todas formas se ha quedado mudo de repente y no ha dado explicaciones dignas tal nombre. Probablemente porque tales explicaciones no serían para escucharse en público. Menudo armario repleto de cadáveres arrastran, cambien o no cambien de sede.
Más allá del infantilismo incoherente de achacar todos los vicios y males de gobierno a un gobierno (el de Pedro Sánchez) que aún no había empezado a gobernar, y más allá de la ruptura traumática de cualquier previsión o plan por la contingencia fatal del coronavirus, lo cierto es que el gobierno de Pedro Sánchez ya va dando, con el paso del tiempo y las decisiones que va tomando, muestras de su verdadero carácter.
Y en base a esto solo cabe decir que para descrédito de aquellos vendedores de bulos que calificaban al gobierno de Sánchez de social-comunista (signifique esto lo que signifique), lo cierto es que en materia económica y de ciertos derechos sociales este gobierno se manifiesta bastante escorado a la derecha.
Lo vemos en cómo respira en materia de reforma laboral, de pensiones, de suministro y precios de la energía, de corrupción de la monarquía, de circulación por carreteras públicas, o incluso ante el problema de los interinos estafados, etcétera.
Algo que no nos debería extrañar al fin y al cabo (aunque al principio hubo esperanza de renovación y cambio) porque el núcleo fuerte de este gobierno pertenece al PSOE, y esa política escorada a la derecha y antisocial ha sido el tono dominante en la acción de gobierno de este partido durante los últimos decenios.
Es un falseamiento de la realidad afirmar que la precariedad laboral y la perdida de derechos ha empezado recientemente o desde el 2008 para acá, o que solo afecta a la última generación de españoles.
Esta trayectoria tiene origen en los años ochenta con Felipe González, discípulo de Thatcher, que se empeñó en implementar en nuestro país el programa neoliberal de la dama de hierro, de forma que ese proyecto involutivo que nos catapultaría al pasado pudiera hacerse y venderse con apariencia de progreso.
Precisamente los contratos basura en nuestra sanidad pública tomaron fuerza en aquel período. Cabe decir por tanto que no es un problema exclusivo o que afecte a una sola generación de españoles.
Sabemos que Pablo Iglesias ya no está en la primera línea de la política, pero no parece conveniente que Podemos o la parte progresista de este gobierno den la impresión de que asienten y acompañan a este tipo de políticas, en las que el PSOE insiste a pesar de los tristes resultados y a pesar del 15M.
Tenemos un ejemplo de lo que decimos a nivel local, en Castilla La Mancha, donde gobierna el PSOE, en la actitud de su Consejería de Sanidad y del SESCAM, que están moviendo todos los hilos de la justicia para no tener que reconocer a los interinos de los servicios públicos los derechos en los que la justicia europea ha dicho claramente que han sido discriminados.
Y entre ellos el pago de la carrera profesional, caso similar al del precedente cobro de trienios, en el que también los trabajadores interinos fueron discriminados.
Resulta raro que aquel caso previo, el de los trienios, resuelto a favor de los interinos que demandaron (y cobraron con cuatro años de retroactividad), no dejara una jurisprudencia clara y firme de cómo obrar en el caso gemelo de la "carrera profesional".
Esta forma de actuar del PSOE de Page en materia de derechos laborales, junto al hecho de que su gobierno ha mantenido en gran parte los recortes en sanidad que implementó el gobierno del PP, retratan su auténtico carácter.
Y es que por sus obras les conoceréis. Pero "a posteriori", no "a priori", que sería incurrir en prejuicio.