Estupor general ha causado la noticia de que el Pleno del Ayuntamiento de Barcelona haya rechazado la propuesta de instalar en la popular playa de la Barceloneta una estatua a Cervantes, propuesta presentada por el grupo municipal de C’s. Como todo es opinable, en las siguientes líneas expresaré mi particular punto de vista sobre este asunto, empezando por asuntos editoriales muy relevantes.
En Barcelona, en 1617, se publicó por primera vez el Quijote completo (2 tomos). Para ello se asociaron tres mercaderes de libros y dos impresores. También en Barcelona, en 1873, se publicó el primer Quijote en facsímil: todo un hito bibliográfico. Edición destinada “para España y para todas las naciones del Universo”, sus suscriptores la fueron completando en fascículos mensuales de 48 páginas al precio de 5 Ptas. La iniciativa correspondió a Reial Acadèmia de Bones Lletres y el Ateneu Barcelonès, y el responsable de esta monumental edición fue el militar y político barcelonés Francesc López Fabra, considerado el padre de la en España. El papel, de excelente calidad, se produjo en los molinos papeleros de Capellades (prov. de Barcelona), y la estampación se llevó a cabo en la imprenta barcelonesa de Narcís Ramírez. La tirada se limitó a 1.605 ejemplares para España y 100 para el extranjero, y el 23 de abril de 1873, ya finalizada, las planchas fueron destruidas en un solemne acto público. Con 257 años y 507 km de distancia de diferencia, ese día fenecieron el Autor y el ambicioso proyecto.
En 1874, se añadió un tercer tomo con Las 1.633 notas de Juan Eugenio Hartzenbusch a la primera edición del Quijote (Hartzenbusch era entonces director de la Biblioteca Nacional). En 1879, un cuarto tomo reprodujo 101 láminas elegidas entre 60 ediciones ilustradas, completando así una de las ediciones del Quijote más valoradas por el coleccionismo cervantino.
Todo buen quijotista sabe que muchos de los mejores estudios literarios sobre el Quijote se han escrito en Barcelona, y la potente industria editorial barcelonesa ha publicado bellísimas ediciones. Semejante devoción por obra y autor parece responder a la que Cervantes sintió por la Ciutat Comtal, y así lo expresó en varias de sus obras:
Admiroles el hermoso sitio de la ciudad, y la estimaron por flor de las bellas ciudades del mundo, honra de España, temor y espanto de los circunvecinos y apartados enemigos, regalo y delicia de sus moradores, amparo de los extranjeros, escuela de la caballería, ejemplo de lealtad, y satisfacción de todo aquello que de una grande, famosa, rica y bien fundada ciudad puede pedir un discreto y curioso deseo (en Las dos doncellas, del tomo de las Novelas ejemplares).
Quiero que sepa vuesa merced … que en todos los días de mi vida no he estado en Zaragoza, … me pasé … a Barcelona, archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos, y correspondencia grata de firmes amistades; y en sitio y en belleza, única (en la Parte del Quijote).
Los corteses catalanes, gente enojada terrible, y pacífica suave; gente que con facilidad da la vida por la honra, y por defenderlas entrambas se adelantan a sí mismos (que es como adelantarse a todas las naciones del mundo), visitaron y regalaron todo lo posible a la señora Ambrosia Agustina (en Los trabajos de Persiles y Sigismunda).
¿Qué queda hoy de aquella devoción cervantina, de aquel orgullo ciudadano? Poco, a lo que parece. Me pregunto cuántos componentes del Pleno del Ayuntamiento de Barcelona conocen lo detallado arriba. Es cierto que el nombre de Cervantes ya está bien presente en el nomenclátor de la ciudad (una calle, un parque…), incluyendo un busto en el Pueblo Español y un medallón en fachada de la céntrica Fundació Antoni Tapies; pero no son puntos muy visibles.
La propuesta era colocar una estatua en la playa de la Barceloneta, donde aconteció «la aventura que más pesadumbre dio a don Quijote de cuantas hasta entonces le habían sucedido»: su derrota frente al Caballero de la Blanca Luna. No se me ocurre un lugar mejor. Ahora bien, desconozco el diseño de la estatua propuesta. ¿Otro busto? ¿Una de cuerpo entero? ¡Qué poca originalidad! Nada mejor que dos caballeros abalanzándose uno contra el otro, lanza en mano, como en la ilustración aportada por Jaume Pahissa para la lujosa edición de Miquel Seguí de 1897. Que yo recuerde, no hay nada así en el mundo.
Barcelona es una de las más turísticas ciudades de Europa, está incluida en la selecta Red de Ciudades Cervantinas, y si ha de hacer algo más por Cervantes y el Quijote, hágalo cuando sea, pero que destaque.
Enrique Suárez Figaredo. Barcelonés, quijotista y miembro de la Sociedad Cervantina de Alcázar de San Juan