La educación juega un papel fundamental en la formación de la persona. No se trata de asimilar conocimientos, algo que se puede adquirir leyendo libros, sino de transformar a la persona. Acompañar al alumnado en su crecimiento y transformación, y guiarle en ese apasionante viaje, es papel del profesorado. Educar, en definitiva, no es enseñar a alguien algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía.
Este proceso se da en el aula, primer entorno fuera del hogar en el que vamos a ayudar al alumnado a crecer y aprender de nuestra mano, junto con el resto de los compañeros y compañeras. Son muchos años y muchas horas las que van a dedicar a interactuar con otras personas fuera del hogar.
Ser docente no es sólo saber unos contenidos y explicarlos. Es mucho más: es facilitar y poner los medios para el aprendizaje. El ambiente que se crea en el aula es un aspecto clave para que se dé el aprendizaje y el alumnado crezca y aprenda.
Sincronizar la atención
La neurociencia apunta a que el cerebro del profesorado y el alumnado se sincronizan, están en constante comunicación. La zona del cerebro más importante en esta sincronización es la que trabaja la atención, la observación ecuánime y la consciencia de uno mismo. El profesorado es guía, faro del desarrollo del alumnado; y la atención, la consciencia y la ecuanimidad son claves en la interacción que se da entre profesorado y alumnado.
El ambiente en el aula contribuirá a que la experiencia vivida y el aprendizaje sean buenos o sean malos. ¿Qué podemos hacer para crear un buen ambiente en el aula?
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Sé un modelo para el alumnado. Buscar una coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Reforzar nuestros mensajes con nuestras conductas, evitando incoherencias, hace que el alumnado nos sienta auténticos/as y confíe en nosotros/as. Poder mostrarnos desde la autenticidad, tal cual somos, sin intentar escondernos, mostrar que no sabemos cuando no sabemos y que nos sientan a su lado.
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Deja claras las reglas. Lograr un consenso sobre las reglas de funcionamiento del aula ayudará en esta tarea. Es importante socializar las normas, asumirlas y respetarlas. Conseguiremos un compromiso con las reglas de juego si sienten que han formado parte de ellas, que han podido expresarse, que se les da un espacio y se les escucha.
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Busca experiencias positivas. Tratar de que venir al aula sea una experiencia de seguridad, disfrute y algo positivo es fundamental para el desarrollo y recuerdo de nuestro paso por el centro. El actor fundamental es el profesorado. Somos creadores de escenas posibilitadoras. Podemos limpiar nuestros juicios negativos hacia el alumnado, y encontrar la seguridad y el disfrute en nosotros/as, que se transfiere de inmediato al alumnado.
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No toleres malas conductas. Cortar de raíz comportamientos inadecuados evita males mayores. No hay que tolerar ese tipo de conductas. De lo contrario, nos costará, o no las podremos frenar posteriormente. Explica las consecuencias de estos comportamientos abiertamente: poder conversar sobre ello facilita la comprensión y poco a poco la integración del aprendizaje. Comprender es clave para que el aprendizaje sea profundo.
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Haz atractivo el ambiente. Un aula ordenada, con un diseño atractivo, en el que puedan participar, hace más acogedor el ambiente. Hazlo lo mejor que puedas dado el contexto en el que tenemos que trabajar. Organiza el aula de la manera más adecuada para el aprendizaje que deseas conseguir.
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Toma las decisiones por consenso. Procura no imponer las decisiones, sino adoptarlas por participación y consenso. Estamos formando a los ciudadanos del futuro. No hay mejor ocasión para interiorizar las normas de funcionamiento en sociedad que en el centro. Las quejas son más válidas si van asociadas a propuestas. Trabaja por consenso y busca que el alumnado participe.
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Genera un espíritu de pertenencia al grupo. Fomenta actividades que contribuyan a crear grupos, que se apoyen y resuelvan los problemas. Vigila las conductas inadecuadas y canalízalas hacia conductas socialmente responsables. Haz que se sientan arropados por el grupo y lo que allí pase formará parte de algo importante. A menudo el grupo es una amenaza: conviértelo en un lugar de seguridad.
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Estimula al alumnado. Evita la rutina en el aula. Que cada día sea diferente, estimulando nuevas conductas y rompiendo la monotonía. Aproxímate a lo que el alumnado puede entender, no a lo que tú comprendes, para construir desde donde ellos parten. Renueva tu motivación y rutina para poder hacer lo mismo con el alumnado.
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Cuida la comunicación en el aula. Busca una comunicación positiva. Fomenta la escucha hacia los demás y la empatía. La escucha es un motor del aprendizaje. Mira a los ojos a todo el alumnado, no te dejes a nadie por contactar con la mirada, no te quedes solo en los que les interesa, busca a todos/as y diles con tu mirada que te importan.
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Potencia las emociones que abren posibilidades. Trabaja con lo que sucede en el aula. Si tiene que ver con emociones negativas, utiliza la energía de estas emociones para darles la vuelta y convertirlas en motor de lo que sucede. Sabemos ya que sin emoción no hay aprendizaje y podemos aprovecharnos de las emociones y ponerlas a favor. Convierte la alegría en disfrute sostenido, busca el sabor de la ternura frente a la rabia, saborea la unión de crear un proyecto colectivo. Las emociones se contagian, las que vayan contigo al aula se transformarán en emociones que el alumnado va a sentir. Respira y sé consciente de tus emociones, busca la que necesitas para cada sesión y entra en ella para que el alumnado se contagie. No hay clases en las que se aprenda menos que cuando el profesorado está aburrido y sin motivación.
Lecturer & Researcher. Faculty of Psychology and Education. Educational Innovation Unit (Responsible Teacher Training), Universidad de Deusto
Profesor doctor Facultad de Psicología y Educación, Universidad de Deusto
Este artículo ha sido publicado originalmente en THE CONVERSATION