Existe una conciencia extendida de que nuestra sociedad está seriamente amenazada, sin embargo, no nos ponemos de acuerdo sobre el nombre del peligroso enemigo que la acecha.
Para unos, el enemigo se llama neoliberalismo, entendido como la exaltación del valor económico por encima de los valores humanos. El afán de riqueza, el individualismo excluyente y la falta de solidaridad dibujarían el rostro de este amenazante monstruo.
Para otros, el enemigo responde al nombre de populismo, como una nueva versión de la lucha de clases ampliada a la lucha de colectivos oprimidos o marginados, que pueden ser minoritarios o no, pero siempre formados desde una selección identitaria (sexo, raza, nacionalidad, clase…). Para el populismo, el rencor se convierte en motor reivindicativo y la violencia en palanca de cambio.
Otros, identifican al enemigo como el globalismo, esa universalización de las ideas y las costumbres, promovida por las grandes productoras cinematográficas, los gigantes tecnológicos, instituciones internacionales y no pocos estados que han tomado la bandera de un progresismo cultural que se impone sin discusión posible eliminando la variedad de las culturas locales. Asuntos como el valor de la vida al nacer y al morir, el reconocimiento de lo masculino y lo femenino o el modelo de familia ya no son manifestaciones peculiares de cada cultura y cada pueblo. El globalismo impone un único modelo obligatorio bajo pena de ser excluido de la civilización.
Tradicionalmente, los enemigos del alma (lo más digno del ser humano) eran tres: el mundo, el demonio y la carne. ¿Estamos hablando de las mismas amenazas?
De los enemigos actuales, los dos primeros, neoliberalismo y populismo, responden a una misma dinámica interna: convertir el deseo individual en norma de conducta. El deseo toma el protagonismo y se convierte en un dictador de la voluntad: todo vale con tal de satisfacer un deseo privado, sea tener un coche nuevo o cambiar de sexo, asegurar un puesto de trabajo o dejar de sufrir una enfermedad, elevar los ingresos empresariales o hacer la nueva revolución.
Las dinámicas bajo el neoliberalismo y el populismo están en todo el espectro político, transcienden la división tradicional de derechas e izquierdas. Contra ellas hay que revitalizar la razón y reconocer el valor de la dignidad humana, cultivando esa parte olvidada de la educación que es el sometimiento racional del deseo: cuando lo que deseas no es conveniente. Por tanto, ambas pueden identificarse con lo que tradicionalmente se identificaba como «la carne», que es nuestra propia debilidad.
El globalismo merece otra reflexión. En este caso se vislumbran voluntades poderosas y de acción internacional que van imponiendo unos patrones de conducta. Son los promotores de esa batalla cultural que se lleva produciendo desde hace mucho tiempo: la destrucción de las culturas tradicionales (incluida la occidental). Bien podríamos identificar este enemigo con «el mundo», que se nos impone por la fuerza de la masa circundante con el arma del miedo a la exclusión.
¿Y dónde está «el demonio»? Aquí parece que hablamos del innombrable, como el Voldemort de Harry Potter, del que no se puede hablar sin invocarle. Lo cierto es que la comprensión del pulso entre el bien y el mal a lo largo de la historia no se acaba de entender sin una lucha de voluntades sobrehumanas, que transcienden las generaciones y las realidades terrenas. Y ahora estamos en un momento de alta tensión en esa lucha. Pero de esto solo se puede hablar en un susurro, para no levantar sospechas peligrosas, ¿será porque es realmente este el nombre del auténtico enemigo?
GRUPO AREÓPAGO