Que nuestros pueblos necesitan ayuda es una aseveración que a estas alturas se hace incuestionable. Que por el bien del país es necesario ayudar a los pueblos, a las zonas rurales, para que en estos lugares haya vida y, lo que es más necesario, futuro también es una cuestión aceptada de manera general. Pero esto último en la práctica se queda muchas veces en decálogos, manifiestos o gestos de buena voluntad.
El caso es que, en muchas ocasiones, a la hora de la verdad a una gran parte de la sociedad (y en esa parte se incluyen muchos de los que dicen defender los intereses de los pueblos) le parece un despilfarro destinar fondos a los pequeños pueblos, le parece un exceso un servicio de transporte para pocas personas, una formación profesional para unos pocos o cualquier cosa que suponga invertir para una minoría.
Que de pueblo somos muchos, pero muchos, es otra realidad; pero que de esos muchos solo unos pocos vivimos en el pueblo entre semana o todo el año, es también otra realidad. Y esto genera dos visiones de lo que queremos como pueblo. Los primeros queremos vivir como cualquier ciudadano que forma parte de un país donde se habla de estado de bienestar. Tener unos servicios esenciales: educación, sanidad, servicios para mayores… Nuestros trabajos no tienen por qué estar relacionados con el campo o la ganadería (aunque también puede ser). Podemos trabajar en la ciudad y vivir en el pueblo, podemos trabajar en el pueblo en cualquier otra cosa. No tenemos conciencia de ser héroes, aunque a veces se hagan reportajes sobre familias urbanas que se van a vivir a un pueblo teniendo empleos de prestigio- como si fueran los protagonistas de una proeza poco común.
(Y por cierto, que esto de considerar héroes a los urbanos que vienen a “repoblar” tiene mucho peligro, porque es como otorgar un cheque en blanco al nuevo morador, que en ocasiones termina actuando a su libre albedrio: ocupa lo que quiere, aparca donde quiere, construye como quiere… ”Encima que viene a repoblar y a salvarnos no le vamos a poner pegas” -Piensa. Pero de esto ya hablaremos otro día).
Volviendo al asunto. Los que vivimos en los pueblos no somos héroes. Simplemente nos gusta vivir en el pueblo porque aquí hemos encontrado nuestra felicidad al igual que la podíamos haber encontrado en el barrio de Malasaña o en Triana. Pero nos gusta más esto, lo cual no nos hace distintos. La globalización es lo que tiene. Luego están los otros de pueblo. Los del verano, los de los fines de semana. Los que viven en la ciudad, algunos porque no les queda otra, pero otros (la mayoría) porque han decidido que ese es un mejor lugar para vivir. Un grupo muy, pero que muy necesario para los pueblos. Pero con una visión distinta de lo que necesita un pueblo.
Para muchos de estos (no todos, afortunadamente) la calidad de vida de un pueblo se mide en el número de bares abiertos, de actividades de ocio, la piscina en verano, el mantenimiento de las calles... Quieren llegar, cuando vienen, a un sitio con vida y bien cuidado. Consciente o inconscientemente buscan algo parecido al lugar de donde vienen. Un lugar donde se aparca sin problema, se puede pasear y hago ruido si me apetece, o exijo silencio porque he venido a descansar. Que tenga más o menos servicios sociales, educativos, transporte, etc., les da más igual. Ellos no los consumen, aunque también pagan sus impuestos, algo que les gusta recordar. Pero entre este sector también son muchos los que piensan que mantener esos servicios no es rentable en pueblos pequeños.
Los que viven todo el año quieren tener las dos visiones expuestas y entienden que es rentable todo, ya que la existencia del conjunto hace que el pueblo perviva. Esta complementariedad de “pobladores rurales” fijos y discontinuos es buena para los pueblos y no tendría mayor transcendencia si no fuera porque cuando se forman grupos de despoblación, plataformas, se redactan leyes, etc., las personas que los conforman son en su mayoría del segundo grupo.
Se piden cosas que conciernen a los intereses fundamentales del primer grupo porque quedan muy bien en manifiestos y declaraciones de intenciones, pero realmente se persiguen intereses más próximos al concepto de “PUEBLO” que tienen los habitantes discontinuos, los que están cómodos con el termino España Vaciada: porque cuando vienen, lo que se encuentran les parece un sitio falto de vida. Un sitio vacío o vaciado. Muy poca gente del primer grupo, de los que viven en el pueblo todo el año, está a gusto con el término España Vaciada. Empecemos a reflexionar por ahí.
Marco Antonio Campos Sanchis. Presidente de la “Asociación para el Desarrollo de la Serranía Celtibérica” (ADSC)