“España vaciada”. Así es cómo se conoce a gran parte del territorio español totalmente olvidado y abandonado. El éxodo rural ha provocado que haya regiones españolas que lleguen a compararse con las que puedan encontrarse en Noruega o Laponia, llegándose a llamar la “Siberia de España”. Si nos trasladamos a Castilla y León, la densidad de población a fecha de 2016 era de 26 habitantes por kilómetro cuadrado siendo la tasa más inferior de toda la Unión Europea. Es decir, que hay más flora y fauna que personas. Y ya si nos vamos al 2018, las Comunidades Autónomas de Asturias, Extremadura y Aragón han visto también muy mermado su índice poblacional.
Los pueblos han pasado a ser un atractivo turístico que vende descanso, quedando olvidada la realidad que vive la población desde hace décadas. Es totalmente vergonzoso que en pleno siglo XXI, sigamos teniendo a ciudadanía de primera, segunda, tercera clase y más. Se hace gala de un país igualitario que apuesta porque todo el mundo pueda disfrutar de los mismos derechos y servicios. ¿Seguro? Dejadme decir lo contrario.
¿Cómo puede permitirse que en la provincia de Teruel -por poner el ejemplo más sonado- sigan después de más de 20 años, reivindicando por unas comunicaciones terrestres adecuadas sin que siquiera ningún gobierno, NINGUNO haya osado ponerle una solución? ¿Cómo se permite que los pueblos no tengan buena conexión a internet, dispongan de asistencia médica y bancaria una vez en semana y deban desplazarse cientos de kilómetros para poder ir a un hospital o a hacerse un tratamiento médico?
Así que, podemos empezar por la concienciación y sensibilización mediante charlas informativas en centros educativos, jornadas, congresos, etc. y fomentar la interrelación y coordinación entre profesionales de todas las áreas rurales. Crear centros de información provinciales en los que hacer un estudio de las demandas y peticiones de los habitantes y acudir con éstas a las Administraciones con el objetivo de hacer fuerza y pedir soluciones reales e inmediatas.
Tenemos que unir e implicar tanto a la ciudadanía como a las Administraciones. A unas por desconocimiento del mundo rural; a otras por el pasotismo y desidia. No podemos permitirnos el lujo de dejar a una parte de la población relegada en segundo plano y que sólo sea visibilizada cuando reivindican soluciones. Defendamos sus derechos porque, no olvidemos, tenemos la obligación de velarlos y salvaguardarlos, procurando su bienestar. Un último apunte: el mundo rural es nicho de riqueza cultural y el alma máter de nuestra alimentación. No nos olvidemos. Cuidémoslo y respetémoslo.
María Pérez Bandera. Trabajadora Social