El libro de Hannah Arendt (1906-1975) trata sobre el juicio de Adolf Eichmann a raíz de su secuestro por el Mossad en Argentina y su traslado clandestino a Israel.
Ante el furor actual de los nacionalismos, el libro es un ensayo que conviene releer para entender el Holocausto, una de las grandes tragedias del siglo XX, y el desgarro que producen los nacionalismos actuales en la sociedad donde se implantan, banalizando la historia y trivializando el mal que producen. La autora es judía, nacida en Alemania y exiliada a EEUU tras la toma del poder de Hitler. Es una filósofa existencialista discípula de Martin Heidegger y de Karl Jaspers. Aunque Arendt escribe con densidad, el libro se entiende, quizá resulte tedioso.
La autora relata el juicio como corresponsal de un diario norteamericano, no son crónicas de reportera sino de filósofa, no da tanta importancia a los hechos por los que se juzga a Eichmann sino los motivos intrínsecos que le movían a cometerlos, este enfoque hace que el libro haya sido muy polémico y produce una cierta inquietud. Quizás estos planteamientos solo lo realizan escritores con honda formación filosófica, que trascienden las apariencias, son capaces de profundizar y discernir las razones de por qué sociedades enteras llevan a cabo hecatombes como la Solución Final, haciendo hincapié en el engranaje de las personas que lo mueven como si de una obligación moral se tratara.
Adolf Eichmann fue un eficiente funcionario nazi, teniente coronel de las SS, responsable de la logística de transportes del Holocausto. La clave del libro hay que buscarlo en lo que dice Arendt: “No tuvo Eichmann necesidad de ‘cerrar sus oídos a la voz de la conciencia‘, tal como se dijo en el juicio, no, no tuvo tal necesidad debido, no a que no tuviera conciencia, sino a que la conciencia hablaba con voz respetable, con la voz respetable de la sociedad que le rodeaba”. Todo el afán de Eichmann era ser un ciudadano ejemplar ante la sociedad nazi y obedecer con inteligencia y eficiencia.
Para Arendt el régimen nazi transmutó la conciencia y la moral de la sociedad, de los opresores y de las víctimas, desde esta perspectiva se comprende mejor por qué los asesinos fueron tan eficaces en la maldad y las víctimas tan sumisas en su extermino. Explica cómo los nazis fueron cambiando y rebajando la conciencia del pueblo, relativizando el bien y el mal, fueron justificando el mal hasta banalizarlo, rebajando la moral poco a poco. El bien y el mal en la Alemania nazi estaba subjetivado y supeditado a un bien superior: la obediencia a la Nación Alemana.
En el libro también penetra en un laberinto difícil de elucidar entre la naturaleza y función de la justicia y la conciencia, entre legalidad y justicia. En un clima social de totalitarismo nacionalista la responsabilidad moral se diluye o se eclipsa dentro del engranaje de la maquinaria burocrática nazi. Desde esta perspectiva la Solución Final del exterminio de seis millones de judíos, para los eficiente burócratas nazis, se justificaría como un mal menor y la responsabilidad legal por la obediencia a órdenes superiores, aunque en ningún momento Arendt alega que Eichmann no tengan responsabilidad penal, como la acusaban los judíos de Israel.
Hannah Arendt es descalificada sobre todo por los judíos del estado de Israel porque explica como Eichmann fue el creador de los Consejos Judíos (Judenräte), pero éstos colaboraron en las deportaciones a los campos de concentración, identificando a los judíos de los guetos, confeccionando la lista de personas a deportar e inventariando sus bienes. El libro evidencia la connivencia del Judenräte y Eichmann, es verdad que el Consejo colaboraba a cambio de salvar a personas influyentes, a técnicos, a jóvenes para el futuro ejército, pero esta razón es tan endeble que hoy nadie justifica esa colaboración, Arendt llega a decir que en Hungría se salvaron 1.684 judíos, gracias a los Consejos, pero fueron señalados como corderos al matadero 476.000, menos influyentes, que fueron exterminados, argumentando un mal menor es imposible justificar la colaboración.
En claro contraste con la colaboración de los Judenräte, la autora defiende la postura de aquellas naciones donde hubo una oposición decidida a la deportación, los nazis emplearon la fuerza bruta pero carecieron de la eficacia que tuvo Eichmann. En todo caso, aun denunciando la colaboración de los Consejos judíos con Eichmann, nada exime de responsabilidad personal tanto de Eichmann como de los judíos colaboracionistas aunque adujeran motivos superiores. Todas estas razones serán convincentes y profundas, pero la colaboración tan eficaz de Adolf Eichmann en la Solución Final le convierten en uno de los mayores criminales de la historia, es más, creo, por su actitud en el juicio, que su conciencia tampoco le exculpaba aunque obedeciera órdenes.
El libro me ha recordado otro libro más cercano a nosotros, Patria, de Aramburu. Hay una cierta similitud entre la actitud de la sociedad alemana respecto al holocausto y una buena parte de la sociedad vasca, respecto a los casi 900 asesinatos de la banda terrorista ETA, de alguna forma también exculpaba de responsabilidad a unos fanáticos nacionalistas etarras por una causa superior del mal cometido –los asesinatos-, la redención del pueblo vasco de la opresión, evidentemente las diferencias son abismales.
En definitiva, el libro te deja un amargo sabor de desasosiego e intranquilidad por la iniquidad del Holocausto y los totalitarismos que lo engendraron, es la excusa perfecta que necesitaba la autora para hacer una “teoría sobre la banalidad del mal” que trasciende el juicio de Eichmann.
Juan M. Delafuente